Esther Vigo: "Era costoso vivir con escolta, pero me trataban con respeto y me dio seguridad"

Fue una de las primeras lucenses que tuvo vigilancia policial las 24 horas del día por riesgo extremo de violencia de género

Esther Vigo asegura ahora haber recuperado la paz. ANA SOMOZA
photo_camera Esther Vigo asegura ahora haber recuperado la paz. ANA SOMOZA

Su miedo se convirtió en coraje y ahora Esther Vigo ya no tiene reparos en dar la cara y contar cómo fue esa relación, en la que se vio varias veces entre la vida y la muerte y que la llevó a tener una escolta policial permanente, de veinticuatro horas diarias y durante tres meses, por riesgo extremo de violencia de género. Su caso fue uno de los primeros en los que se hizo necesaria la presencia constante de una patrulla de la Guardia Civil para evitar que su nombre fuese uno más de la lista negra de víctimas de violencia de género.

A Esther todo esto la pilló con 41 años y siendo ya abuela tras un matrimonio que le dejó tres hijos. En esas circunstancias, encontró a su nueva pareja. "Era el hombre más cariñoso que te podías imaginar, pero se obsesionó conmigo de tal manera que acabó haciéndome la vida imposible", afirma Esther, aún con dificultades para recordar lo que su mente trata de borrar.

La relación se vio deteriorada por los celos y por la violencia que él mostraba cuando Esther hablaba con cualquiera. "Si me veía hablar con alguien –hombre o mujer–, le cambiaba la mirada y era otra persona. Cualquiera que le hiciese sentir desplazado le provocaba esta reacción", dice.

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Esta lucense pronto comenzó a notar que esa relación podría llegar a ser peligrosa y la primera alarma le saltó cuando vio las reacciones de su pareja con su hijo pequeño. "Veía que sentía celos también de él y me di cuenta de que corría peligro la vida de mi hijo y hasta ahí llegué", cuenta.

Durante esos pocos meses, esta lucense recibió algún aviso de gente que conocía a su pareja y que sabía de sus reacciones, pero no las tuvo en cuenta. "Yo estaba ciega y pretendía echarle una mano, pero me vi en peligro enseguida. Sus amenazas eran constantes y sus reacciones, muy violentas. No es que pasase a darme hostias, ese no fue mi caso. Pero sí tenía otras reacciones, como cuando me llegó a amenazar con un cuchillo, me cortó el teléfono o me envolvió un almohadón alrededor del cuello y estuvo a punto de asfixiarme... El maltrato psicológico fue tremendo", afirma.

Un día decidió cortar. Cogió la ropa de su pareja, la empaquetó y se la llevó a la explanada que había frente a Carrefour Express, donde se encontraba. Hecho esto, Esther regresó a su coche y, sin darle tiempo a arrancar, él se abalanzó sobre ella echándole –según cuenta- sus manos al cuello. "Eran las tres de la tarde y todo esto ocurrió frente a la parada del bus, a tope de gente que no hizo nada por echarme una mano. Conseguí zafarme de él y eché a correr a gritos por la calle, pidiendo ayuda, para refugiarme en Arenal. Salí de allí y, finalmente, dos vigilantes de la Ora, que vieron la situación, llamaron a la Policía", dice Esther, que sufrió un derrame en una pierna y varios golpes en la cabeza.

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Su caso fue calificado de riesgo extremo y se le asignó una escolta de la Guardia Civil, día y noche, durante tres meses. Esther encontró un trabajo de cocinera en un bar de Vilalba y allí recibió la protección diaria de los guardias de Vilalba, Muras, Abadín, Cospeito y Castro de Rei. Dos agentes en cada turno de ocho horas siempre a su vera: a la puerta de su casa y del bar donde trabajaba y siempre a su lado hasta para cruzar la calle. "Todo el tiempo me sentí muy protegida en Vilalba. Lo peor era cuando venía a Lugo. No podía ir a la Praza Maior con mis hijos y nietos por miedo a encontrarme con él", dice Esther.

A esta mujer también le pusieron el servicio de teleasistencia de Cruz Roja. Sin embargo, su trabajo de cocinera le impedía a veces coger el teléfono y si no lo hacía, inmediatamente se activaba un protocolo de emergencia por lo que, al final, desistió del servicio. "Estaba obligada a tener siempre el teléfono cargado y contestar y eso, a veces, era imposible. ¡Imagínate si llamaban a las dos, en plena hora punta del restaurante y yo con una sartén al fuego! Así que me vi tan agobiada con el teléfono que, al final, renuncié", indica.

Sin embargo, de la escolta policial no siente más que agradecimiento. "Era costoso vivir así pero me trataban con respeto y me dio mucha seguridad. Él me seguía llamando y me decía que sabía dónde estaba y que iba a venir a por mí. Pero ahí tenía a los guardias. Estaban siempre en el portal de casa. Cuando subía, venía siempre un guardia conmigo, que abría las puertas y revisaba".