Viviendo entre ratas como gatos

La cocina y los colchones de su nueva vivienda. (Foto: Xesús Ponte)
photo_camera La cocina y los colchones de su nueva vivienda. (Foto: Xesús Ponte)

Tablones viejos, piedras, basura y ratas como gatos es lo que rodea a las cinco familias de okupas rumanos que, desde hace casi una semana, duermen a la intemperie en una antigua fábrica de chocolate de Paradai de Abaixo.

Todos ellos, menos tres que regresaron ya a su país, ocupaban ilegalmente dos casas colindantes de la misma calle. El pasado jueves, fueron desalojados por una comisión judicial. Cogieron sus bolsas y se quedaron, literalmente, en la calle.

Con lo puesto y poco más, encontraron cobijo en un edificio desvencijado donde se acumulan piedras, tablones y desperdicios. Dentro, entre las cuatro paredes de este inmueble con un mínimo techo en uno de sus frentes, duermen las mujeres. Fuera, lo hacen los hombres. Bien abrigados con mantas, pero teniendo como único techo el firmamento. Solo una pequeña tienda de campaña, tipo iglú, acoge en el mismo colchón a seis miembros de una familia. Se acomodan como pueden.

«Aquí estamos y así vivimos, pero no tenemos otro lugar a dónde ir. Las quince personas que estamos aquí dormimos en seis colchones tirados en el suelo. Estas noches vinieron muy frías, pero tampoco podemos hacer fuego. Nos calentamos con tres o cuatro mantas, nada más. Por el día, vamos a la fuente del parque del Sagrado Corazón a por agua. Cogemos una garrafa y con esa agua, cocinamos, bebemos y nos lavamos. No tenemos nada más», afirma uno de los cabezas de familia, Dorel, en paro y que vive, exclusivamente, de la mendicidad.

Mendicidad

Una cocina con dos hornillos, algunas ollas y una bombona de butano son todos los enseres de estas quince personas. Comparten lo que tienen, lo que consiguen, básicamente, de los contenedores situados al lado de los supermercados. Allí, noche a noche, consiguen fruta, pan y carne, con la que alimentarse. Del resto, lo que puedan sacar pidiendo, queda poco.

«Todos nos dedicamos a pedir. Vamos, fundamentalmente, a las puertas de los supermercados. Unos vamos al Gadis; otros, al Mercadona; otros, al Eroski... Mendigando sacamos unos 12 euros al día, más o menos. Muchas veces comemos de frío (fiambres o latas de atún)», afirman.

No tienen claro el tiempo que seguirán ahí, malviviendo en esas condiciones. Si llueve, el problema se acrecienta. «No tenemos a dónde ir. Tampoco podemos regresar a nuestro país porque, en mi caso, por ejemplo, saldría muy caro. El billete de autobús cuesta 135 euros por persona y nosotros somos cuatro. ¿De dónde saco yo 500 euros?», se pregunta Dorel.

EXPECTATIVAS
Trabajo y casa

Dorel ve su futuro más negro de lo que estaba. Desde que llegó a Lugo, hace un año y ocho meses, no trabajó en nada. Solo la mendicidad le permite, dentro de lo que cabe, sacar adelante a su familia.

«No trabajé porque no encontré nada, pero sí estaría dispuesto a trabajar en lo que fuese. En Rumanía, trabajé en una granja. Aquí también podría hacerlo. Si en mi país hubiese trabajo, me marcharía, pero no es así y, encima, tampoco tengo dinero para irme», manifiesta.

Servicios sociales

El día cunde en la antigua chocolatería. Duermen, comen si hay (ayer no había cena) y, estos días, toman el sol vestidos. Ninguno tiene una expectativa ni de un trabajo ni de una casa, pero sobreviven sin un techo, sin luz y sin agua. «Esperábamos que nos echasen una mano y nadie lo hizo», dicen.

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