Viejo, solo y, además, pobre

Bien podría decirse que Eduardo Hidalgo Reina llevó una vida de perros. Quince años durmiendo en la calle, sobre cartones y envuelto solo en un saco de dormir, son testigos de sus días y noches, a la intemperie, buscando un techo bajo el que cobijarse. Quizás, por eso, a sus 61 años, diga que está «gastado», aunque todavía no se considere viejo, en el sentido propio de la palabra.

Y no lo es. Sin embargo, su experiencia vital cuenta otra cosa. «Sufrí tres infartos cerebrales y pasé quince años en la calle. Eso mata mucho», sentencia.

Eduardo Hidalgo conserva, sin embargo, el buen humor. Él, malagueño, trabajó en sus años jóvenes de camarero y hasta fue maître de un restaurante en Puerto Banús. Sin embargo, nunca había sido recepcionista. Ahora, en cambio, sí lo es. «Vivo en el hostal Fornos. Llevo aquí tres años. Cobro una paga, la RAI (Renta Activa de Inserción), de 426 euros al mes, que me dan, alternativamente, once meses sí y un año, no. Ahora, me toca esperar un año y no cobro nada, pero sigo en el hostal. Por eso me ocupo de la recepción, para contribuir, con mi trabajo, a mis gastos. Además, también cocino para varios de los huéspedes», cuenta.

Ahora Eduardo iniciará los trámites para el cobro de la renta gallega, el Risga, en los que le echará una mano la ONG Ancianos del Mundo, que lo sacó de la calle. «Ancianos del Mundo me rescató y me ayudó hasta que volví a cobrar. Para mí su ayuda fue muy importante porque conseguí recuperar la autoestima y sentir que alguien se preocupa por mí», comenta.

Separado dos veces de dos mujeres distintas, Eduardo Hidalgo solo mantiene contacto con una hija y una hermana. Una está en Málaga y otra, en Girona. «Yo me quedaré en Lugo, aquí me encuentro bien y ahora no tengo problemas ni de techo ni de nada. A ver si arreglamos lo del Risga porque si tengo que volver a pedir creo que es mejor meterse en una caldera», afirma.

Eduardo dejó la calle cuando, como él bien dice, no pudo con la mochila. «Es más triste pedir que dormir en la calle. Estando en la calle es muy difícil volver a trabajar. No te respetan, no te valoran. Sigues siendo un mendigo y es un infierno», señala.

DE ALQUILER
Félix León Ávila presume de vivir en un palacio en su piso de alquiler de la Rúa Tinería. Tiene una cocina, una habitación y una pequeña sala. Todo un lujo en comparación con sus nueve años ejerciendo, como él también dice, de «alcalde de la Rúa Nova». «Sí, me llamaban así y también El Perrina porque cuando pedía siempre decía: Deme una perrina, por favor», afirma.

El Perrina, de 62 años, es extremeño y llegó a Lugo después de trabajar en el campo, recogiendo fruta, o en una fábrica de chorizos. En Ribadeo, un gallego le enseñó a pedir. Le costó, pero no le fue mal del todo. «Al empezar es muy duro, no tienes fuerza. Yo tenía que beber antes para poder hacerlo pero también es verdad que se gana más dinero pidiendo que trabajando. Ahora que también todo depende de cómo sea la persona. Si pones cara de lástima es peor, hay que ser natural», cuenta.

Félix ahora solo sale a la calle a pedir una vez a la semana. Cobra 347 euros de una paga de invalidez y con ella se costea el alquiler de la vivienda. De unos y de otros, todos amigos y vecinos, saca unos 250 euros al mes para comida y le llegan. «En el bar A Nosa Terra, también me dan comida todos los jueves», añade.

Y, pese a estar solo, es feliz. «Me ayuda la gente. Me dan dinero, me traen comida. Me regalaron una tele, una freidora, un microondas y un exprimidor. Antes, mi preocupación era buscar cada día un techo bajo el que dormir: lo que pedía por la mañana era para la pensión y la comida y lo de la tarde, para el resto de los gastos. Dormí también en los albergues, pero nunca sabía dónde iba a pasar la noche», afirma.

Dice que no necesita que nadie lo cuide, que se vale solo. Pero tiene, tras de sí, dos operaciones de un cáncer de garganta que lo obligan a tomar una fuerte medicación. «Las medicinas me las paga Ancianos del Mundo porque no entran en el seguro. Gracias a ellos, estoy aquí», cuenta.

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