"Soy gallega, no le des más vueltas", así suele contestar, con su inconfundible acento de Ribeira, la atleta Ana Peleteiro a quien le pregunta. Gallega y negra, como a la ganadora del bronce en triple salto en los JJ.OO. de Tokio le gusta decir, nada de "de color". También son gallegos Adiaratou, Catalin, Miguel y Aldara, aunque sus raíces lleguen hasta Mali, Rumanía, Cabo Verde y China, creando un mestizaje que proyecta la mejor Galicia. Una Galicia sin complejos, multirracial e integradora.
ADIARATOU. Si no fuese lucense, habría que ficharla, porque Adiaratou Iglesias es un ejemplo de adaptación, superación y esfuerzo. Acaba de lograr una medalla de oro en la prueba de los 100 metros de los Juegos Paralímpicos de Tokio y otra de plata en la carrera de 400, pero su mérito va mucho más allá de las gestas deportivas.
Esta joven es albina y esta característica genética ha dañado notablemente su capacidad visual, que no llega al 20%. A pesar de eso, ha peleado por una vida como la de cualquier chica de su edad, aunque con más esfuerzo para conseguir cada reto. No es fácil estudiar si no puedes fijar la vista ni correr si no ves las líneas del suelo, pero Adiaratou Iglesias es capaz de hacerlo todo y bien. Cuando iba al instituto contaba los escalones que había en la entrada y ahora cuenta los pasos que da en cada carrera hasta intuir que ha atravesado la meta. Las últimas veces, los aplausos y celebraciones de ese instante se lo confirmaron.
Nació en Mali, donde el albinismo es una condición peligrosa que incluso puede conllevar la muerte. En ese país se cree que los albinos dan mala suerte y la población los desprecia hasta el punto de llegar a matarlos. Paradójicamente, a pesar de su mala consideración, también corren peligro de que les amputen un miembro para guardarlo como amuleto. En ese contexto se crio Adiaratou Iglesias hasta los once años, cuando sus padres, preocupados por la suerte que podría correr, la enviaron a vivir a Logroño con un familiar. Pero la experiencia no fue buena, así que terminó en un centro de menores.
Una parte de mí es gallega, pero también soy africana y me gustan mis raíces
Adi, como se la conoce, fue adoptada por la lucense Lina Iglesias Forneiro, quien se volcó en su educación y adaptación. No resultó un proceso fácil, tal y como cuenta la joven –que estos días descansa en casa antes de volver a sus entrenamientos en Madrid–, ya que aquí se encontró una ciudad mucho más cerrada que Logroño, en la que se sentía rara. "En el instituto me miraban mucho, porque era muy diferente, y no fue fácil. Esos años mi vida se limitaba a mi familia, a estudiar y entrenar. Después fui haciendo amigos y las cosas mejoraron, ¡y ahora todo el mundo me conoce!".
El deporte –siempre destacó por su alta capacidad para el atletismo– se lo ha dado todo a Adi, quien regresó hace unos días de los Paralímpicos de Tokio con ilusiones renovadas para seguir con su carrera deportiva al tiempo que se forma como fisioterapeuta, otra de sus ilusiones. Aún le quedan muchos años en activo, en los que seguirá haciendo que los gallegos se sientan orgullosos de ella porque, tal y como explica, "una parte de mí es y se siente gallega, pero también soy africana y me gustan mis raíces. Lo que tengo muy claro es que Lugo es mi hogar y que nunca antes había sentido eso por ningún otro lugar".
CATALIN. Un poco más joven que Adi Iglesias llegó a Lugo Catalin Dragomir desde Rumanía. A los diez años, el pequeño recaló con su madre María y su hermano Constantin en A Pontenova –allí había encontrado trabajo su padre un año antes– sin conocer a nadie. Sin apoyos, sin hablar español ni mucho menos gallego, recuerda esos primeros años como complicados, pero buenos. La inmigración era una excepción en Lugo en el 2004 y no había recelos hacia quienes venían. "A mí todos me apoyaron, profesores y compañeros, pero hoy a la gente le gusta menos que seas rumano", resume.
En su integración, el deporte jugó un papel crucial. Catalin era un niño nervioso, ágil, que impresionó al responsable del equipo de atletismo escolar, Manuel Lastra Ventura, que los fichó a él y a su hermano. Ahí empezó una carrera fulgurante que lo llevaría a proclamarse campeón gallego infantil en dos mil metros en pista cubierta, de cross y de campo a través. Más que eso, el deporte le regaló una nueva visión del mundo y un apoyo incondicional, el de Ventura, que se convirtió en una de las personas más importantes de su vida: "Mis padres no tenían coche, pero yo competía y pude viajar, conocer a otras personas... Ventura siempre tiró por mí, le debo mucho".
Cuando veo competir y ganar a Ana Peleteiro pienso que podía haber sido yo
Su escalada se detuvo antes de lo previsto, cuando se estableció en Lugo a punto de cumplir la mayoría de edad: "Entrenaba, trabajaba, iba a clase... Llegó un momento en que no pude seguir compitiendo porque cada vez había más exigencia y yo debía resolver mi vida, estudiar y trabajar".
Catalin aplicó el mismo tesón que ponía en cada carrera a su formación, titulándose en dos ciclos medios, Comercio y Gestión Administrativa, y en uno superior de Márketing y Publicidad. Esta formación le abrió las puertas laborales, trabajando primero en la tienda de moda H&M y, desde hace cuatro años, en Sfera, donde ha encontrado su lugar: "Me encuentro cómodo en este sector, que me ofrece posibilidades reales de formación y promoción, y donde nunca he percibido rechazo, aunque es cierto que mi aspecto no delata mi origen". Catalin está satisfecho tanto de ser lucense como de su ascendencia, aunque alguna vez haya percibido el rechazo de quien la descubría. Solo le queda una espinita, y tiene que ver con Ana Peleteiro: "Aunque estoy feliz con mi vida, cuando la veo competir y ganar siempre pienso que podía haber sido yo".
MIGUEL. Miguel Gomes es de Burela, pero sus rasgos africanos delatan que su origen no es tan gallego como su DNI. Sus padres, María Edite y Laurindo, se fueron de Cabo Verde para asentarse en la costa lucense junto a sus dos hijos, Claudio y Sesa, y aquí nacieron otros dos, Marly y Miguel.
Como la gran mayoría de las familias caboverdianas que se instalaron en A Mariña, la de Miguel se adaptó muy bien. Los inicios no fueron fáciles, había que buscar trabajo en un país ajeno, pero el mar les echó una mano y en él faenó el padre de Miguel hasta este año, cuando se pudo jubilar. La madre tampoco perdió el tiempo y buscó sustento en los servicios de limpieza.
Así consiguieron sacar adelante a sus cuatro hijos e incluso ahorrar algo para tener una casa en Cabo Verde a la que ir de vez en cuando y montar allá un bar, que gestionan unos familiares.
Teño ganas de volver a Cabo Verde, pero non para quedar, eu teño aquí a miña vida
Miguel Gomes tiene 27 años. La primera vez que fue a Cabo Verde tenía diez y la última, el año pasado, para el entierro de su abuelo. "Estiven con moitos familiares e quedoume gana de volver, pero non para quedar aló", explica. Siente que su lugar está en Burela. "Os meus irmáns e eu nacimos aquí e os que non naceron levan máis anos vivindo aquí ca min. Entendo que os meus pais pensen algunha vez en volver a Cabo Verde, pero eu teño aquí a miña vida".
Miguel trabaja en un supermercado, su hermano en una cafetería y sus hermanas se marcharon a estudiar, Marly a Salamanca y Sesa a Santiago, donde se ha asentado para trabajar y formar su propia familia. Acaba de darles a sus padres el primer nieto, cien por cien gallego.
La familia de Miguel es muy apreciada en A Mariña. Santiña y Zezé, como son conocidos sus padres, son gente muy sociable y sus hijos han heredado la facilidad de trato con la gente. Miguel juega al fútbol desde niño y eso le ha ayudado a hacer amistades. "Grazas ao fútbol coñecín moita xente, a maioría dos meus amigos teñen relación co deporte", apunta. Nunca tuvo problemas de integración, pero "sempre colles máis confianza coa xente que ten os mesmos gustos ca ti e por iso o fútbol me axudou a facer boas amizades". Tras un tiempo alejado de la competición, Miguel ha pensado retomar su afición esta temporada. Opciones de fichaje no le van a faltar.
ALDARA. Aldara Cortiñas solo conoce un hogar, y ese es Monforte. Ahí llegó a los diez meses procedente del orfanato de Nanchang, capital de la provincia china de Jiangxi, en brazos de sus padres, Tito y Ángeles. No sufrió las dificultades a las que se enfrentaron Adiaratou y Catalin en sus primeros años, ni las estrecheces económicas que acompañaron los inicios de los progenitores de Miguel en España. Aldara tenía a toda una familia esperándola con los brazos abiertos, con unos abuelos que ya babeaban con ella antes de conocerla.
Todo fue fácil. El proceso de adopción, el recibimiento que en todos los ámbitos le tributaron a la pequeña y la personalidad dulce y risueña de la que esta hizo gala desde el primer día. Por eso Aldara, que cumplirá dieciséis años en octubre, asegura que Monforte siempre será su hogar y que no siente otras raíces. Visitar China es un plan de futuro, para conocer ese gran país, pero ahí no hay ninguna asignatura pendiente.