Cartas desde la otra vida

La lucense Beatriz Pollán es la secretaria de dirección del Hospital San Juan de Dios de Pamplona, un centro que se dedica principalmente a los cuidados paliativos. En esta pandemia le ha tocado ver la muerte desde muy cerca
Beatriz Pollán. EP
photo_camera Beatriz Pollán. EP

La labor diaria de Beatriz Pollán en el Hospital San Juan de Dios de Pamplona se ha visto sustancialmente afectada durante la crisis sanitaria por el Covid-19. Además de atender al equipo de dirección del centro, a sus funciones de secretaria ha tenido que añadir la elaboración de informes de planta, de pruebas de PCR, número de contagios, fallecidos, información sobre protocolos de protección, transmitir los datos a las autoridades sanitarias... Y también muchas veces ser un enlace entre los familiares y los enfermos.

No es una situación fácil, ya que, según explica esta lucense, su centro, pese a ser privado, trabaja en un 90% para el servicio navarro de salud y “se dedica bastante al paciente paliativo, tanto oncológico como no oncológico. De hecho, los médicos que más tenemos son geriatras y especialistas en atención paliativa. Básicamente, las dos plantas que teníamos para paliativos fueron las que aislamos completamente cuando comenzó la crisis sanitaria, separando también los médicos que atendían a enfermos paliativos y a contagiados con Covid-19”, comenta. Eso ha hecho que hayan llegado a tener hasta 180 pacientes infectados, y “los fallecimientos han sido muchos. Algunos provocados por el virus y otros no”, añade.

"Lo más duro ha sido para las enfermeras, que eran las que les leían las cartas que les habíamos impreso", cuenta Beatriz Pollán

Beatriz Pollán recuerda además el plus de sufrimiento que ha supuesto para muchos de sus pacientes el hecho de que se prohibiera tener acompañantes en las habitaciones: “En nuestro hospital, con personas mayores, que llevan tiempo ingresadas y que están en una situación muy crítica, eso se hace muy duro. Hemos tenido casos de pacientes a los que se les acaba la batería del móvil y no sabían cómo cargarlo. Lo peor fue ver que se quedaban aislados totalmente”, explica.

Sin embargo, es en esos momentos cuando todos pudieron dar lo mejor de sí mismos: “Tuvimos que idear algo para que ese contacto no se anulara por completo. A una enfermera se le ocurrió comprar un móvil para cada planta para que los pacientes que por sus medios no pudieran, hicieran videollamadas con él y así poder hablar con la familia. Funcionó muy bien. Aparte, creamos direcciones de email a las que podían escribir los familiares y mandar fotos. Las dos secretarias del hospital nos ocupamos de mantener el contacto con esos familiares, imprimir las fotografías, mandar los vídeos a los whatsapp de los móviles...”.

VÍNCULOS. Eso, sin embargo, también tiene un precio, porque “al final te vinculas un poco a esas familias, te mandan fotos de los hijos, de los nietos... Lo más duro ha sido para las enfermeras, que eran las que les leían las cartas que previamente habíamos impreso. Anímicamente están muy tocadas. En ese sentido, han tenido mucha ayuda del equipo de psicólogos”, detalla esta lucense.

Además, la tensión no acaba al llegar casa, en la que vive con su marido: “Una de las cosas peores es que llegas después de todo el día de trabajo y hay que añadir otro proceso —dice—, no es llegar y descansar: me quito toda la ropa en una bolsa de basura en la entrada, me descalzo, me desnudo y de ahí a la ducha directa. Y ya entonces, puedes descansar”. Pero solo hasta el día siguiente.