Historias de infarto: "Si me trasladan, no llego a Rábade"

En la semana en la que la sala de Hemodinámica del Hula estrena nuevo horario, dos pacientes que pasaron por ella cuentan su experiencia. Ambos muestran cómo el infarto reconocible de forma inmediata, en el que los afectados no dudan de qué les está pasando, es más una excepción que una regla

Antonio Jato. LUCÍA PORTO-XESÚS PONTE
photo_camera Antonio Jato. LUCÍA PORTO-XESÚS PONTE

Un infarto se recuerda como si fuera ayer y, al mismo tiempo, no se recuerda en absoluto. Hay partes de fundido a negro que se reconstruyen a posteriori, con las aportaciones de médicos y familiares. Dos lucenses cuentan el suyo, que les llevó a pasar por la sala de Hemodinámica del Hula, que esta semana empezó a funcionar de 08.00 a 22.00 horas y que, por primera vez, abre los fines de semana. Solo en su primera tarde de funcionamiento ya acogió dos angioplastias primarias.

José Antonio Latorre. Jubilado, 66 años
"Me dolía el brazo derecho, no el izquierdo"
José Antonio Latorre estaba en septiembre de 2016 pasando unas vacaciones en Francia con su mujer y una pareja de amigos cuando, un día antes de volver, notó un dolor en el pecho y en el brazo derecho. "En el derecho, no en el izquierdo", puntualiza. Se lo atribuyó a la humedad y decidió retirarse a descansar un rato en el hotel. Al día siguiente se encontraba mucho mejor. Cogió el avión, hizo un trasbordo en Barcelona, y desde A Coruña fue a Betanzos en coche a comer.

Sin embargo, en el viaje a Lugo volvió el mismo dolor, en el mismo sitio, pero multiplicado. "Incluso me molestaba el cinturón de seguridad", dice. Extrañado, fue primero al PAC, que lo derivó enseguida al Hula. Nada más llegar a Urgencias se recuerda a sí mismo diciéndole a su mujer que ya se le estaba pasando. Y después, la oscuridad.

No recuerda nada, pero supo más tarde que había sufrido una parada cardiorrespiratoria. Eran cerca de las cinco. "Mi mujer me contó que los médicos de Urgencias comentaron que los hemodinamistas aún estaban en el hospital porque estaban haciendo un trabajo. Los avisaron y me atendieron. Desperté en quirófano y vi al doctor Raymundo [Ocaranza]. Recuerdo que lo oía todo. Decían: 'pincha aquí, fíjate allá'. La voz de la doctora Melisa [Santas] aún la tengo en la cabeza", explica.

Pasó los siete días posteriores en la Uci. Le habían colocado tres stents, los pequeños muelles con los que los hemodinamistas abren las arterias obstruidas. Desde planta volvió a ser trasladado otra vez a Hemodinámica para que le implantasen otros dos. "Son unos grandes profesionales y tuve mucha suerte de que estuvieran por casualidad en el hospital. Yo creo que si me trasladan no llego vivo a Rábade. Sí, tuve suerte; si no estaría muerto", admite.

José Antonio se confiesa buen enfermo, una persona tranquila. "Me dijeron en la Uci que bajo ningún concepto podía mover una pierna y no la moví. Les extrañaba que lograra estar tan quieto", cuenta. Ese carácter le ayudó con su recuperación. Cuando llegó el momento en rehabilitación de subirse a la bici estática o a la cinta de caminar, lo hizo sin temor. De igual manera recuperó su vida anterior.

"No soy miedoso. Pregunté si podía hacer deporte. Me preguntaron qué practicaba, y yo dije que antes jugaba al fútbol, pero ahora al pádel. Me dijeron que podía hacer las dos cosas", cuenta. Sigue caminando una media de 15 kilómetros diarios, como hacía antes del infarto, y jugando al pádel todas las semanas. "Yo creo que el miedo lo pasó mi mujer", reconoce.

José Antonio es diabético, un factor de riesgo. Fue fumador, pero lo dejó hace 30 años. "Me hago analíticas cada seis meses y la última era perfecta, sin un solo asterisco", cuenta. "Lo que me dijeron los cardiólogos es que tenía las arterias bastante tupidas", explica. Nunca creyó que pudiera tener un infarto y no achacó en ningún momento el dolor que sentía a algo así. Tampoco recuerda nada de cuando perdió el conocimiento, ninguna visión, ningún tunel y ninguna luz. "Me lo preguntó un médico, si había visto algo, pero nada, no recuerdo nada. Solo que le estaba hablando a mi mujer en Urgencias y después, el quirófano", cuenta.

Ahora hace una vida idéntica a la de antes del infarto. "Me dejaron mejor de lo que estaba", apunta, y se extiende: "Todos los médicos y enfermeras del Hula se volcaron, tengo mucho que agradecerles. El trato es fantástico, desde Urgencias hasta Uci, que es impresionante, y hasta planta. Y , por supuesto, los cardiólogos". "No me explico cómo no hay Hemodinámica 24 horas", apostilla.

Antonio Jato. Retirado, 50 años
"Me iba a tumbar, pero el dolor no era normal"

Antonio Jato se levantó en septiembre del año pasado en su casa de Sarria a hacer un día normal. No trabaja porque, enfermo de silicosis tras muchos años de labor en una pizarrera, tiene una discapacidad conocida. Su espalda le da problemas y su movilidad está reducida.

Horas después, notó un fuerte dolor en el pecho que se resistía a desaparecer y le dijo a su entonces mujer que sería mejor reposar. "Pensé en descansar un rato, incluso me iba a poner el pijama para meterme en la cama, pero pensé que aquel dolor no era normal", dice. Cambió de idea y acudió al centro de salud, donde estaba su médico de cabecera de guardia ese día. Considera que ese fue su primer toque de suerte de la jornada, ya que se trata de un facultativo que conoce su historia clínica.

Allí se desplomó con una parada cardiorrespiratoria. Solo conserva dos imágenes posteriores, de dos breves momentos en los que abrió los ojos: la del techo de la ambulancia y la de la luz del quirófano. En el Hula sufrió una segunda parada. "Me desperté en la Uci. Me parecía que había pasado al menos un día y habían pasado horas. Creí que estaba amaneciendo y, en realidad, estaba anocheciendo. Me dijeron que tenía una arteria obstruida al cien por cien; otra al 75% y otra al 65%", cuenta y explica que el grueso de la información se lo proporcionaron a su familia y solo se enteró después.

El segundo toque de suerte de un día así llegó porque otra coincidencia situó al equipo de Hemodinámica en el Hula fuera del horario que regía entonces. "Estoy muy agradecido y creo que un hospital como el de Lugo necesita tener hemodinamistas de guardia las 24 horas", dice.

Antonio, que había hecho un cursillo promovido por el Ayuntamiento de Sarria para dejar el tabaco, seguía fumando. Una vez que recibió el alta, se fue unos meses a la casa de sus padres en O Courel y allí dejó el tabaco. Sin embargo, ha vuelto a recaer.

Aunque muchos infartados abandonan los buenos hábitos pasado un tiempo, cuando ya no tienen tan fresco el recuerdo de su ataque, Antonio dice que no es su caso. "Tuve un problema y por la ansiedad que me causó, volví a fumar. Pero tengo la intención de dejarlo", asegura.

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