no se plantean fallar ni una sola Semana Santa a su cita con la cofradía. Por herencia, por una promesa, por tradición o por fe, cada uno de ellos mantiene su condición de cofrade como un gen propio e individual que los identifica dentro del resto del tejido social.
Pedro Antonio Castillón Palomeque confiesa, por ejemplo, que lo suyo con las cofradías «es una historieta». Esta historieta comenzó ya con sus padres. Su progenitor, extremeño, pertenecía a una cofradía, a la que también se unió él de joven. Su madre, andaluza de Jaén, estaba en otra, la popularmente conocida como Cofradía del Abuelo -«porque el nombre es muy largo y nadie se acuerda nunca», explica-, a la que también se vinculó unos años después.
No fue la última. En 1990, Pedro Antonio llegó a Lugo y, cómo no, acabó también formando parte de otra cofradía. En este caso, la del Buen Jesús.
«En las tres, salía el Nazareno. En la extremeña y la jienense, hay, además, una Virgen. Aquí, en Lugo, no la tenemos, pero sí está presente el Nazareno».
Pedro Antonio sale el Martes de Pascua con el Buen Jesús y el miércoles coge el coche rumbo a Jaén para cumplir también como cofrade, en la procesión que sale la madrugada del Viernes Santo y que dura doce horas: de dos de la mañana a dos de la tarde.
«Yo solo soy un nazareno que va portando una vela, no cargo con ningún paso, pero la procesión va muy lenta porque los pasos se llevan a hombros, el recorrido es el doble que el de Lugo, se para también durante la procesión varias veces, la gente jalea los pasos y da ‘vivas’ a la Virgen, las salidas y entradas son lentas porque los pasos no caben por las puertas, las callejuelas estrechas impiden que se circule bien y sale el Cristo con la Verónica y bailan las imágenes unas con otras», detalla este cofrade del Buen Jesús.
Luis Casanova Santos heredó la cofradía de La Esperanza porque, realmente, fue él mismo quien la fundó. El vínculo de Luis Casanova -ahora, vicetesorero- con la cofradía comenzó con pocos meses de vida. Cuando era un bebé, sufría una enfermedad, que no llegó a ser diagnosticada pero sobre la que los médicos hacían un mal pronóstico. Su padre, Arcadio Casanova, ofreció el niño a la Virgen e hizo una promesa de que si salía adelante su hijo, haría algo por ella.
Luis salió adelante y su padre ideó crear la cofradía de La Esperanza, que se fundó en 1952 tras encargar la imagen, a la que atavió con el vestido de novia de su mujer. Sus primeros recuerdos en torno a la cofradía se ciñen a cuando acompañaba a su padre a la estación del tren para recibir a los marinos, dado que la Armada es la hermana mayor de la cofradía. Desde entonces, no falló ni un solo Lunes Santo.
«Salí todos los Lunes Santo de mi vida. El Jueves Santo me voy a Viveiro, donde salgo también, como cofrade, en la procesión del Ecce Homo de la Misericordia, pero el Lunes Santo, para mí, es un día sagrado», manifiesta.
Rosita Lourido anda ya por los 99 y pocas son las generaciones de lucenses que no la conocen. Ella y su hermana Ofelia fueron las fundadoras, hace más de 60 años, de la cofradía de La Borriquita, donde participan 700 niños vestidos de soldados romanos y de hebreos. Ella y su hermana estaban vinculadas a Acción Católica. De hecho, los trajes de los niños fueron confeccionados por las integrantes de este colectivo. «Alguna aún vive hoy. Entonces, solo había dos procesiones: la del Santísimo y la del Desenclavo. Siempre salimos, incluso cayendo agua «a chuzos». Tanto le quiero a la cofradía que me encantaría morirme el día que se muriese la Borriquita, para que nos enterraran a las dos juntas», confiesa.
El éxito de la cofradía fue tal que hoy, más de medio siglo después, conviven hasta tres generaciones de familias que compartieron, en algún momento de sus vidas, los pasos de La Borriquita. «Hay abuelos que fueron soldados y mandan a sus nietos a la cofradía. Por eso, pusimos en la procesión del Cristo del Perdón, a un grupo de veteranos de La Borriquita, para que vayan los abuelos», cuenta Rosita.
Ella dice que si le falta la Semana Santa, le falta algo. De hecho, comenta que, incluso después de la Pascual y durante el resto del año, sigue trabajando para la cofradía. «Hago los recibos, los compruebo y también hay otras tareas como lavar, planchar y coser la ropa, por ejemplo», afirma.
Blanca Roibás y Carmen López Mosquera trabajan en Aspnais. Blanca es trabajadora social y Carmen es la responsable del taller de alfombras. El Domingo de Ramos y el Viernes Santo se ponen la mantilla y salen, en procesión, con 40 mujeres más, acompañando a la Virgen de los Dolores.
«Nunca nos habíamos puesto mantilla antes y tiene su truco, lo mismo que la peineta. Hay que hacer bien el moño, sujetarlo con dos peinetas más pequeñas en las que luego enganchar la grande y, por si acaso, antes de salir, movemos la cabeza de un lado para otro para comprobar que no se nos caiga», explican.
Carmen es la más mañosa. Ella se pone la peineta a sí misma. Sin embargo, las demás dependen de ella ya que Carmen es la artífice de que todas lleven la peineta bien colocada, tarea en la que se empeña dos horas antes de la procesión.
Si la peineta puede resultar incómoda, también lo son los tacones y, sobre todo, el frío. «Llegamos cansadas y con frío porque la procesión hace paradas, pero resulta muy enriquecedor estar en la cofradía dado que hay gente de todas las edades», dice Carmen.
Jacobo da Silva Ares tiene 29 años y es el vicesecretario y costalero. De pequeño, desfilaba en el Santo Entierro. La devoción que heredó de su abuela por la Virgen de los Dolores lo condujo hasta la cofradía del Desenclavo. «Le rezo todos los días pero no soy de pedirle mucho, no le doy mucho la lata», confiesa. Este costalero en paro, que trabajó de jardinero y ahora estudia Políticas, asegura que carga con el paso (unos 20 kilos) por fe, tarea en la que se empeña cada Viernes Santo.
Carlota Novo tuvo cuatro hijos y estudió Magisterio, Graduado Social y Derecho. También fue secretaria xeral de Xustiza y creó la Policía Autonómica. A los 57 años, se jubiló y se centró en la Iglesia. Ahora se acaba de convertir en la primera mujer presidenta de una cofradía en Lugo, la Sacramental. (Estrictamente, Rosita Lourido e Isabel Lagares, de la Virgen de la Esperanza, son hermanas mayores) «Esta cofradía era solo de hombres hasta 2005. Ese año fray José se dirigió a las mujeres que nos encargábamos de la adoración nocturna del Santísimo, para que nos apuntáramos y todas dijimos que sí. Ahora el 80 por ciento de los cofrades somos mujeres», cuenta.
Rosita Lourido. LA BORRIQUITA
«Empezamo s con siete y ahora terminamos con 700 niños. Mi madre era maestra y yo, catequista, siempre nos gustaron los niños y por eso nació la cofradía», cuenta Rosita Lourido, fundadora, hace más de 60 años, de La Borriquita.
Pedro Antonio Castillón. EL BUEN JESÚS
« Vi que en Lugo hacía falta gente en las cofradías para echar una mano y me metí. En Andalucía, la gente se pelea por estar en una directiva. Aquí eso no pasa», comenta Pedro Antonio Castillón, cofrade en Lugo y en Jaén.
Luis Casanova. LA ESPERANZA
« Cuando mi padre me inscribió como cofrade de vara, tuvo que pedir la autorización del obispo por lo pequeño que era», afirma Luis Casanova, que fue, sin pretenderlo, el germen de la cofradía de la Virgen de la Esperanza.
Carmen y Blanca. LOS DOLORES
«Si va bien puesta la peineta, ni duele, ni pesa. A mí me hace ilusión, ya de niña quería ir con mantilla. Este año, además, llevamos la medalla con la cruz de la cofradía», afirma Carmen López, que sale en procesión con Blanca Roibás.
Carlota Novo. LA SACRAMENTAL
«Nuestra procesión es única en el mundo porque solo aquí, en Lugo, sale el Santísimo Sacramento a la calle. El Jueves Santo saldremos con unas varas que llevarán unas flores. El viernes, portaremos, en su lugar, unas cruces pequeñas», señala.
Jacobo da Silva. EL DESENCLAVO
«Somos 42 hombres, este año salen, por primera vez, mujeres costaleras. Es duro, nos duele el hombro durante varios días ¡y eso que el varal lleva una almohadilla!, pero es mucho peso y mucho tiempo», afirma.
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