José Luis Corujo, un adiós laboral tras 56 años en el taller

José Luis Corujo, que se jubiló como electricista del automóvil, ha sido homenajeado por la Asociación de la Pequeña Empresa en reconocimiento a su dilatada trayectoria profesional
Corujo, en su taller de la Praza de Alicante. VICTORIA RODRÍGUEZ
photo_camera Corujo, en su taller de la Praza de Alicante. VICTORIA RODRÍGUEZ

Tras 56 años de oficio dedicándose a la electricidad del automóvil, 46 de ellos con taller propio, José Luis Corujo (Lugo, 1951) se jubilaba. La Asociación de la Pequeña Empresa (Ape Galicia) le tributaba recientemente un homenaje a él y a otros seis autónomos gallegos para visibilizar su larga trayectoria profesional.

La vida de José Luis Corujo, el tercero de cuatro hermanos de "una familia humilde" de A Chanca, "el barrio más bonito" de la ciudad y "al que más quiero", cambiaba "un viernes de mayo de 1965", según recuerda, cuando con aún solo 13 años su padre le dijo que tenía que dejar el colegio y comenzar al lunes siguiente a trabajar.

"Se me vino el mundo encima. Fue un gran disgusto. Era muy buen estudiante. Tenía la ilusión de hacer una carrera universitaria, arquitecto o delineante, porque se me daba muy bien el dibujo y tuve varios premios", asegura José Luis Corujo, que detalla que el profesor de su colegio de Galegos y el cura párroco del Sagrado Corazón mediaron ante el Obispado para que le concediese una beca para que continuase los estudios. Pero no pudo ser.

José Luis Corujo (izquierda), con otros homenajeados y las autoridades en el acto de Ape Galicia. EP
José Luis Corujo (izquierda), con otros homenajeados y las autoridades en el acto de Ape Galicia. EP

Durante unos seis meses estuvo trabajando en un céntrico comercio de confección, que se encontraba en la esquina de la calle General Franco —hoy Rúa do Teatro— con Progreso, pero lo dejó porque "no me veía con camisa y corbata detrás de un mostrador".

A los 14 años ya comenzaba en el oficio al que le dedicaría toda su vida profesional, un taller de electricidad del automóvil que se encontraba en la calle Ortiz Muñoz —hoy Lamas de Prado—.

"Estuve cuatro años sin cobrar una peseta. Trabajaba de sol a sol toda la semana. No tenía seguro, ni sueldo", afirma este jubilado lucense, que dice que cuando ya era mayor de edad tuvo "la osadía" de pedirle un salario a los propietarios del taller. Como no vio cumplida su reivindicación, su hermano mayor, Ramón, que era mecánico tornero en Barcelona, le convenció para que se fuese a trabajar a la Ciudad Condal.

"Me fui a Barcelona. Estuve dos años y medio. Pero me embargaba la morriña y regresé a Lugo", precisa José Luis Corujo.

Se empleó entonces en un taller eléctrico en la calle Montero Ríos y, con solo 22 años, la empresa Díaz y Prieto, distribuidora oficial de Land Rover, llamaba a su puerta para que se pusiese al frente de la parte eléctrica en sus instalaciones de San Isidro Labrador, en A Piringalla. "Era una de las empresas más fuertes de la ciudad con más de 100 trabajadores y yo era muy joven, aunque con experiencia", dice.

En 1977 se establecía por cuenta propia y abría su taller, junto a su hermano Alfredo, en la Praza de Alicante, Electricidad del Automóvil Hermanos Corujo, que estaría muy vinculado al fútbol sala.

Corujo asegura que los cursos de Aprevar fueron la "tabla de salvación" para los talleres cuando hubo la renovación tecnológica

A mediados de los 90 su hermano cambiaba de profesión "ante la avalancha de la nueva tecnología". Salieron de la circulación los vehículos con "sistemas de carburación, bombas rotativas, distribuidores con platinos y tapas del delco...", de los que solo "con el olor y el ruido" ya sabían cuál era la avería, y coparon el mercado los que tenían "sistemas de inyección, centralita electrónica...".

"Fue un giro de tecnología brutal. Desapareció la tecnología analógica y apareció la digital", recuerda Corujo, que añade que desde entonces la evolución no fue tan acentuada. "Hoy se mantiene con algún retoque", dice.

Aprevar

Asegura que cuando tenía entonces cuarenta y pico años vio "peligrar" su oficio. Destaca que su "tabla de salvación" fueron los cursos de formación que impartió la asociación Aprevar, que ya presidía entonces Luis Abelleira, de forma gratuita y fuera de horario laboral, de ocho a once de la noche, que les permitió "reciclar y actualizar conocimientos".

"Sin esos cursos ni yo ni la mayoría de talleres lucenses sobreviviríamos. Desconocía la nueva tecnología. Me devoraba", afirma José Luis Corujo, que en diez años asistió a unos 30 en "sus estupendas instalaciones y profesorado".

Hace un año, tras 56 de oficio, se jubilaba a los 70, tras pedirle su familia que se "retirase con salud y no por enfermedad". Pero reconoce que se le está haciendo cuesta arriba, pese a que se dedica a la huerta, la pintura o la música, entre otras aficiones. "Si por mi fuera continuaría trabajando, porque no consigo llenar el vacío que mi profesión y mi taller me dejaron".

Ahora su "preocupación" es encontrar a "un profesional preparado y serio" para que coja su relevo en su taller para atender a su "numerosa y fiel clientela".

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