Una pobreza presuntuosa

LOS AÑOS de bonanza económica generaron un montón de burbujas que han acabado por estallarnos a todos en las narices. Igual que las pompas, gordas y brillantes, que hacíamos de niños con el líquido jabonoso de aquellos frasquitos de colores que nuestros padres nos compraban en cualquier fiesta. Eran hermosas, pero efímeras. Demasiado frágiles para llegar a apreciar su tacto. Tan delicadas que a veces se desintegraban antes de que la luz del sol arrancase reflejos multicolor de su corteza transparente. Algunos ahorrábamos la solución espumosa para no quedarnos al poco rato sin juguete. Otros consumían con ansia el fluido a base de soplar y soplar. El aro de plástico se hundía una y otra vez en la mezcla. De forma mecánica, casi compulsiva, arrancaban del soporte circular decenas de esferas translúcidas. El caso es que, de una manera u otra, el resultado final era siempre el mismo. El pasatiempo se hacía demasiado corto. Dejábamos el bote más seco que la toalla de un hippie.

Alrededor de un lustro ha permanecido activo el segundo centro comercial más grande de A Coruña, el mayor de Galicia cuando fue inaugurado. Echará al cierre a finales de este mes. Cuando abrió sus puertas, en el año 2008, se formaban grandes colas para acceder al recinto. Eran otros tiempos. La época de vacas gordas fue un buen caldo de cultivo para los excesos. Se generó una sobreoferta que ahora, con las economías familiares achuchadas, se hace insostenible. En la ciudad vecina aún hay una decena de superficies de ese tipo. En Lugo, funcionan actualmente dos grandes áreas dedicadas al comercio. Una tercera está en fase de construcción. De todas formas, por esto o por aquello, su apertura ha ido dilatándose en el tiempo. Al menos de momento, quizás por prudencia, no hay fecha fija para su estreno.

Han cambiado muchas cosas en pocos años. Los buenos tiempos extendieron la creencia de que todos podíamos ser iguales, o al menos parecidos. Las facilidades que daban las entidades financieras para acceder a préstamos hicieron que las familias se empeñasen demasiado para satisfacer unas aspiraciones cada vez más elevadas. Al darnos de morros contra la pared, ese decorado irreal que habíamos construido con dinero ajeno acabó por desintegrarse. Igual que una burbuja de jabón. Ahora, los bancos han cerrado el grifo y miran mucho más a quién le prestan la pasta. Se nota en la deuda a largo plazo y en aquella que hay que amortizar en poco tiempo. Se conceden muchas menos hipotecas para la adquisición de viviendas, pero también ha bajado el volumen de créditos personales para comprar coches o televisores de tropecientas mil pulgadas. La caja ya no se abre con tanta alegría y la gente tampoco se mete a inversiones heroicas.

Curiosamente, a pesar de las rebajas o de la congelación de salarios, del aumento del paro, de la subida de impuestos o del incremento de tarifas en algunos bienes de primera necesidad, hace unos días hemos sabido que el nivel de riqueza de las familias se sitúa en valores superiores al inicio de la crisis. Precisamente, uno de los conceptos que explica esa circunstancia, aunque no es el único, es la reducción del nivel de endeudamiento. La gente vive con menos ingresos y ha mermado su capacidad de ahorro, pero cada vez se arriesga menos a comprar con el dinero que no tiene. Evidentemente, no todo se debe a la cordura del personal. También influye en esa circunstancia la negativa de las entidades financieras a conceder créditos.

La tormenta que aún tenemos sobre nuestras cabezas ha arrasado conquistas sociales que tardaremos muchos años en recuperar. Ha descargado mucho sufrimiento y ha obligado a la mayoría de la sociedad a hacer grandes esfuerzos que repercuten en la calidad de vida de las personas. Por ello, también debería dejar algunas lecciones valiosas para el futuro. Enseñanzas que no deberíamos olvidar sobre comportamientos que habrá que corregir. Ya lo dijo San Agustín, «no hay riqueza más peligrosa que una pobreza presuntuosa».

Comportamiento de cretinos

EL debate que ha suscitado la forma en la que debe llegar la infanta Cristina al Juzgado de Palma parece de coña. Quiero pensar que a la mayoría nos importa un pimiento si baja la rampa a pie, en coche o montada a caballo. Lo interesante pasa de puertas para dentro. También en Lugo algunos letrados parecen darle mucha relevancia al recibimiento que le dan los medios a sus defendidos. Al ver cámaras, contestan de forma borde y se comportan como auténticos cretinos. No ven que también los periodistas hacen su trabajo.

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