O Carreira, la cabeza que siempre hierve

Un lugar donde se puede comer churrasco y comida árabe, posar para un dibujo, asistir a un truco de magia y ser hipnotizado parece un delirio de David Lynch, pero es un local de A Milagrosa, continente de los intereses ecléticos de su dueño

Suso Carreira. XESÚS PONTE
photo_camera Suso Carreira. XESÚS PONTE

O Carreira era un hombre con gafas y una bata de comerciante de piensos, entre azul y gris y con refuerzo en los hombros para apoyar los sacos. Por si un almacén de patatas y cereales y un carácter afable no era suficiente para ser conocido en toda A Milagrosa, contaba también con las redes que tienden ocho hijos, extensas y que afectan a varias generaciones. No hay nadie del barrio que tenga entre 40 y 90 años que no recuerde a O Carreira, para quien no fuera él el primero al que oyó pronunciar la palabra kennebec.

Con el apellido usado así, como apodo, se ha quedado Suso, el segundo de sus hijos. Suso y su Mesón do Forno, al que se llama indistintamente por su nombre o por O Carreira y que, a su vez, está en el local donde antes se encontraba el almacén de patatas.

Él lo niega. Más bien lo matiza. En el contexto hostelero quizás sea él O Carreira; pero en el de las artes plásticas, lo es su hermano Luis y en el de la dramaturgia, su hermana Ana. Sin embargo, la realidad lucense dice que O Carreira es él y su bar, tan personal, un reflejo tan claro de sus gustos, pastiche de sus aficiones, que solo podría ser de él. Para que en otro sitio hubiera otro Mesón do Forno tendría que haber otro Suso.

Suso tiene 59 años, trabajó toda su infancia y juventud porque entonces nadie se planteaba la posibilidad de no hacerlo y se leyó entero el bibliobús. Él y sus tres hermanos mayores sacaban de la biblioteca ambulante dos libros cada uno por semana y los cuatro leían los de todos. A un ritmo de ocho libros cada siete días, incrementado cuando descubrió camino de los Maristas el paraíso que era la biblioteca de la Diputación, Suso llegó al Bachillerato con la lista de textos obligatorios requetesabida y un morro fino para la literatura. Dice que se le queda grande el calificativo de sofisticado como lector, pero admite que una vez abrió una novela de vaqueros y le horrorizó.

La universidad, más que enseñarle, le abrió la mirada. Cuenta que en Lugo un hombre debía ser bruto, sin concesiones a la sensibilidad y sin amigas mujeres. No olvida la estupefacción de la primera vez que una chica de su clase le habló con la normalidad de una compañera.

Estudió Historia, aprendió poco. No eran aquellos tiempos de grandes profesores ni de exigencias académicas. Volvió a Lugo antes de acabar y abrió el Mesón do Forno, un bar familiar nacido para atender a los usuarios del ambulatorio, que centralizaba las especialidades médicas y al que acudían pacientes de toda la provincia que echaban muchas horas y, a veces, días. La comida era tradicional, con su madre en la cocina y su padre en la parrilla, y el sitio se llenaba.

Se dice que los afines acaban encontrándose. Al Mesón do Forno, regentado por un hombre al que le bulle la cabeza con ideas y que expresa muchas a través del dibujo, empezaron a acudir pintores y uno de ellos, Basilio Hortas, propuso hacer allí mismo una exposición. En 1987 era una rareza colgar cuadros en un restaurante para ser vistos, contemplados de verdad, y no para descansar la vista entre plato y plato. Se fundó A Espeteira, un encuentro semanal entre artistas, que fue el germen del grupo de pintores Bacabú.

El lugar se llenó también de escultura y, después, de magia. Suso admite que le gustan muchas cosas y le gusta tenerlas cerca. A poquitos ha ido incorporando a su local el batiburrillo de sus intereses, desde los trucos hasta la comida árabe. En qué otro lugar, uno cena churrasco o cuscús de cordero, el dueño hace unos trucos frente a su mesa y se va con un dibujo rápido, perfilado durante una charla de sobremesa por la mano inquieta de Suso. Hay decenas de recortes de mantel enmarcados en las casas de amigos y conocidos, cuadros nacidos entre grasa carnívora y cerquillos de café o de vaso de chupito.

Ahora, además, te puedes ir hipnotizado. Admite que le costó que los magos se tomaran en serio su deseo por aprender, dice que les cuesta compartir secretos y que lo hacen cuando tienen la certeza de que el peticionario los va a guardar. Un participante de un Lugomáxico, la semana lucense de la magia, dio un curso sobre hipnosis a quince de ellos. Para explicar su absoluta perseverancia, fracaso tras fracaso, a la hora de hipnotizar, asegura que no tiene "amor propio ningún".

Es, en fin, el participante ideal, al que no le frena errar, sino que lo motiva. Dice que, ahora mismo, su hipnosis cuaja en el 90% de casos. Para detectar al 10% restante tiene un sencillo e inocuo truco que le dejar ver hasta qué punto la persona se dejará ir o permanecerá alerta, controlándose. Sonríe mucho y habla con entusiasmo cuando aborda el tema. Como un satélite lejano parece que se le asoma otra idea. Qué más veremos en el Mesón do Forno. Qué maravilla no tener que moverse para entrar en la cabeza hirviente de Suso.

En corto: Las reglas de la hipnosis
Un divertimento.
Suso se lo plantea como una diversión, no como una terapia. No hipnotiza a quien no quiere y es cuidadoso con su planteamiento. Un clásico de su repertorio es plantear a una mujer, delante de su pareja, que cuando despierte se sentirá locamente enamorada de él. Dice que se le declaran con fervor, pero es un encantamiento. Si les tocara con un dedo, se desmoronaría.
El límite.
¿Está uno a merced del hipnotizador? ¿Hará lo que él quiera? Sí y no. "O límite é a túa propia ética persoal, nunca farías algo que ti non farías de ningún xeito", asegura.
Reacciones.
Suso, casado con una médica de Primaria y padre de dos hijas veinteañeras, sorprendió a una de ellas un día que entraba en el restaurante. Dijo a una mujer que estaba hipnotizando que, en ese momento, entraba su hermana menor, a la que hacía mucho que no veía pese a querer mucho. A su hija le llovieron sentidos abrazos de esa completa desconocida.