Un 'bebé robado' en Lugo encuentra a su familia biológica 70 años después

A Francisca Santos la dieron en adopción, tras decirle las monjas a su madre en el hospital de San José, donde nació en 1948, que le habían enterrado porque había fallecido tras el parto y sin entregarle el certificado de defunción alguno

Francisca Santos, con su hija Magali. SEBAS SENANDE
photo_camera Francisca Santos, con su hija Magali. SEBAS SENANDE

LUGO. Francisca Santos Carnero cumple este miércoles 70 años. El regalo que ha recibido por este aniversario es «el mejor del mundo», afirma. Acaba de encontrar a su familia biológica, de la que la separaron cuando vino al mundo en 1948 en el hospital de San José de Lugo.

Esta lucense asegura que fue «un bebé robado». Las monjas que gestionaban entonces este centro sanitario le dijeron a su familia que había muerto y que la habían enterrado. Pero no le dieron certificado de defunción alguno.

La separaron entonces de su madre biológica, que era soltera, —falleció en 2002— y de su hermano, Manuel, de 7 años, que estaba al cuidado de su abuela en Begonte.

Francisca es un contraste de sentimientos: «Alegría por encontrar a mi familia, rabia por lo que me hicieron y pena por no haber conocido a mi madre biológica».

El domingo se encontró con su hermano mayor, que vive en Castro de Rei. «Fue impresionante. Me sentí como en el cielo cuando lo vi. Nos dimos un abrazo tan grande. Dijo: "Ay, mi madre", porque soy su vivo retrato. Además, me contó que quiere recuperar los años que no estuvimos juntos», señala Francisca, que esta semana conocerá a sus otros dos hermanos, que residen en A Coruña, con los que por ahora solo ha podido hablar por teléfono.

DRAMA. Este es el final feliz a un drama que comenzó a escribirse a mediados del siglo pasado. Francisca pasó los cinco primeros años de su vida en la casa cuna de Lugo, en donde se encuentra hoy en día la Fundación TIC.

Asegura que la dieron en adopción nada más nacer, pero que sus padres adoptivos no pudieron hacerse cargo de ella hasta cinco años después. Emigraron a Cuba a hacer fortuna, mientras ella crecía en la casa cuna. «Una señora mayor a la que llamaba madrina», que era amiga de su madre adoptiva, la visitaba con frecuencia y le llevaba caramelos, una golosina que aún le sigue gustando hoy en día.

Salvo el de esa mujer, sus recuerdos de la casa cuna no son gratos. «Si me meaba en la cama, con dos o tres años, las monjas me tenían toda la noche sentada en la bacinilla...», cuenta.

Cuando sus padres adoptivos retornaron de Cuba, ya se pudo ir a vivir con ellos. Dice que «las monjas iban a su casa dos o tres veces al año durante al menos tres o cuatro años. No creo que fuesen para hacer un seguimiento de mi adopción, ni para merendar».

Sus sospechas surgieron a los diez años, cuando estudiaba en el instituto. Vio que sus apellidos, Santos Carnero, eran solo los de su progenitor -la ley solo permitía poner los de este, en los casos de adopción-, mientras que sus compañeras llevaban los de su padre y de su madre.

Le fueron dando largas. Hasta que cuando tenía 13 o 14 años, reconocieron que era adoptada. Le explicaron que sus padres habían muerto en un accidente de tráfico y que, como eran muy amigos suyos y no tenía más familia, se hicieron cargo de ella.

«A mis padres adoptivos y a su familia les quería muchísimo. Me dieron todo. Pero crecí entre mentiras», afirma.

Volvió a tener la mosca detrás de la oreja cuando iba a contraer matrimonio, en 1971. Les exigieron mucho papeleo y habló entonces con un cura y una monja en el hospital de San José, que le contaron que tuvo un hermano, pero que él y su madre habían muerto.

Tanto ella, que tiene dos hijos, como su familia biológica se buscaron infructuosamente. Una partida de nacimiento suya en la que figuraba con los apellidos Seoane Calvo -los de su madre biológica-, que halló entre los documentos de sus padres adoptivos difuntos, y la obstinación de su hija Magali activaron la búsqueda.

PISTAS. Hace un par de meses acudió al archivo de la Diputación de Lugo, de la que dependía la casa cuna, en busca de información. Los funcionarios pidieron al Obispado una hoja bautismal y ahí aparecieron dos nombres: los de la madre y la abuela de este bebé robado: Elvira y Francisca, respectivamente, y la aldea de Begonte en donde residían.

A partir de esas pistas fue tirando del ovillo. Acabó en A Coruña, en donde su madre contrajo matrimonio y tuvo otros tres hijos -uno ya fallecido-. No dio con ellos, pero sí con una amiga de su progenitora, que le contó que se solían reunir los fines de semana en una casa de campo en una aldea cercana a Parga.

El sábado dirigió allí sus pasos. Le sonrió la fortuna. Encontró reunida a parte de su familia. No estaban sus hermanos. «Estoy feliz. Me acogieron con los brazos abiertos», dice.

Un ejemplo para que «no desistan»

Francisca Seoane, que durante 40 años fue administrativa del Sergas, explica que hace público su caso para que las familias de otros bebés robados «no desistan» en la búsqueda.

Agradecimiento
Esta lucense tiene palabras de gratitud hacia los trabajadores del archivo de la Diputación porque considera que su implicación le permitió que su historia tuviese un final feliz.

 

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