Un país de bancos, bares y farmacias

Cuando cumplí doce años, tracé un plan maestro para alcanzar uno de los tesoros más ansiados por los niños de mi generación: una bicicleta de carreras. Desde luego, como comprobé más tarde, el artefacto no resultó ser más cómodo que aquella de paseo que me habían comprado mis padres, pero entonces aquel velocípedo me parecía poco fardón y, desde luego, nada llamativo para el otro género, que empezaba a reclamar mi atención. Poco aficionado a los deportes anaeróbicos, entre mis intenciones no figuraba subir un puerto de montaña, pero estaba convencido de que con aquel vehículo rompería la pana en mi pequeña sociedad preadolescente. Entonces pensaba que si la mona se viste de seda, aunque no llegue a princesa, por lo menos puede quedar resultona.

Después de una negociación más bien corta, zanjada con un «tú piensas que el dinero se hace en una sartén», quedó cerrada para semejante gasto la línea de crédito paterno-filial. Como niño tozudo y caprichoso que era, no me di por satisfecho y me lancé sin remordimientos a la búsqueda de nuevos inversores. Encontré pronto una presa fácil, mi abuelo y también padrino. El trato se cerró con un pacto entre caballeros. Yo me comprometí a visitarlo más a menudo con mi nueva bici y él a subvencionar la compra del vehículo cuando fuese «a cobrar» su pensión «en la caja de ahorros».

Fue mi primer contacto con una realidad que, como descubrí más tarde, se sucedía cada principio de mes. Decenas de personas mayores hacían cola en la caja de ahorros para cobrar el ‘subsidio’ y pagar el recibo de la luz, de forma que la presencia de una sucursal bancaria en el pueblo era, al menos para una parte importante de la población, un servicio público esencial.

Pasados algunos años, después de visitar muchos de los ayuntamientos rurales de Lugo, comprendí que vivimos en un país en el que la existencia de una sucursal bancaria, una farmacia, algunos bares y la casa consistorial marca la diferencia entre muchas capitales municipales y otras aldeas del mismo lugar.

Dice un buen amigo que la auténtica obra social de las cajas de ahorros es, precisamente, su presencia en muchos núcleos de población de la provincia, más allá de las actividades o proyectos que subvencionan, porque garantizan la supervivencia de un servicio cuya desaparición obligaría a los vecinos, normalmente a personas mayores, a desplazarse a otros lugares para hacer trámites tan elementales como cobrar su pensión o pagar los recibos.

Por ello, con independencia de los grandes movimientos financieros que realice NovaCaixagalicia o de la incorporación de un gestor como José María Castellano para garantizar su propia supervivencia, también habría que preguntarse qué va a pasar a partir de ahora con la red de sucursales de la entidad.

LA IMAGEN
El precio de la leche producida en Galicia podría alcanzar la media europea en agosto

Con la actual situación económica, las buenas noticias cobran un significado especial. No va a solucionar los problemas del sector, pero la subida de 0,03 euros que anuncian algunas industrias puede igualar el precio de la leche que se produce en Galicia con la media europea. Un alivio para miles de explotaciones lucenses que lo están pasando mal.

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