Viajar

Tengo catalogados dos tipos de viajeros en el mundo: los japoneses, que en términos generales marchan a la carrera, fotografiando todo lo que encuentran, y el resto de los humanos, que nos detenemos y recreamos sin prisa, casi con sorpresa ante lo esperado.

Ahora las cámaras digitales han hecho el milagro de acercarnos a los japos porque la capacidad y el reciclado de la memoria de estas máquinas nos permite fotografiar todo sin pensar, como antaño, que se acaba el carrete o se vela, que la foto pueda salir movida o el pastón que va a suponer el revelado al regreso.

Los lucenses nos hemos hecho viajeros y compruebo que al igual que los japoneses, viajamos sobre todo para el recuerdo.

Dentro de unos días comienza la temporada vacacional, el trasiego por España, Europa o remotos lugares hasta el sanfroilán. Y se preparan las rutas, preguntándote por tal o cual país, qué problemas pueden surgir, qué tal se come, si resulta fácil moverse en los transportes públicos o cuáles son esos lugares ocultos que no figuran en las guías pero que constituyen, en cierta medida, la esencia de esos pueblos.

De momento voy aguantando el tirón echando mano de mis viajeros cuadernos de bitácora, acumulados a lo largo de los años. Pero sé que lo bueno vendrá después, a la vuelta, cuando fotos y vídeos traigan a la memoria cansancios, caminatas, comida basura e incomodidades que quedarán superadas porque en el fondo lo que estaba deseando esa gente era regresar para ver en casa, sin apuros, las imágenes que descubren a veces detalles en los que no se ha reparado.

Por eso temo la vuelta de vacaciones antes de empezarlas: por las fotos y vídeos de mis amigos que tendré que ver, con sus comentarios y explicaciones. Resulta duro, la verdad, aunque estos recuerdos  vengan acompañados de un buen Ribera del Duero y jamón de Montánchez.

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