Un Ikea nocturno y de rastrillo

Me molesta reconocerlo, pero la evidencia se me viene encima como un alud: solo nos duele el bolsillo. Para evitar algo no solo hay que prohibirlo también hay que sancionarlo. Con dinero. Del de verdad.

Esa clase de pensamientos inquietantes me atacan, con precisión suiza, cada vez que bajo la basura. Cuando giro la esquina y diviso el contenedor rodeado de maderas, colchones, carros de bebé o televisores me tienta lanzarme a llamar a gritos a algún agente de la ley o a quien sea que pueda evitar semejante selva creciente alrededor del mobiliario urbano.

Por algún motivo que no acierto a entender, en mi calle se monta un Ikea de rastrillo cada noche sin que sea consciente de ello hasta que ya está listo, como esos escaparates que se preparan tras una sábana y una no ve más que una mano, un pie o la cabeza de un maniquí siendo manipulado. Cuando llego, todo está ya allí, jamás he podido contemplar el espectáculo que, con seguridad, supone arrastrar colchones raídos o sofás destripados con los muelles a la vista calle arriba y calle abajo.

Por esa razón, porque jamás he podido ver a alguno de los decoradores de la basura en acción, pienso que las casas de esa calle están en continua renovación, y que los creadores de esa decoración efímera deben de ser extremadamente sigilosos y rápidos. Lo suficiente como para no ser cogidos con las manos en la masa jamás. Una mafia transportadora de trastos usados que disfrutan recreando minisalones en los alrededores de los contenedores.

Semejantes comportamientos se multan porque la basura es una cosa y los sofás tamaño vestíbulo de hotel, otra. En realidad, son acciones susceptibles de ser multadas, pero difícilmente se sancionan. Si una persona que vive allí no se percata de la llegada del televisor con la pantalla rota hasta el último momento, ¿cómo lo hará quien tiene capacidad de multar?

Lo cierto es que para este caso, la única posibilidad de diligencia sancionadora sería la instalación de una garita al lado de cada contenedor para que un agente pudiera supervisar el depósito correcto o no de la basura. Al igual que las cajeras del supermercado inspeccionan los bolsos de los clientes demasiado perezosos o apresurados como para dejarlos en las taquillas, los agentes del contenedor supervisarían que, efectivamente, las bolsas de basura contuvieran basura y, además, que esta cupiera dentro de una bolsa, lo que eliminaría la posibilidad de colar las estanterías tamaño XL que esta noche, como todas, reposarán en los contenedores de mi calle dejadas allí por sabe Dios quien.

Deduzco que, al punto limpio, solo viaja el camión de la basura para dejar donde se debe el escaparate que lucía en el Ikea de mi calle la noche anterior.

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