"Te deja marcada de por vida"

Ana, superviviente de la violencia machista: "Llego a pasar hambre y está siendo muy duro, pero me siento a gusto"

Tiene 51 años y es una de las víctimas de maltrato en paro que malviven con una pensión
Ana (izquierda) encontró un gran apoyo en la asociación presidida por Cristina, Lazos Invisibles
photo_camera Ana (izquierda) encontró un gran apoyo en la asociación presidida por Cristina, Lazos Invisibles

Existe otra forma de pobreza que no se ve, la que aflora cuando queda atrás una vida dirigida por los insultos y golpes continuos. La misma pobreza en la que viven muchas mujeres, víctimas de malos tratos, tras dejar a su pareja e iniciar una nueva vida, en la que ellas solas se ven obligadas a salir adelante sin trabajo, casi siempre con cargas familiares y con el estigma de haber sufrido violencia por parte de la persona a la que amaban. 

Una vez que dan el paso de denunciar y romper con su pareja, la mayoría de estas mujeres, sin trabajo, acceden a una pensión de la RAI, Renta Activa de Integración, de 426 euros al mes. Con este dinero, ellas se pagan el alquiler de un piso, los recibos y mantienen a sus hijos. Nada más. Las pensiones de sus exparejas acostumbran a brillar por su ausencia, mes tras mes, acumulando impagos. Sus obligaciones familiares, su edad o su escasa formación les impide, por otra parte, encontrar un trabajo que les dé la independencia económica que necesitan para echar alas y comenzar a volar. Un agujero del que todas quieren salir y pocas lo consiguen. 

Tras la denuncia por malos tratos, la mayoría de estas mujeres, sin trabajo, acceden a una pensión de la RAI, Renta Activa de Integración, de 426 euros al mes

"Después del maltrato hay vida, pero la vida se hace dura, muy dura. Te ves obligada a depender de los 426 euros que cobras, pero también del Banco de Alimentos al que tienes que ir cada quince días o una vez al mes porque lo que cobras no te alcanza para la casa, los recibos y la comida. Eso es pobreza, no tiene otro nombre. Y no hay forma ni medios para salir de ello si no es encontrando un trabajo y buscando ayuda para que alguien pueda cuidar de tus hijos mientras que trabajes y así sacarlos de esa pobreza", explica Cristina Merino, presidenta de la asociación lucense contra la violencia de género Lazos Invisibles. 

Rehacer la vida y dejar de ser víctimas para ser solo lo que son, mujeres, no es fácil. Ana, a sus 51 años, intenta salir del hoyo desde que hace casi año y medio su segunda pareja la ‘invitó’ a marcharse de la casa que compartían, tras quince años de convivencia plagados de insultos y golpes y la noticia de que había conocido a otra mujer y tres eran multitud. 

"Él bebía cada vez más y lo que, en principio, eran empujones porque no me veía, decía, se convirtió en un estado continuo de violencia"

Ana, sin hijos a su cargo, se vio sola con sus cuatro perros adoptando una decisión que su pareja había tomado por ella y que se había planteado muchas veces, entre golpe y golpe, sin atreverse a hacerlo nunca. Lo peor es que fue cuando él quiso. "Debería haber tomado yo esa decisión hacía mucho tiempo pero no fui capaz. Aquello no era vida. Él bebía cada vez más y lo que, en principio, eran empujones porque no me veía, decía, se convirtió en un estado continuo de violencia tal que hasta los perros se escondían debajo de la cama cuando llegaba a casa. La situación fue empeorando de año en año. No había futuro. Esperas a que él cambie y no cambia. Y no denuncié hasta el final: primero, por la familia; segundo, porque ya era mi segunda pareja, y tercero, porque pensaba que no tendría ningún apoyo si se marchaba de su lado", dice. 

Era verdad. Los apoyos fueron escasos. Ana dejó la casa y se trasladó a otra provincia. El invierno pasado vivió en una casa prefabricada, en medio del monte, sin calefacción, ni coche (lo tenía pero no podía pagar el seguro), ni comida (no podía ir a comprarla). 

Ahora está en Lugo y paga 300 euros al mes entre alquiler y recibos. Los esguinces que le dejaron los golpes de su expareja le impiden volver a trabajar como auxiliar de enfermería, pero tiene esperanza en su otra titulación: la de ayudante técnico veterinario. Lo que le queda para comer no le llega para el mes y tampoco recibe comida en el Banco de Alimentos porque, dice, no tiene hijos a cargo. "Me paso tres días comiendo una barra de pan, dos cafés al desayuno y un cola-cao por la noche. Está siendo muy duro, sí, pero me siento a gusto", afirma.

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