Cuarenta años en Lugo haciéndose oír

La Asociación de Sordos de Lugo (Asorlu) cumple 40 años. Durante este tiempo, los sordos lucenses consiguieron hacerse oír en una sociedad de oyentes en la que, cuatro décadas atrás, se les negaba el derecho a la educación al no existir intérpretes de lenguas de signos en las escuelas para lograr entenderse.
Raquel, Alberto Jesús, Miguel y José Eugenio hablando en lengua de signos
photo_camera Raquel, Alberto Jesús, Miguel y José Eugenio hablando en lengua de signos

Alberto Jesús Mejuto Rodríguez aprendió a leer y a escribir a los 10 años. La misma edad en la que empezó a ir a la escuela. Antes de eso, su vida se había reducido a estar en casa, una aldea de Antas de Ulla, mientras esperaba que los otros niños saliesen de clase para poder compartir juegos. "Ellos estaban en clase y yo, mientras, sentado en una silla o echado en el suelo, a dormir", recuerda.

La oportunidad para alfabetizarse le llegó a Alberto cuando se trasladó al único centro que había, entonces, en Galicia para educación de sordos. Estaba en Santiago. La familia tomó esa decisión gracias a que el cura los informó de que existía este colegio.

El caso es que a Alberto -ahora ya jubilado y de 69 años- la asistencia a este colegio, específico para sordos, le cambió la vida. No solo aprendió allí a leer y a escribir. Aprendió a comunicarse. "Empecé a ver los sordos hablando con las manos y me quedé impresionado. Vi que ellos se comunicaban entre sí y yo, si aprendía, podía hacerlo. Mi vida cambió desde entonces. Tanto es así que, a los 16 años, cuando marché, salí llorando del colegio", cuenta.

Alberto tuvo que abandonar el centro sin querer hacerlo, pero su familia no podía sostener esa situación, tras quedarse sin una beca que recibía de la Diputación. Volvió a casa, se empeñó en buscarse la vida por sí mismo y se vino a Lugo. "Me fui solo y encontré trabajo con un carpintero de A Milagrosa. Aprendí rápido. Me ayudó el hecho de que había otro sordo, trabajando allí y con el que hablaba en lengua de signos. Y encontré mi oficio", afirma.

A partir de ahí, su vida fue como la de cualquier otra persona. Se casó, con una mujer también sorda, y tuvieron una hija, oyente, que, a su vez, les dio un nieto sordo. "Con la hija, no tuvimos problema para comunicarnos. Le enseñó a hablar la abuela y creció entendiendo la lengua de signos. Mi nieto está en un colegio, con el resto de los niños, donde estudia con la ayuda de una intérprete. Nada que ver con lo que pasé yo", apunta.

título. José Eugenio García Blanco podría ser hijo de Alberto, pero su educación también dejó bastante que desear por el mero hecho de ser sordo. Este hombre tiene 45 años y lleva dos años en el paro.

José Eugenio pudo ir a un colegio de sordos en Lugo, sin necesidad de desplazarse, pero las carencias en las aulas, entonces, cuando era niño, eran muchas. "Entré en el Colegio de Sordos cuando tenía 9 años. Había estado antes en otros colegios, con oyentes, pero no me enteraba de nada. Fueron años perdidos. Así que, cuando entré en el colegio, me sentí mejor porque ya podía comunicarme", dice.

Sin embargo, los conocimientos que adquirió fueron pocos. "Me enseñaban pero no tenía el nivel. Era duro. Me aturullaba. Salí del colegio con 18 años y solo había hecho hasta octavo de EGB. Los profesores no signaban bien y no había intérpretes. Al final, me dieron el Graduado Escolar pero sin adquirir los conocimientos. Así les pasó a muchos", cuenta José Eugenio.

Pese a sus problemas de comunicación y su escasa formación, este hombre logró trabajar como carpintero y jardinero.

apuntes. Raquel Blanco Calvo tiene 34 años, once menos que José Eugenio. Hizo la EGB, una FP2 de Delineación y un ciclo superior de Proyectos y Construcciones. También se presentó tres veces a unas oposiciones para el Sergas, pero no hubo suerte. Sí la tuvo, en cambio, para encontrar trabajo como preparadora laboral en la propia asociación, Asorlu. "Este año me gustaría retomar las oposiciones aunque, para nosotros, es más difícil porque hacemos el mismo examen que los oyentes", manifiesta.

Las oportunidades educativas y laborales que le brindó la vida a Raquel fueron muchas más que las que tuvieron José Eugenio y Alberto Jesús. Ello no significa, en cambio, que no le haya resultado duro estudiar. Especialmente, cuando, ya en FP, los profesores le dictaban apuntes, sin reparar en darle fotocopias, como si fuera una alumna más.

"Los profesores me mandaban escribir y yo solo podía tomar notas mirándolos a los labios. Somos invisibles, se olvidan de que estamos. Muchas veces tuve que estudiar los contenidos a base de diccionario porque no me enteraba. Tuve que hacer un gran esfuerzo y por eso no fui a la universidad, pensé que me iba a costar", afirma.

Raquel comenzó su educación en un parvulario, en un colegio de integración. "No entendía nada y mi comportamiento era malo", cuenta.

En vistas de que aquello no daba resultado, Raquel acudió a la consulta de una logopeda que, con el tiempo, le enseñó a modular la voz, a escuchar y a escribir y fue escolarizada en un colegio de sordos. Le pasó como a los demás. "Tenía tanta hambre de comunicarme que me integré rápidamente con ellos y aprendí la lengua de signos", dice.

integración. Miguel Pérez, de 26 años, está en paro, como muchos otros jóvenes de su edad. En su caso, él es sordo y quizá lo tenga más difícil de entrada, "aunque si en la empresa hay una persona joven, creo que es más fácil la aceptación, hay menos prejuicios", afirma.

Este chico estudió dos ciclos en el CIFP As Mercedes, uno de Chapa y Pintura y otro, de Electricidad.

"Estuve en el Colegio de Sordos hasta los 16 años pero todo era muy repetitivo. Me marché y acabé la ESO en el IES As Mercedes. Allí era un poco caos, recibí, de repente, mucha información. Todo era nuevo. Desde ese punto de vista, la integración es buena porque adquieres más conocimientos. En el instituto, éramos tres sordos y los profesores se adaptaban y nos daban facilidades", cuenta Miguel.

Educación Muchos de los sordos de más de 60 años aprendieron a leer y a escribir tarde por no existir escuelas para ellos Trabajo El acceso a la comunicación y a la formación abrió muchas puertas laborales, pero aún hay prejuicios en algunas empresas