''Viñemos un día de visita e xa levamos 12 anos''

Nair y Agustín, delante de su negocio (Foto: J. Vázquez)
photo_camera Nair y Agustín, delante de su negocio (Foto: J. Vázquez)

al frente de la Posada del Camino, uno de los locales que frecuentan los peregrinos en Portomarín, están Agustín Ares Méndez y Nair Blanco Pérez. En los doce años que este matrimonio lleva afincado en la villa, ya se ha ganado el afecto de sus vecinos. Y eso que, según confiesan los dos, su llegada fue fruto del azar. «Viñemos un día de visita e aquí seguimos», bromean.

Agustín y Nair fueron de los muchos gallegos que en los años 70 emigraron a Alemania en busca de trabajo, él desde Viana do Bolo y ella desde Tomiño. Se conocieron en Fráncfort a través unos amigos comunes y unos años después, en 1976, se casaron. En su larga estancia en tierras germanas, de casi 30 años, Agustín desempeñó varios oficios en el ámbito de la aviación, en compañías del aeropuerto de Fráncfort, y Nair trabajó en la farmacia de un hospital.

Cuando sus hijos Javier y Agustín alcanzaron la edad escolar, la pareja decidió que lo que mejor era que Nair regresase con los niños a Tomiño para que iniciasen allí sus estudios. «Como eu era empregado de aviación, non tiña problemas para viaxar por poucos cartos e viña velos dúas ou tres veces ao mes», recuerda Agustín. Después de dos años, los niños se quedaron en internados de León y Nair regresó a Alemania para regentar la Casa de España en Kelstebach y después un restaurante, en los que descubrió el mundo de la hostelería. «O traballo era distinto, servía máis pratos de carta e tiña unha clientela habitual; aquí damos menús e aloxamos a peregrinos», dice Nair.

A finales de 1998, una de sus frecuentes visitas a sus hijos, que por entonces estudiaban en Lugo, cambió su vida. La pareja se acercó a Portomarín para conocer a la dueña de la casa en la que vivía uno de ellos y ésta les propuso el traspaso del negocio con el que desde entonces se ganan la vida. El matrimonio dice que aceptó la oferta por su deseo de «estar cerca dos fillos», aunque también valoró la «tranquilidade» que transmitía el pueblo. Doce años después, Agustín y Nair no se arrepienten. Además, pese al tiempo transcurrido, aún pueden echar mano del alemán y del inglés que aprendieron en Fráncfort para atender a su clientela foránea.

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