Un arte que está en la calle

Una firma o una pintada en la calle es para los grafiteros una auténtica obra de arte. Una forma de expresión que convierte los muros grises de una ciudad en auténticos murales que aportan un valor añadido al entorno. Así lo defienden, aunque en más de una ocasión les haya costado algún que otro disgusto con la Justicia.

Pablo Lage es grafitero desde que tenía 13 años. Las pintadas en la calle comenzaron pronto a llamarle la atención y, arropado por un compañero de clase con el que compartía la misma afición, decidió probar suerte. Los libros y las revistas especializadas le ayudaron a adentrarse en las técnicas del spray, porque hace 14 años contactar con otros grafiteros no era tan sencillo. «No existían internet ni redes sociales que nos abrieran las puertas», cuenta. Pocos eran los locales donde se vendían este tipo de pinturas y, además, eran muy caras. «Cada spray te costaba 500 pesetas, casi lo que te daban de paga. Iba ahorrando todas las semanas para hacer mis pequeñas cosas en alguna fachada o muro en el que no molestase», recuerda.

Fue más tarde, ya con 17 años, cuando Pablo empezó a moverse por otras ciudades junto a otros compañeros amantes de este arte, aún hoy en día clandestino, aunque cada vez más valorado. «Contactar con otra gente de este mundo y compartir tu obra con ellos te ayuda a mejorar tu estilo y tu técnica», asegura. Además, tiene muy claro que también es una forma de hacer turismo: «El apoyo entre grafiteros es incondicional y te sientes como si fueras una familia».

Aunque reconoce que actualmente el mundo del grafiti ha mejorado su imagen e incluso ya se pueden encontrar obras en algún museo, los grafiteros siguen creándose un personaje propio con un seudónimo tras el cual esconder su identidad real. Pablo es ‘la Gripe’ y, en su caso, no duda en mostrar su agradecimiento al Concello de Lugo por poner a su disposición lugares donde dar rienda suelta a su arte, sin prohibiciones ni temores. «A través de nuestras pintadas ayudamos a dar color a una ciudad llena de muros grises», apunta.

Pablo Lage no se siente especialmente perseguido en Lugo, todo lo contrario a lo que suele ocurrir en ciudades más grandes. «En Madrid o en Barcelona hay muchos más grafiteros y el espacio que te ceden llega a menos», cuenta.

A sus 27 años, él ha hecho realidad el sueño de hacer de su hobby una profesión. Un grupo de amigos que solían salir los fines de semana a pintar decidió un buen día materializar el proyecto y hacerlo para todos aquéllos que quisieran contratarles. «Accedimos a las becas de la Fundación CEL y nos encaminanos a donde estamos actualmente», cuenta. La empresa Concepto Circo nacía en plena época de crisis y por eso pronto decidieron diversificar sus líneas de negocio. Así, además de grafitis, ofrecen sus servicios como diseñadores e ilustradores gráficos, así como un sinfín de trabajos dirigidos al mundo audiovisual. Además, tienen su propia marca de ropa. «Son muchos los particulares que se acercan a pedirnos que les pintemos grafitis en habitaciones y salones —dice—. Hacemos cualquier cosa».

Su empresa también organiza un festival internacional que desde hace cinco años convierte a Lugo en la sede mundial de los grafiteros. «Vienen profesionales de renombre desde todos los puntos de Europa, e incluso de EE.UU.», asegura.

ILEGALIDAD
Marcos Pereira, más conocido como ‘Sniger’, es uno de los socios de Pablo en esta aventura empresarial. Sus primeras incursiones en el mundo del spray fueron hace 12 años y reconoce que la ilegalidad que esconde este hobby le trajo algún que otro problema e incluso hubo algún momento en el que lo llegó a pasar mal. «No conozco a ningún grafitero que se haya hecho famoso por pintar cuadros», bromea. Además, a esto hay que añadir la presión de su entorno familiar. «Sé que no es fácil entender que tengas un hobby por el que puedas llegar a ser perseguido por la Policía”, apunta. Así, asegura que son muchos los que empiezan, pero pocos los que continúan con esta afición. Marcos echa cuentas y no le salen más de una decena de grafiteros en Lugo

Para llegar hasta el punto en el que él se encuentra hoy en día hay que trabajárselo. En el camino quedan muchas horas de investigación sobre un arte en el que no hay reglas escritas. «Aún recuerdo la primera vez que vi los grafitis en la calle. Me impresionaron mucho. Es algo espontáneo y fresco», subraya.

Marcos no duda en denunciar la hipocresía con la que se mueve este mundo. Así, explica que hay grafiteros de renombre cuyos dibujos «se los rifan y cuestan mucho dinero. Ahí parece que ya no hay delito, que el componente ilegal desaparece», indica.

Los fines de semana hay quedada. Spray en mano, Marcos y su grupo de amigos salen a buscar algún muro que decorar. Hay lugares ya establecidos, como puede ser Frigsa o Fonte dos Ranchos, pero también alguna casa abandonada de las afueras puede servir en ocasiones como lienzo para estos artistas. «Cada fin de semana que salimos no pedimos un permiso como tal, pero hoy en día no nos sentimos perseguidos», cuenta.

Aunque no hay unas reglas escritas, todo grafitero sabe que para pintar sobre una pintada, la que se va a hacer debe estar más elaborada que la anterior. O bien conocer al autor y que éste le haya dado permiso. En el caso de Marcos, asegura haber hecho multitud de pintadas durante todos estos años y, profesionalmente, haber decorado las paredes de pabellones de diferentes localidades.

ANONIMATO
Manuel Pallín, otro de los socios de Concepto Circo, prefiere no desvelar su seudónimo y mantener oculta su identidad como grafitero.

Manuel se introdujo en este mundo cuando tenía 13 años. Adoraba el hip-hop, un estilo de música que no se podía entender si no iba aparejado con el grafiti. A Manuel sus dotes artísticas le vienen de familia y, en este sentido, se sintió un poco más arropado. Sin embargo, aclara que sus padres siempre le exigieron que su gusto por el grafiti lo desarrollara dentro de los márgenes de la legalidad. «Tengo que reconocer que, como todos, tuve problemas con la Policía en alguna ocasión», cuenta.

Para Manuel, ésta es una disciplina artística que no se puede plasmar sobre un lienzo, sino que necesita unas dimensiones más amplias. «Si no te facilitan el espacio lo tienes que tomar por tu cuenta», señala. Pallín asegura que en estos 18 años su técnica ha pasado por diferentes estilos, que ha ido fusionando y modificando con el paso del tiempo.

En su caso, el momento de hacerse con un seudónimo es tan importante como el del bautismo. «Es como crearte un alter ego, obligado por el carácter ilegal que a veces entraña este hobby», apunta.

Este grafitero valora de una forma especial el haber convertido una afición como ésta en una forma de vida. «Cuando nosotros empezamos no teníamos ninguna referencia en el mercado y al final hemos logrado salir adelante y hacernos un hueco entre el público», asegura.

A la hora de separar el vandalismo del grafiti, Manuel Pallín explica que eso va con cada uno, pero no duda en defender que todas las pintadas son grafitis. «Unos lo usamos de una manera más artística y otros lo hacen de una manera más vandálica», matiza.

ABRIRSE CAMINO
Sebastián Pazos tiene 20 años y actualmente estudia en Lugo Diseño Gráfico. Hace cuatro años que decidió coger un spray «para ver qué podía salir de ahí». Pronto se dio cuenta de que aquéllo se le daba bien y que además le servía de llave para abrirse puertas en el mundo del arte. «Nunca me había planteado ser diseñador gráfico hasta que empecé a tomar contacto con los grafitis. También empezó ahí mi interés por la pintura», cuenta.

Haber nacido en la generación de las redes sociales y de internet le ha ayudado mucho. «De otra manera, no habría podido conocer todas las técnicas que encierra el mundo del grafiti», señala con convencimiento.

Sebastián tampoco quiere desvelar su seudónimo. Hasta ahora, asegura haber tenido mucha suerte y aunque en alguna ocasión tuvo que escapar de la Policía y enfrentarse a algún juicio, «nunca fue nada gordo», aclara. No considera que en ningún caso esté haciendo nada ilegal. «Intento buscar lugares deslucidos para convertirlos en vistosos y llamativos», dice.

A través de sus incursiones callejeras le ha ido saliendo algún que otro trabajo de particulares que buscan un mural original con el que decorar su casa. «Ya no es la primera vez que en plena calle, mientras pinto, se me acerca gente para contratarme», cuenta Sebastián.

En su caso, los fines de semana también son sagrados. Es un momento de ocio para pintar lo que a cada uno más le guste, o incluso para visitar a grafiteros de otros puntos de España con los que intercambiar opiniones e impresiones, con el fin de adquirir nuevas técnicas y estilos. «Siempre tienes a alguien que admiras, con el que te encantaría hacerte un muro, así que terminas haciéndolo, aunque tengas que recorrer muchos kilómetros», añade como despedida.

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