"El capital de un periodista es la credibilidad asociada a una firma o a una cabecera"

El periodista, sociólogo e ingeniero industrial Manuel Campo Vidal es presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión de España y cuenta con una trayectoria profesional asociada, fundamentalmente, al mundo de la televisión, aunque ha desarrollado su carrera en todos los soportes y géneros que ofrece el periodismo

Manuel Campo Vidal. VICTORIA RODRÍGUEZ
photo_camera Manuel Campo Vidal. VICTORIA RODRÍGUEZ

Manuel Campo Vidal (Camporrells, Huesca, 1951) es uno de los rostros más conocidos de la televisión en España y su labor, fundamentalmente asociada a los servicios informativos, le ha merecido distinciones como los premios Ondas o TP de Oro.

Acaba de recibir el premio Puro Cora y los lectores de El Progreso podemos acercarnos a sus columnas cada semana, ¿qué otras relaciones le unen a Lugo y a Galicia?
Tengo una relación con Galicia anterior incluso a mi matrimonio con la periodista María Rey, que es de Vigo, y en consecuencia a nuestras vacaciones en Galicia. Tengo el convencimiento de que, cuando uno se casa con una gallega, lo que tiene que ver del mundo ya está visto. Celebro que sea Galicia y no otro lugar, porque es un sitio extraordinario. Antes había tenido relaciones profesionales: recuerdo noches electorales por Televisión Española desde el Obradoiro y también en la fundación del grupo gallego de cable, del que terminé siendo por un tiempo consejero. En esa época yo viajaba para conocer a distintas personas, como Francisco Cacharro Pardo, expresidente de la Diputación de Lugo, porque era importante que tanto el mundo empresarial como el mundo político entendieran y favorecieran la llegada de una nueva tecnología. Después estuvo el debate que moderé en Galicia entre Fraga y Sánchez Presedo, en el que Fraga me dijo: "Encantado, pero tiene que hacerlo usted en gallego". Me apliqué a ello durante 15 días, gracias a la ayuda de María; un libro, una novela de Adolfo Domínguez que me servía para practicar, y a una redactora en prácticas que tenía en Antena 3 que era de Lugo, Isabel. En esos días de preparación llamé a El Progreso y viajé a Lugo para conocer a los directivos, a quien es el secretario del jurado, José de Cora.

"Estoy convencido de que cuando uno se casa con una gallega todo lo que tiene que ver del mundo ya está visto"

Me hablaba ahora de un debate televisivo, el de Fraga y Antolín Sánchez Presedo. Después de tantos debates en los últimos veintitantos años, ¿sigue el género teniendo para usted el mismo atractivo?
El género tiene un gran atractivo para mí como periodista, pero lo más importante es que lo tiene para la ciudadanía. Si no fuera así, en España en un cara a cara o un debate no se darían audiencias de doce o diez millones de personas. Es mucho más que una final de un campeonato de fútbol. La ciudadanía tiene derecho a debates, no entendidos como un pugilato dialéctico, sino como una selección de personal, que decía Alan Schroeder. Quieren saber a quién contratan como director general de su empresa España, Galicia o Lugo y ver cómo esos personajes se desempeñan en situaciones de tensión.

En este género usted defiende que el periodista debe ser invisible.
El periodista tiene que facilitar que se produzca el encuentro, vigilar que se cumplan las normas de funcionamiento, porque ha costado una larga negociación llegar hasta ello. No es el día para que luzca el periodista. Como me dijo una vez Indro Montanelli, cuando le preguntaba por Oriana Fallaci: "Para la Oriana, la entrevista es un pretexto". Los candidatos a la presidencia del Gobierno no pueden ser un pretexto.

¿Considera que en los últimos años se ha producido una espectacularización de los géneros dialogales políticos en televisión, un poco como contagio de los formatos del corazón o de los sucesos?
Hay un corte absolutamente radical entre lo que a veces llaman debates, que son tertulias en las que se agolpan las opiniones y muchas veces se escucha más bien poco y lo que son los debates en las vísperas electorales en los cuales es importantísimo respetar las normas. Es verdad que ha habido una cierta espectacularización, pero yo no tengo empacho en decir que un debate no deja de ser un espectáculo político cargado de contenido. Se puede hacer espectáculo respetando el decoro.

El género tiene un gran atractivo para mí como periodista, pero lo más importante es que lo tenga para la ciudadanía

¿Cree que todavía está pendiente en España esa transición audiovisual que analizaba hace años?
Cuando yo escribí La transción audiovisual pendiente venía el cable, el satélite y lo digital y todo esto no ha parado todavía. Yo he hecho la tesis doctoral sobre los motores que mueven el mapa de la comunicación. Hay un motor tecnológico, sin duda; un segundo motor, el económico —lo que hemos sufrido con la crisis— y un motor político —a ti te doy una licencia, a ti te la quito—, pero está también el consumo. Hay una tendencia a que los tiempos sean rápidos y los contenidos sean breves. Seguimos en transición.

La revolución tecnológica ha facilitado técnicamente el trabajo del periodista, pero en los primeros años del siglo XXI se instaló la idea de que cualquier persona con una conexión a internet y un teléfono móvil puede ser periodista. ¿Cuál sería su parecer a este respecto?
Es verdad que en esos momentos se hizo una oda del llamado periodismo ciudadano, pero el tiempo ha demostrado —aunque pueda haber quien realice una excelente crónica— que no es la tendencia generalizada. No quiero que esto se interprete como defensa corporativa. Primero, por criterios de calidad, pero, sobre todo, por criterios de credibilidad, es muy importante que tengamos en cuenta las cabeceras, incluidas las de los periódicos nuevos digitales. Y, sobre todo, el nombre de los periodistas. Yo digo a los estudiantes: "Si ustedes quieren hacerse ricos, no estudien periodismo". Si que hay algunos casos, pero por suerte o por prácticas no precisamente correctas; el capital de un periodista tiene que ser la credibilidad asociada a un nombre. Y eso vale para las cabeceras. De las falsas noticias surge una gran oportunidad para el periodismo de calidad. La sociedad —sin tratar de esculpir frases en mármol—, la democracia, necesita el periodismo de calidad y con periodistas que hagan preguntas incómodas.

De las falsas noticias surge una gran oportunidad para el periodismo de calidad

Algunos países, como Suecia, anunciaron hace unos meses la intención de formar a los escolares en la discriminación de la información, para que sean capaces de diferenciar las noticias falsas. ¿Cree que sería necesario en España?
Sería fundamental. En primer lugar, formar a los escolares en la necesidad de que se lean los periódicos y no solamente que se crean los bulos que se puedan divulgar a través de las redes sociales. Y, en segundo lugar, cuando decimos aprender a discriminar noticias, lo que estamos haciendo es formar a los alumnos con criterio, que es algo fundamental que sirve para el ejercicio de la vida.

Muchas veces a los periodistas de su generación, a los que contaron la Transición, se les ve instalados en la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Usted también cree que se hacía un mejor periodismo hace 30 o 40 años?
Creo que ha habido siempre buenos y malos periodistas. Sí que es verdad que al principio de la Transición, la prensa comprometida con la recuperación de la democracia en España generó una admiración por parte de la opinión pública. En las encuestas de los años 70 y hasta el 80 y en las de hoy, vemos que el periodismo estaba en la parte alta de la clasificación de profesiones más respetadas y hoy estamos en la parte baja; bien es verdad que seguidos por los banqueros o los políticos, pero eso tampoco es consuelo. Lo importante es que haya un esfuerzo colectivo de recuperación de posiciones, de subir de la tabla. Antes estábamos no de campeones de la Liga, pero en posiciones de Champions, ahora estamos en posiciones de descenso. Es importante luchar con perseverancia para recuperar posiciones.

Me contaba que es sociólogo...
Puedo enseñarte el título de Sociología (risas). He visto que en el Congreso como quince diputados han retirado parte de sus currículos.

Como decía Vázquez Montalbán, hay demasiadas puntillitas en la ropa de los intelectuales como para acercarse a fenómenos de cultura popular

Le decía que estamos inmersos un momento de consumo de cultura transmedia, pero hace muchos años que usted se acercó a la cultura transmedia de los tiempos analógicos a través de la radionovela Simplemente María. ¿Qué le descubrió esa investigación?
Como dijo Manuel Vázquez Montalbán, que fue profesor mío y un excelente amigo —de él heredé y me recomendó para la corresponsalía de la revista Triunfo en Barcelona— y escribió en el prólogo de mi libro Simplemente María y su repercusión entre las clases trabajadoras, hay demasiadas puntillitas en la ropa de los intelectuales como para acercarse a estos fenómenos de cultura popular. Yo conocí la radionovela Simplmente María porque mi compañera de clase Mercedes Milá me advirtió de que una chica que trabajaba en su casa la escuchaba todas las tardes con fervor religioso y a veces hasta lloraba siguiendo esa radionovela. Luego me fijé en que en una huelga de la empresa Pirelli, en una asamblea, había unas chicas allí con el mono de trabajo, era una bata, y llevaban bajo el brazo la fotonovela Simplemente María. Esto me llamó la atención, estudié la repercusión, hice una encuesta y me di cuenta de que, muchas veces, los partidos políticos, los empresarios, los banqueros y algunos intelectuales, que creen saberlo todo, desprecian los medios de comunicación populares que acaban teniendo mucha más influencia de lo que se piensa. Hoy tenemos en la televisión a muchos partidos políticos protestando continuamente por el tiempo de exposición en los telediarios y, al lado de eso, estamos viendo cómo en algunas series de televisión se deslizan algunos comentarios políticos que son de una eficacia enormemente superior y no se han dado cuenta de eso.

También ha tratado con profusión la cultura comunicativa de las sociedades. ¿Siguen los españoles comunicando mal?
Es normal que no se comunique bien cuando en el sistema educativo la comunicación no ha estado presente. En España tenemos una cultura de interrumpirnos, de hablar mucho, de hablar muy alto, pero la comunicación no ha estado presente en el sistema educativo. Ni siquiera en las facultades de periodismo, al menos de forma curricular, se han ocupado de formar a las personas para hablar en público. Ese es un gran déficit que arrastramos como país, porque España tiene grandes médicos o ingenieros y, sin embargo, cuando van a congresos o aparecen en entrevistas, no se corresponde su excelencia científica o técnica con su calidad expositiva. Eso hace que perdamos posiciones. De todas formas, tengo la sensación de que hay una consciencia creciente en la necesidad de que hay que hacer muy bien las cosas y también contarlas muy bien.

El autoritarismo hace que la comunicación se desconsidere porque no es necesario convencer; es suficiente con vencer

Lo que resulta llamativo es que el mundo del siglo XXI ha pasado de líderes con una excelente imagen y comunicación, como Obama, a los actuales como Trump o Putin. ¿Qué está pasando?
Es verdad que en este momento hay un retroceso en la calidad comunicativa de algunos de los líderes, particularmente en Trump y Putin, a diferencia de sus antecesores: Obama, Clinton, incluso Reagan, por citar a uno del Partido Republicano, y en el caso de Rusia —de la Unión Soviética— por Mijail Gorbachov. Yo creo que el autoritarismo requiere de menos comunicación. Y la deriva autoritaria que se produce en muchos países, desde luego en la Casa Blanca en este momento y en el Kremlin, pero también en Hungría, como acabamos de ver en las elecciones, y también en otros países, hace que la comunicación se desconsidere porque no es necesario convencer; es suficiente con vencer. Y ahí la comunicación sufre.

Está hablando de países de Hungría, que está en la Unión Europea, pero también está muy cuestionada la deriva autoritaria en España, con la Ley Mordaza...
Eso está mucho más en relación de la concepción de dónde están los límites de la libertad de expresión o del comportamiento ciudadano. Yo no lo situaría en el mismo plano que el fondo de la capacidad comunicativa de las sociedades.

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