Aquellas enfermeras que vestían hábito

Hace una semana fallecía, con casi 99 años, Carmen Fernández Rodríguez. Aunque su nombre pase desapercibido para muchos, esta monja franciscana fue durante casi cuatro décadas jefa de enfermeras y supervisora de Quirófano y Esterilización en la antigua Residencia Sanitaria, luego llamada Hospital Materno-Infantil.

Hoy puede sonar extraño, pero hasta hace tres décadas era común ver a monjas que prestaban servicios en hospitales como enfermeras, auxiliares o responsables de distintos departamentos. Al frente de todas ellas y también de las primeras enfermeras y auxiliares de clínica laicas que llegaban a hacer prácticas en la antigua Residencia Sanitaria Hermanos Posada Pedrosa —con los años, Hospital Materno-Infantil— estaba Carmen Fernández Rodríguez, la madre Carmen, como tanto las religiosas como el resto del personal la llamaba.

Durante casi cuatro décadas, la madre Carmen supervisó el quirófano y el equipo de esterilización, además del trabajo de todas las enfermeras. Ella fue la primera y la última monja en llegar y marcharse de la Residencia Sanitaria. Con la madre Carmen, estarían, a lo largo de las décadas de los 60, 70 y 80, otras monjas que enseguida se ganaron el cariño del resto del personal como sor María, sor Adela, sor Flora, sor Teresa o sor Aurentina.


La mayoría de las monjas habían estudiado Enfermería, pero también las había al frente de la cocina y la lavandería 

"Sor Aurentina era la gobernanta de la cocina, allí estuvo más de 30 años. Sor María Albujara pasó más de medio siglo en la lavandería. Sor Flora fue enfermera en el servicio de Cirugía y sor María González fue la última jefa religiosa de enfermeras", apunta la hermana Adela Arias Conejo, de 65 años.

Esta monja trabajó en los servicios de Cirugía, Maternidad y Quirófano en unos tiempos en los que había muchos menos medios que actualmente. De hecho, todavía recuerda las jeringuillas de cristal. "Pinchábamos con agujas de metal, que había que hervir para poder esterilizarlas. En aquellos tiempos, no había desechables", recuerda.

Adela Arias guarda un especial recuerdo para el cirujano Ulises Romero y para el resto del equipo religioso, formado entonces por nueve monjas. La mayoría de las religiosas trabajaban de enfermeras, aunque otras también lo hacían de auxiliares de clínica o gobernantas en la lavandería o en la cocina. Todas ellas de la congregación de las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor.

"Mi primer servicio como monja y también como enfermera en prácticas fue en la Residencia Sanitaria de Lugo. Allí llegué en 1973 y estuve durante doce años. Era un ambiente muy familiar. Nos conocíamos todos bien. La madre Carmen trabajaba en el quirófano día y noche, durmiendo poco la mayoría de las veces. Era muy querida por todas nosotras", afirma sor Adela.

RUTINA. María González está ahora a punto de cumplir los 75. En la Residencia Sanitaria de Lugo estuvo veintitrés años. Ejerció de supervisora y jefa de planta y de enfermera-jefa. Posteriormente, estaría también en el asilo de Vilalba.

"Cuando estuve de jefa de planta, llegué a dormir solo tres horas. Por aquel entonces, no había UCI y los enfermos estaban todos juntos. Se reunían 70 personas en una misma ala y de distintas especialidades médicas. Solo se mantenían separadas a las parturientas. Nuestra rutina, al llegar la noche, era ir a la comunidad, que la teníamos allí mismo, rezábamos, cenábamos y nos acostábamos a las dos de la mañana para levantarnos a las seis. Íbamos a misa, tomábamos la comunión y nos dirigíamos a la planta y así hasta la hora de comer y vuelta a empezar. Era un trabajo constante, pero lo hacías con tanto cariño que no te estresabas. Entonces no existía el estrés, ¡esa es una palabra muy moderna! Entonces hacías todo con mucha ilusión y con vocación", afirma sor María, que llegó a Lugo a mediados de la década de los 60.

Uno de los momentos más emotivos de su etapa en la Residencia Sanitaria lucense fue la Primera Comunión de una niña de 8 años, gravemente enferma de leucemia, que se celebró en el centro sanitario. "Le dejaron un vestido de Primera Comunión, que estaba nuevo, y le hicimos una chocolatada en el comedor que había para los médicos y el personal", recuerda esta monja.


Las religiosas trabajaron en la antigua Residencia Sanitaria durante casi cuatro décadas, desde los años 60 hasta los 90

La antigua Residencia Sanitaria solo tenía, al principio, dos plantas. La primera ejercía de entrada; la segunda agrupaba a todos los enfermos, incluidos los de Medicina Interna, y la tercera estaba dedicada a maternidad y ginecología. Con el paso de los años, en la primera planta se asentaron los enfermos de Traumatología. "Cuando se podía, se juntaban los enfermos de la misma especialidad. Había habitaciones de una, dos y tres camas, todas eran muy espaciosas", afirma.

Sor Isabel vivió el traslado de la Residencia al nuevo hospital, el Xeral, a mediados de los 70.

"En el nuevo hospital, se fueron abriendo distintas plantas poco a poco. También se incorporó la Escuela de Enfermería, que ocupaba una planta en un pabellón nuevo. Mis recuerdos de la gente son maravillosos, la gente era muy sencilla y acogedora. Tanto es así que me siento más de Lugo, donde estuve tantos años trabajando que de Ourense, donde nací. Los años mejores de mi vida los pasé ahí. El personal que había en la Residencia Sanitaria era muy escaso entonces pero la entrega con la que se hacía el trabajo era muy grande", insiste.

Esta religiosa nunca supo decir si tenía más vocación de enfermera o de monja, ni siquiera cuando el tribunal que le dio la matrícula de honor se lo preguntó a la cara.

"Había gente que tenía casi la carrera de Medicina acabada y que competía conmigo por la matrícula de honor en Enfermería, pero me la dieron a mí y fui la única en tenerla. En el examen oral, el tribunal me llegó a preguntar qué vocación pesaba más en mí y yo les dije que ambas, la de enfermera y monja estaban al mismo nivel porque consistían, básicamente, en ayudar a los demás", indica.

POBRES. Sor Flora Rodríguez Fernández se emociona todavía al recordar a la madre Carmen. "Era profundamente caritativa y hacía siempre el bien con la gente necesitada. Siempre estaba al lado del pobre. Era una madre", afirma.

Esta monja llegó a Lugo con 39 años y comenzó a trabajar en Cirugía. "Teníamos un grupo de Pastoral para ayudar a los enfermos necesitados, a los que íbamos a visitar a las aldeas. Las condiciones sanitarias en sus casas eran, generalmente, buenas pero había muchos a los que había que hacerles coloctomías y los pobres tenían bastantes problemas porque, a veces, la bolsa que recoge los residuos se desprendía con los consiguientes problemas que eso acarreaba", cuenta sor Flora.

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