A Dios rogando, pero entre rejas

Treinta y cuatro monjas viven en clausura en los tres conventos que hay en Lugo. Optar por este régimen y no por la vida activa supone una entrega a la oración de más de ocho horas diarias
Algunas de las agustinas, con la superiora, María Fernanda Climent, y dos de las salesas, Virginia Mbula, la superiora, y Francisca Munyiva con los dulces que hacen y venden por internet. SEBAS SENANDE
photo_camera Algunas de las agustinas, con la superiora, María Fernanda Climent, y dos de las salesas, Virginia Mbula, la superiora, y Francisca Munyiva con los dulces que hacen y venden por internet. SEBAS SENANDE

Las agustinas abren la puerta de su casa bajo un lema que rige sus vidas en la clausura: "El convento es la antesala del cielo". Allí, profesó como monja, hace unas semanas, Ingrid Cúmez Cámez, una de las nueve hermanas guatemaltecas que son ya mayoría en el convento tras haber hecho sus votos simples hace cuatro años.

Estar en clausura supone vivir en el convento entre rejas y entregadas a la oración, lo que para ellas supone todo un trabajo al que le dedican la friolera de ocho o nueve horas diarias. "Las que hacen vida activa cuidan a enfermos, a discapacitados... Nosotras nos dedicamos a la vida interior y pedimos en nuestras oraciones por todos. Nuestro trabajo es la oración. Hay gente que viene al convento a pedirnos que recemos por ellos: gente que se va a operar de cáncer o que tiene algún problema familiar. Luego, vienen a darnos las gracias cuando se resuelve la situación", afirma la madre superiora, la valenciana María Fernanda Climent.

En las Agustinas, el día amanece a las seis de la mañana y anochece a las diez de la noche, cuando se cierran las contras de las ventanas. Quedan ocho horas justas para dormir. El resto del tiempo transcurre, sobre todo, entre rezos, los trabajos en las oficinas -responsabilidades que, dentro del convento, tiene cada una de las hermanas como provisoría (despensa), plancha, sacristía, tornera o ropería-, los recreos, las clases de cultura general, corte y confección, piano y catecismo y las comidas. "A las once, tenemos clase de catecismo a cargo de la maestra de novicias. También estudiamos las constituciones -que es el régimen de la santa regla, las normas del convento que puso San Agustín-, corte y confección y cultura general -Geografía, Ciencias Naturales...- que da sor María Elena Corbelle, la mayor de las hermanas, de 91 años", afirma María Fernanda Climent.

A media mañana, las agustinas tienen la Sexta, un rezo cantado, hora en la que también hacen examen de conciencia sobre la jornada matinal. Rezan el Ángelus y comen. "Una de nosotras sirve la mesa y después comemos mientras que escuchamos una plática de un sacerdote o una clase del catecismo, todo ello grabado", afirma la superiora de las Agustinas.

De nuevo a las oficinas, y a las dos, un retiro a la habitación para descansar para después, a las tres, tocar las campanas. "Lo hacemos todos los días. Antes, era a las seis de la mañana pero la gente protestó porque decían que los despertaban y cambiamos el toque a las tres. Las campanas son la voz de Dios. Estamos un cuarto de hora tocándolas", dicen.

A las cuatro y media, tienen clase de cultura y después, misa, que dará paso al rezo de Vísperas y a otra hora más de oración hasta la cena, a las ocho. Friegan y llega el recreo en la sala capitular. El último rezo antes de acostarse es el de las Completas. "Aquí no tenemos televisión, pero sí wifi para ponernos en contacto con el sacerdote de Guatemala que es nuestro enlace con las vocaciones que llegan de ese país. En el recreo, hablamos, contamos chistes y nos reímos. El otro día estuvimos comiendo golosinas saladas y picantes que trajo una hermana de Guatemala", indica la superiora.

Las agustinas son las camareras del Santísimo Sacramento, lo que significa que a su cargo está el lavado de la ropa del altar mayor de la catedral. De las trece religiosas, nueve son guatemaltecas (algunas de ellas hermanas o amigas). La más joven tiene 24 años. "Hay muy pocas vocaciones en España, por eso recurrimos a Guatemala. Hace poco, tuvimos a una chica de Barcelona que estaba haciendo el Camino y vino a oír misa al convento. Le gustó tanto que nos pidió vivir la experiencia de estar aquí con nosotras un mes para ver si le gustaba esta vida. Pero no le gustó. Al final, sintió la llamada de formar una familia y se marchó", cuenta la superiora.

"Esto es lo que yo siempre quería, vivir encerrada, y no hay tiempo para aburrirse"
_SEN6082Ingrid Cúmez tiene 36 años y acaba de profesar como monja de clausura en el convento de las Agustinas, a miles de kilómetros de su casa en Guatemala, al otro lado del Atlántico. Allí deja una familia formada por nueve hermanos, a los que atendió desde jovencita hasta su llegada a Lugo.

¿Siempre tuvo vocación?
Sí, desde los 14 años, pero no veía la posibilidad. Soy la tercera de nueve hermanos y solo fui a la escuela para aprender a leer y a escribir. No pude ir más. Luego, me dediqué a cuidar al resto de mis ocho hermanos. Mis padres no tenían posibilidades de estudiarme. Esa era la realidad.

¿Nunca se llegó a plantear formar una familia?
¡Qué va! Eso no me llamaba la atención. Como dice nuestra madre superiora: "El matrimonio no es vocación. Es una inclinación a formar un hogar".

¿Cómo se vino aquí?
Por Radio María. Oía que en España había conventos donde necesitaban ayuda. En mi país, me llamaba menos la atención. Prefería irme fuera. Pensé: «Dios no me necesita en mi país, sino en otro sitio» y fui a hablar con el párroco. Después de tres meses de formación con los Carmelitas y Mercedarios, ya estaba aquí.

¿Se adaptó bien a la vida dentro del convento?
Sí, me adapté perfectamente al convento. No encontré mucho cambio. Cuando quieres hacer algo y lograrlo, no es difícil vencer los cambios. ¿Diferencias que encontré? Aquí, en España, se come mucha carne y allí, verdura. También percibí que las españolas son más expresivas. Yo no extraño nada. Quizá también me ayudó el hecho de que tengo otra vecina mía aquí y somos ya varias hermanas guatemaltecas. Para mí el convento no fue duro. No hay tiempo para aburrirse. Es lo que yo siempre quería: vivir encerrada y nada más.

¿Alguna vez tuvo dudas sobre su vocación religiosa?
Tengo que reconocer que tuve varias luchas interiores preguntándome si esta era mi vocación o no, pero cuando una quiere ayudar a las personas, pase lo que pase lo tienes que hacer. Siempre pensé: "Si estoy enamorada de Dios, a mí no me lo quita nadie".

¿De qué se ocupa en el convento?
Tengo varias oficinas como la despensa (soy la que controlo los alimentos que hacen falta) o la plancha. Realmente, no nos sobra tiempo. Tenemos todo el día muy ocupado. Por lo tanto, el tiempo se pasa bastante rápido.

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