Una ruta hacia la radioterapia

Pura Mosqueira, desayunando antes de subir a la ambulancia.
photo_camera Pura Mosqueira, desayunando antes de subir a la ambulancia.

Cerca de 600 lucenses se tienen que desplazar cada año a A Coruña para recibir tratamiento de radioterapia. Los que pueden lo hacen por su cuenta y los que no, en ambulancia, enfrentándose así a largas jornadas fuera de su casa, con el desgaste que eso conlleva. Todos ellos unen sus voces para reclamar un servicio prometido en su día para el Hula, pero que todavía no ha llegado.

«Non somos un equipo de fútbol, somos seres humanos que tentan vivir o mellor que poden e acabar os seus días cun mínimo de dignidade», dice enfadada Marga Portomeñe, quien desde hace un año lucha contra un tumor de mama. Tras pasar tres veces por el quirófano y superar ocho sesiones de quimioterapia, ahora le toca lidiar con la radioterapia; en total, 30 sesiones. Cada día se desplaza hasta A Coruña en una ambulancia colectiva, junto con otras siete personas, para recibir allí su tratamiento. A las tres menos cuarto de la tarde ha de estar preparada, ya que la pueden recoger en cualquier momento. Por el contrario, la hora de regreso es una incertidumbre. «Hai que agardar a que rematemos todos e, despois, que non xurda calquera imprevisto. O outro día tivemos mala sorte: un erro informático fixo que todo se retrasara unha hora e media. A sala de espera chea: xente da Mariña e da Montaña, da provincia da Coruña... Todos agardando e unha máquina... Chegamos a Lugo ás nove, a tempo de deitar as miñas fillas, de nove e cinco anos», explica.

Los desplazamientos hasta A Coruña están llenos de anécdotas y contratiempos, pero ninguno como el ocurrido hace una semana, cuando Marga y sus compañeros de ambulancia se disponían a emprender el viaje de vuelta a Lugo. «Saímos moi contentos, porque era o día que máis cedo rematamos coas sesións de radio, cando nos decatamos de que pincharan as catro rodas da ambulancia», cuenta. No entendían qué estaba ocurriendo. «¿Que mal facemos nós para que fixeran esto?», protesta Marga. Hoy, aún incrédula, recuerda unos hechos que asegura que no tienen ningún sentido. «Tivéronnos plantados durante horas. Unha grúa veu a recoller a ambulancia para traela ata Lugo e cambiarlle as rodas. Pretendían que estiveramos agardando ata que, de novo, unha vez que estivera lista, volvera ata A Coruña a recollernos», dice indignada. Protestaron a la empresa, pero eran las diez de la noche cuando entraron en sus casas.

El viaje de vuelta se hace, de por sí, eterno. El cansancio físico y mental es evidente. Hay muchos silencios, a veces rotos por palabras de ánimo de alguno de los compañeros de viaje. «Despois de tantas horas fóra da casa estamos desexando ver aos nosos. As miñas fillas agárdanme despertas porque só estou con elas un ratiño á hora de comer», dice con tristeza.

Esperanzas

Marga reconoce que en estos momentos su vida gira en torno a las sesiones de radioterapia. «Dame rabia. Teño o Hula a tan só dez minutos da casa. Se houbera o servizo de radioterapia prometido... Teño esperanzas de que algún día o poñan en marcha», explica.

Por encima de todo, ella es optisma y, aunque muchas veces tiene que hacer de tripas corazón, lucha porque se lo debe a sus hijas y a toda su familia, que la necesitan. Y una y otra vez agradece el apoyo recibido durante la larga batalla contra su enfermedad. «En xeral, a todo o persoal sanitario e en particular a Sofía, unha enfermeira do Hula que está sempre disposta a todo», concluye.

Al igual que Marga, Marta Cruz lleva un año luchando contra esta enfermedad. Desde el primer día se mantuvo fuerte. Lo más difícil, reconoce, fue contárselo a sus hijos, a su marido y a sus padres. Una vez que se quitó esa ‘losa’ de encima, se pudo centrar en combatir el tumor de mama que padecía.

Marta se ha enfrentado a cinco meses de quimioterapia y acaba de terminar la radio; en total, 31 sesiones en A Coruña, en las que ha conocido a muchos enfermos en su misma situación, que se tienen que enfrentar a kilómetros y más kilómetros, a horas y más horas de espera para darse una sesión de apenas cinco minutos. En su caso reconoce que tiene suerte, porque en A Coruña viven sus padres, quienes día a día la han estado acompañando en la sala de espera del Centro Oncológico de Galicia. «En el mejor de los casos podía quedarme a dormir allí, pero mi marido y mis hijos están en Lugo y lo que estás deseando es regresar a su lado», dice, con la fatiga pintada en el rostro.

Un largo viaje

Marta se levantaba cada día a las seis y media de la mañana. A las ocho tenía que estar lista. Junto a ella viajaban otras seis personas, un grupo en el que se generó una complicidad muy especial. A primera hora todo el mundo iba en silencio: agotados, pensando únicamente en ese largo día que tenían por delante. «Al fin y al cabo no dejamos de ser gente enferma. El acudir cada día a A Coruña se llega a convertir en una rutina de trabajo», subraya.

Una vez allí resulta inevitable mirar el reloj una y otra vez. «Lees, charlas, te tomas un café y cuando ves que la cosa empieza a retrasarse te entra la desesperación», explica. Comienzan entonces las llamadas a casa para dar las instrucciones pertinentes: «A todo el mundo le trastoca, pero a los que tenemos hijos…».

A veces eran las tres de la tarde cuando Marta regresaba a su casa de nuevo, y tocaba seguir. Su fortaleza es admirable. La compra, deberes, clases extraescolares… todo para lograr una normalidad que no es real. «Por ganas te meterías en la cama, pero lo único que deseas es recuperar la vida que tenías antes», dice con ánimo. Por eso no duda ni un ápice a la hora de reclamar el servicio de radioterapia para Lugo. «Al menos que se beneficien los que vienen detrás… Tenemos un hospital tan preparado al que le faltan unos servicios tan básicos... », suspira. Hoy Marta solo piensa en volver a trabajar, pero todavía se fatiga. Es la herencia de su tratamiento.

Ribadeo

A sus 85 años, a Pura Mosqueira no le faltan fuerzas para lidiar con una enfermedad que ha llamado por segunda vez a su puerta. Hace cuatro años se operó de un cáncer de mama y hace solo unos meses tuvo que volver a pasar por el quirófano. «Falar de cáncer… son palabras maiores, pero tamén é verdade que teño xa moitos anos e que de algo teño que morrer», se lamenta.

Esta vecina de A Devesa, en Ribadeo, se levanta cada día a las seis de la mañana, porque hacia las siete y cuarto una ambulancia viene a recogerla. Es su segunda vez y ya sabe de qué va esto, por eso en esta ocasión decidió solicitar el servicio de ambulancia. «Hai catro anos ía en taxi, porque meu fillo traballa e non me pode levar. Gastaba 140 euros cada vez que ía», cuenta. Esta vez va en ambulancia y reconoce que ahora son muchas horas fuera de casa, y que se le hace muy largo, pero al mismo tiempo se consuela: «O que algo quere, algo lle custa».

Una vez en A Coruña no son más de diez minutos, el resto del tiempo lo pasa en una sala de espera, haciendo tiempo. «Falas con outra xente que está coma ti ou peor. Hainos tan novos…», murmura con tristeza. Allí está sola y echa de menos a los suyos, pero siempre encuentra alguna palabra de aliento. Otras veces es a ella a la que le toca animar a los que ese día están más bajos. Tras las sesiones toca hidratarse mucho para evitar cualquier quemazón y, una vez que todos están listos, emprenden el camino de vuelta. «Os primeiros días viña moi estropeada e encontrábame mal. Agora vou un pouco mellor, pero todavía me queda, con un pouco de sorte, unhas 15 sesións», recapitula. Cuando llega a casa son, muchas veces, las tres de la tarde. El cuerpo solo le pide descansar un rato para después acostarse pronto, a las diez como muy tarde, porque al día siguiente hay que madrugar de nuevo.

Pura se une al resto de enfermos de cáncer para reclamar el servicio de radioterapia, tan necesario para Lugo y que evitaría tantos sacrificios a gente que, al fin y al cabo está, enferma. «Hai tantos afectados…».

LOS GASTOS, EN CIFRAS

La Asociación Española contra el Cáncer ha elaborado un informe para analizar el impacto que los recortes en prestaciones sociosanitarias puede tener sobre un enfermo con cáncer.

Lo que cuesta

Tomando como referencia a pacientes con unos ingresos medios por debajo de los 18.000 euros al año, con dos hijos menores, esta familia tendría que aumentar el gasto durante el proceso de de la enfermedad en 15 puntos, en los ocho meses que dura el tratamiento, si el transporte no está cubierto. Esto supone una cuota mensual para salud de un 18%.

Transporte

El 76% de este gasto es debido al transporte para acudir a tratamiento -zona rural-. Si no se cubriera el transporte sanitario no urgente, esta partida de gasto podría multiplicarse por tres.

Supervivientes

Las personas que superen la enfermedad tendrán que aumentar, de forma permanente, el gasto en salud derivado del cáncer en un 8% cada año, lo que supondría destinar un total del presupuesto familiar del 11% a salud.

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