Un propósito, pero bueno

MIS PADRES no me enseñaron a decir "te quiero". No eran buenos tiempos para la lírica, demasiado ocupados como estaban en querernos y en enseñarnos a querer. Y no es que en casa no seamos cariñosos, pero es un cariño de los antes, de los de ropa heredada, habitación compartida y dos muslos de pollo para cuatro, cuando la ternura tenía forma de colleja de hermano y escocía el cuello. También de besos y abrazos, que nunca faltaron, pero sin despilfarros, cuando tocaban, cada cosa en su momento.

Es curioso como muchos de los recuerdos más fuertes de nuestras infancias están ligados al cariño, al de de veras, no a ése que nos ha llegado vía culebrón, trufado de "miamol", "cielito", "amorsito" y así. En el mío, cierro los ojos y acompaso la respiración cuando escucho los pasos de mi hermano mayor por el pasillo y oigo cómo abre la puerta de la habitación; él, creyendo que estoy dormido, y sólo porque lo estoy, me acomoda la almohada, me arropa, me besa y se va, seguro de que no me he dado cuenta de su momento de debilidad. No puede haber un "te quiero" mejor, pero nunca se lo he oído decir. Ni él a mí, ni a mis otros hermanos, ni a mis padres. Ni falta que hacía.

Sólo con el paso de los años he ido descubriendo el valor de un buen "te quiero", aunque todavía me cuesta un mundo pronunciarlo y se me hace áspero en el oído. Tuve, supongo que como todos, una época con mejor disposición a vocalizarlo, aunque fuera en un susurro en cualquier conversación de ésas que acababan con el "cuelga tú... No, tú... Tú primero", pero se trataba más bien de una cuestión de hormonas en proceso de confusión.

Tampoco hablo de ése que ahora está de moda en algunos ambientes ‘cool’ y que aparece en las grabaciones de cualquier investigación policial, al estilo de "te quiero un huevo, tío", y que lo mismo vale para agradecer unos trajes que una subcontrata en una obra pública. No, un "te quiero" como dios manda, uno sin mariconadas, aún tienen que arrancártelo con buenas artes y te ruboriza por dentro y se queda martilleando un buen rato dentro de la cabeza de quien lo recibe.

Y no nos engañemos, tampoco es que haya tantas oportunidades. Eso del amor fraternal entre toda la humanidad, así, a montón, es una zarandaja que no se la cree ni el Papa, y eso que le va en el sueldo. Tampoco lo confundamos con la simpatía, ni siquiera con el cariño. Si lo pensamos con cierto rigor, no hay tantas personas en nuestras vidas a las que les debamos un "te quiero" en condiciones. Cuenten, si no, y verán. Me refiero a ésas imprescindibles, a ésas cuya ausencia sólo se cura con medicación de la dura.

Dicen los psiquiatras que a nuestra sociedad se le ha amputado por las bravas la capacidad de resistencia al dolor; por eso ahora llamamos depresión a lo que antes llamábamos duelo y los divanes se llenan de personas que no saben cómo llorar a los que se van. Pero dicen los psiquiatras que en todos los casos ese llanto castrado viene acompañado por el lamento de lo que no se hizo, de lo no se dijo: "Doctor, se ha ido sin que pudieran decirle que lo quería". Piensen cuántas personas dejarían en ustedes con su ausencia un vacío lo suficientemente grande como para meter una carretilla de antidepresivos y ansiolíticos o varios barriles de alcohol. Pues de ésas hablamos.

Yo les voy colando a mis hijos un "te quiero" de vez en cuando, como sin darle importancia, por ir ablandándoles el oído y educándoles el corazón. Es cuando sólo ellos me oyen, aprovechando un abrazo casual o cuando los meto en la cama. Y va dando sus frutos, sobre todo con el mayor, más que nada porque es el único que habla —bueno, hablan los dos, pero sólo entendemos a éste—.

A veces, sin más, entre juegos, me desliza un "te quiero" —pocos, para qué engañarles, debe de ser cosa de familia—. Y en ese momento siempre se me vienen a la cabeza mis padres, mis hermanos y esa manía nuestra de no decirnos "te quiero" ni cuando nos arropamos.

Este año, como todos, había pensado en volver a ponerme dejar de fumar como buen próposito. Pero como ya se lo ha pedido el Ministerio de Sanidad, he pensado que estaría bien este otro: conseguir que todas las personas a las que quiero sepan que es así. Pero de verdad, no escribiéndolo en cualquier sitio con la esperanza de que alguien lo lea y se dé por aludido.

(En la foto, un poco de fraternidad felina)

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