Trabajadores del mundo: relax

Una facción de postmarxistas y anarquistas a lo largo de la historia entendieron que el paso siguiente que había que dar para dinamitar el capitalismo era difundir la idea de hacer el vago. El francés Paul Lafargue, yerno de Marx, publicó a finales del siglo XIX El derecho a la pereza, una revisión a los postulados de su suegro dándole la vuelta a la tortilla y reivindicando las bondades del ocio para "trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo más posible". En épocas de bonanza económica y de superproducción surgieron seguidores de Lafargue como contraposición ideológica al capitalismo reinante. En los ochenta, se hizo célebre La abolición del trabajo del anarquista Bob Black —que acababa con el lema "Trabajadores del mundo: ¡Relax!"—, y hace un lustro varios autores contraponían la producción a todo trapo con las excelencias de la vagancia, que para echar horas en la oficina siempre habrá comisiones europeas que lo respalden.

El Día Internacional de los Trabajadores, aunque se celebre haciendo puente, no tiene como referente a Lafargue sino a la reivindicación tradicional del movimiento obrero internacional. Lo cierto es que el 1 de Mayo y el Día del Orgullo Gay, presuntamente las manifestaciones más desobedientes del momento, tienen los mismos orígenes que la mayoría del santoral tradicional: todos nacen como homenaje a unos mártires por la causa y derivaron en jornada festiva. Tampoco es que haya mucha diferencia entre el ritual de la eucaristía y el del paseo con bandera y pancarta, y siempre me llamó la atención la escasa renovación en la retahíla de consignas y la obligatoriedad de la rima consonante como transmisor de ideas. 

Entiendo que el 1 de Mayo fuese más bien soso en esos años en los que el capitalismo repartía beneficios hasta con los pobres. Pleno empleo nunca tuvimos, pero hasta para esta ciudad de sector servicios un seis por ciento de paro es para abrazar el modelo como triunfante multiplicación de los panes y los peces. El problema está cuando el sistema se vuelve vulnerable, y los que tenían ahora la oportunidad de ofrecer unas alternativas posmodernas —que es lo que toca— y con visión de futuro, usan la misma cantinela rimada que en los tiempos en los que todos éramos un poco más ricos. 

Las tesis de Lafargue se han hecho populares por obligación. El trabajo está siendo abolido a base de la destrucción del modelo tal y como lo conocíamos, y a los trabajadores no nos queda más remedio que entregarnos al disfrute intelectual.

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