Rosa y Mónica: la amistad surgida del coronavirus

Una cuidó de la otra los quince días que pasó en el Hula. Rosa no veía la cara de Mónica, pero agradecía sus cuidados. Ahora tuvieron la ocasión de conocerse, tras un reportaje en El Mundo
Rosa Rodríguez y Mónica Varela haciendo el signo de la victoria. XESÚS PONTE
photo_camera Rosa Rodríguez y Mónica Varela haciendo el signo de la victoria. XESÚS PONTE

Ninguna de estas dos mujeres de Lugo habían pasado antes por una situación así. Una, Mónica Varela Aldariz, como enfermera; la otra, Rosa Rodríguez Rodríguez, como paciente. Dos vidas, hasta hace unos días, desconocidas que acabaron compartiendo dos semanas de angustia, los mismos que estuvo ingresada Rosa en el Hula, enferma de Covid-19.

"Rosa no me podía reconocer a mí porque vamos tan tapados con los trajes Epi, las gafas, la pantalla y la mascarilla, que solo se ven los ojos y es imposible quedarse con la cara de la gente. Pero yo, en cambio, sí me quedé con su cara. ¿Por qué? Pues porque fue de los primeros pacientes que nos llegaron y tenía mucha ansiedad porque se veía muy sola y no sabía qué le esperaba. Por eso, me quedé con su cara. Luego, cuando le dieron el alta, grabamos un vídeo aplaudiéndola todo el personal sanitario ¡y yo me puse tan loca que se me cayeron las gafas! Aplaudíamos tanto también para darles ánimos a los que quedaban", explica Mónica Varela Aldariz.

A Mónica Varela y a Rosa Rodríguez hay algo que las acaba de unir de por vida y cuyo nombre aún les produce angustia pronunciar. Ese algo es el Covid

Esta enfermera acumula ya años de experiencia y también lleva tiempo en la planta de Infecciosos. Sin embargo, lo que vivió con el Covid la marcó profundamente. Nunca pasó por una situación así. "No tuve miedo a contagiarme. Al fin y al cabo, forma parte de mi trabajo. Pero sí tuve miedo de llevarme el virus a casa. A mis padres los vi todavía, por primera vez, hace una semana y también tenía miedo de contagiar a mi hijo. El personal sanitario lo pasó muy mal. Venían enfermeros a reforzarnos y algunos se marchaban al día siguiente llorando porque no aguantaban. Espero no volver a vivir algo así. Lo peor es la sensación de que no puedes hacer nada por el enfermo para ayudarles anímicamente porque se sienten muy solos. Y ver morir a la gente en soledad... eso fue lo peor", recuerda Mónica.

CARTA. Para tratar de ayudarlos a vencer —no ya al virus, sino también esa sensación de soledad que los derrumbaba— esta enfermera tuvo la idea de iniciar una campaña para que la gente escribiese cartas y los niños enviasen dibujos a los pacientes ingresados. Rosa recibió una de sus cartas y aquel día supuso una inyección de moral en su lucha diaria con el coronavirus. "Me escribió Moe, una irlandesa que vive en Lugo, contándome su vida y dándome ánimos. Me decía en la carta: 'Los días que te encuentres bien agárralos con fuerza'. Esa frase me llegó al corazón. Fue un pequeño empujoncito en esos malos momentos, un poco de brisa que entró desde fuera de la habitación. Ahora nos escribimos por Whatsapp y nos hicimos amigas. Lo que hizo por mí, en aquellos momentos, solo escribiendo una carta, fue mucho", comenta Rosa, todavía emocionada. 

Rosa sufrió episodios fuertes de ansiedad al verse sola y aislada en la habitación, como muchos otros enfermos

Rosa y Mónica, unidas por el Covid-19. XESÚS PONTE

SÍNTOMAS. Esta mujer tiene 58 años y su perfil no entra dentro de los pacientes vulnerables al virus. Sin embargo, lo cogió. No viajó, ni sabe cómo se pudo contagiar. Los primeros síntomas que tuvo —a excepción de la fiebre— no entraban dentro de los que identificaban la enfermedad. Rosa tenía diarrea y falta de apetito. Llamó al teléfono de asistencia y le recomendaron permanecer una semana aislada en casa con paracetamol. Así lo hizo, pero el 16 de marzo, primer día laborable del nuevo estado de alarma, su fiebre subió a 39 grados, presentaba tos seca y le dolía mucho el estómago. Fue a Urgencias pero, tras varias pruebas, volvió para casa con el paracetamol en el bolsillo. A los pocos días, regresó al Hula pero esta vez para quedarse. Tenía neumonía bilateral, diarrea, dolor de estómago, fiebre y granos por todo el cuerpo.

"No pude ni despedirme de mi marido. Me ingresaron en una habitación, sola, y ahí me quedé quince días. Nadie me dijo que tenía el Covid-19 pero lo intuía. Sola... se te pasa todo por la cabeza, todo lo malo. Lo máximo que llegué a dormir un día fueron cuatro horas seguidas. Lo que me salvaba era el móvil. Tenía muchas llamadas y whatsapps. La televisión era gratis pero cuando veía las noticias de los muertos por el Covid, cambiaba rápidamente y, al final, me deprimía. Un día, que llegué a 40 de fiebre ya a las nueve de la mañana, llamé a mi marido pensando que me iba a morir. Me vi con los pies en el otro barrio. Por eso, les digo ahora a todos: 'Coidadiño!", cuenta Rosa.

En una ocasión llegó a 40 grados de fiebre por la mañana y asegura que, en ese momento, creyó que se iba a morir

HÉROES. En esos días negros del hospital, esta mujer conoció a los "héroes sin capa, que exponen su propia vida por los demás", dice. Son los enfermeros y el resto del personal sanitario que la cuidaba, de los que solo era capaz de ver sus ojos. Aun así, Rosa se quedó con sus miradas y sus sonrisas, tapadas por la mascarilla, pero también se quedó con las pequeñas charlas con la chica que limpiaba la habitación, con el auxiliar que le hacía la cama y con el doctor Corredoira, del que dice que, tanto allí como después en casa, «siempre me transmitió paz, me escuchaba y me decía: "Tranquila, respiras bien".

Ellos no fueron los únicos, una amiga de Rosa mantuvo todos los días de su hospitalización una hora diaria de videollamada con ella, que prolongó durante su nueva etapa de aislamiento, en su casa, cuando le dieron el alta. "Salí del hospital pero pasé otros veintiocho días aislada en una habitación. Solo veía a la gente cuando me traían la comida y también fue duro. Era controlada tres veces al día por personal sanitario a través de la plataforma Telea, donde vigilaban mi temperatura y saturación. Hasta el 1 de mayo no salí fuera de la habitación. La vida está llena de pequeños momentos que no valoras hasta que te faltan. Ese día desayuné con mi marido y fue especial", cuenta.

Esta lucense pasó quince días hospitalizada y veintiocho aislada en casa en una habitación, bajo control médico

La recuperación de Rosa fue larga. Todavía en casa, volvió a dar positivo en Covid. De ahí su aislamiento, sin embargo los últimos tests ya dieron negativo. Ahora le quedan anticuerpos que la protegerán del virus, aunque tampoco eso es seguro. "No se sabe cuánto tiempo podría durar la inmunidad, si es que la hay. Pero, por el momento, doy negativo y eso significa que estoy curada", dice.

La última carta que jugó esta lucense contra el virus fue su voluntad de donar plasma para unirse a un proyecto de crear una medicación que ayude a la curación de otros enfermos. Rosa decidió participar y firmó para hacer esa donación. Sin embargo, cuando se disponía a hacerlo, le preguntaron si tenía hijos. Al contestar que sí, no pudo donar su plasma ya que, según le explicaron, "las mujeres que estuvieron embarazadas no reunirían las condiciones para poder hacer esa donación", comenta, decepcionada.

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