Crónica de una ciudad vacía: Lugo cuenta con las constantes vitales al mínimo

La población lucense respondió con bastante civismo al llamamiento a la responsabilidad por la crisis del coronavirus
Praza de abastos, este viernes. AÍDA SOENGAS
photo_camera Praza de abastos, este viernes. AÍDA SOENGAS

LA PLAZA DE abastos de Lugo no es el mercado de Wuhan. No hay serpientes, ni murciélagos, ni pangolines, aunque la mayor parte de la gente se arremolinaba este viernes por la mañana en torno a los puestos de pesca, donde había congrio y algunos centollos y bogavantes vivos. El primer ser humano que se comió uno debía de tener al menos el mismo hambre que el que se comió un pangolín.

"Parece que hay mucha gente porque está toda arremolinada alrededor de los puestos de pesca porque es viernes de vigilia", explica una de las propietarias del puesto de productos de pollo que hay enfrente, sin clientes, "pero hay mucha menos que habitualmente". De hecho, hace ya días que en la plaza están notando el bajón. La mayoría de los comerciantes están mano sobre mano. "Debe de estar todo el mundo comprando papel higiénico", lamenta otra con humor, "dicen que los supermercados están agotando todo, será que regalan la comida. Aquí, que es el mejor sitio para comprar porque los productos son todos frescos, hace días que cada vez vienen menos".

Y eso que el Concello, en un ejercicio de contorsionismo sanitario digno del Circo del Sol, había permitido la celebración del mercado de productos del campo que cada viernes se instala en los bajos de la plaza y en el mercado de Quiroga Ballesteros.

La plaza de abastos lleva días notando el bajón; este viernes la mayoría de clientes acudieron a por pescado, por la vigilia de cuaresma

Pasan de las once la mañana y las mesas donde se exponen los grelos y las patatas y las lechugas y las flores siguen llenas. No se vende porque no hay a quien, "y eso que tenía que estar a tope porque estamos en menguante", valora uno de los mercaderes. Pero, claro, "es que ves la tele y lees los periódicos y no es para menos. Yo no me lo tomaba muy a la tremenda, pero ahora ves todo cerrado y hay que tener un respeto", se resigna.

Los supermercados siguen a tope de gente

Una cosa se puede descartar: en los supermercados no están regalando la comida. Al menos en el Gadis que está junto a plaza de abastos, a juzgar por las colas de carros que hay para pagar en las cajas.

Lo que también es verdad es que hay más clientes que entre la plaza y el mercado de Quiroga Ballesteros juntos. "Los viernes suele haber más gente", comenta una de las empleadas, "pero esto es por el coronavirus. Y mañana será peor". En los estantes, sin embargo, no parece faltar nada, los reponedores van a mil. Las sección de pescadería, por supuesto, a rebosar: la cuaresma pelea duro contra el miedo.

Las calles, sin paseantes ni estudiantes ni clientes

Todos los lucenses de más que están en los supermercados son los de menos que están por las calles. Los hay, pero no llegan ni para estorbarse en las aceras más estrechas. La calle Reina parece más ancha de lo que ya es y las tiendas nunca estuvieron tan ordenadas, no parece que se haya movido ni un jersey.

En la Farmacia Central se oye bullicio de niños sin colegio en la rebotica y las terrazas de la Praza Maior son un paisaje apocalíptico de sillas y mesas vacías. Solo un grupo de diez o doce adolescentes han juntado cuatro de ellas y pasan el rato mientras sus profesores suponen que están en casa y sus padres suponen que están en el instituto. Consecuencias de dejar las decisiones a la libre voluntad de cada cual.

Terrazas en la Praza Maior. Aída Soengas

A la hora en que la esquina de Bispo Aguirre con los institutos debería estar imposible, apenas se ven grupillos de chavales paseando sin que parezcan saber a dónde van. Uno lleva los pantalones tan rotos que dan ganas de ponerle dos mascarillas en las rodillas.

En la tienda de comestibles de las Prado, el Burger King de Recatelo, no hay colas esperando por los bocatas de salchichón y de chorizo, la señal definitiva de que los padres han optado mayoritariamente por no mandar a los hijos a clase.

Ni siquiera los vinos mantienen el tirón

En la Rúa Nova solo hay repartidores, y no tantos como otros días. A ratos se camina solo por la calle, como si en cualquier momento fuera a salir un dron de alguna esquina avisando por los altavoces que hay que volver a casa, como esos vídeos que se veían de Wuhan desierta. A lo mejor es que todavía no es la hora, pero el cartero que cada día hace esa ruta tiene mejor criterio: "Esto no es normal, se nota un bajón de gente, no hay nadie por la calle".

Tampoco a la hora de los vinos, pasadas las dos de la tarde, la calle ha recobrado demasiado el pulso. En algunos bares se ven clientes, nada para tirar cohetes. En otros, la mayoría, los dueños bien podrían preguntarse para qué han abierto.

El Concello permitió que se celebrara el mercadillo de Frigsa; apenas hubo clientes y la mayor parte eran grupo de riesgo

De la zona de Fontiñas llegaban noticias diferentes a esas horas. Hablaban de terrazas bien pobladas. Quizás estos días ha fallado la cobertura por allí y no funcionaron ni las televisiones, ni las conexiones de datos, ni las neuronales, que todo puede ser en una crisis sanitaria como esta, de dimensiones desconocidas. Los expertos dirán.

Mercadillo: grupos de riesgo entre los trapos

Algo tuvo que fallar también en las conexiones de los responsables municipales que decidieron que había que cerrar todas las instalaciones no críticas y, a la vez, permitieron que se instalara el mercadillo en el Parque de Frigsa. De camino, por la Avenida da Coruña, el tráfico de coches y el flujo de personas ya permitía adivinar que la asistencia no iba a ser precisamente masiva. A eso de media mañana aún era posible aparcar casi frente a la misma puerta de entrada al mercadillo.

Mercadilo de Frigsa. AÍDA SOENGAS

En el Manuel Manuel, centro de avituallamiento oficial del mercado, la cafetera debería estar a esa hora escupiendo cafés a manguerazos, pero no hay a quien. Los camareros andan sobrados de tiempo para la cordialidad y la broma: "Aquí los únicos que no podemos enfermar somos nosotros, estamos vacunados".

Al otro lado de la calle, en el parque, los feriantes han colgado sus mercancías para nada. Los pocos clientes que andan entre los puestos son en su mayoría, además, grupos de riesgo: personas mayores curioseando entre trapos y chorizos. Los feriantes fuman y se lamentan en pequeños grupos, por matar el tiempo. Otros directamente van desmontando para darse el piro. Llegan dos coches patrullas de la Policía Nacional, a dar una vuelta por pura rutina; ni carteristas han venido.

A Milagrosa: el virus no respeta distritos

El pulso no late mucho más fuerte por A Milagrosa. La plaza y la zona peatonal que tanta vida le ha dado a este populoso distrito, el Lavapiés lucense, están casi desiertas. La mayoría de las terrazas ni se han montado. Camino del centro, por Camiño Real, la vida sigue a poquitos, casi todas las personas con bolsas en las manos: han salido a comprar algo, nadie parece que esté paseando.

Por las tiendas, lo mismo que en las de la calle Reina, que en las del casco viejo, que en las de Avenida da Coruña: el coronavirus ha matado el negocio y ha dejado las constantes vitales de la ciudad bajo mínimos. Y es solo el primer día, lo peor está por llegar.