Testigo del México profundo

Damián Bruyel. pepe  álvez
photo_camera Damián Bruyel. pepe álvez

México se desangra. Por la violencia, por la droga... Pero el país tiene mil caras y la que mejor conoce Damián Bruyel -misionero lucense que trabajó en regiones indígenas del país desde 2003, es la de la lucha contra la pobreza. Aunque el resto de problemas también se hacen sentir en las regiones que más conoce. «El narcotráfico también comienza a estar muy extendido «incluso entre los indígenas», dice el misionero, aunque añade: «La droga está, sobre todo, en manos de mestizos», cuenta.

Pero lo suyo ha sido, sobre todo, la lucha por mejorar las condicones de vida. Las indígenas chimantecas, un grupo étnico situado al sur de México, poco saben de cocina. La alimentación básica de este pueblo está formada, casi exclusivamente, por maíz, frijoles, plátanos (tienen diecisiete variedades) y chile. De vez en cuando, cae algo de carne. Pollo, en su mayor parte, y también casi exclusivamente hervido. Problema menor si se está hablando de una zona con bolsas de pobreza. Sin embargo, problema lo suficientemente importante para Damián Bruyel Pérez, misionero comboniano, que vivió su infancia en A Lastra y Freixo (A Fonsagrada), y que acaba de llegar a Lugo después de 33 años en México, Guatemala y Costa Rica.

«El misionero se ocupa tanto de lo espiritual como de lo humano y, entre otras cosas, les enseñamos a las mujeres chimantecas a mejorar la alimentación y la higiene en su familia.

Quién le diría a Damián Bruyel que su infancia en A Fonsagrada le ayudaría en sus misiones en México. «Allí, en A Lastra, aprendí a montar a caballo, y no había ni luz ni agua, la íbamos a buscar al ‘rego’. En la sierra mexicana, en San Pedro Sochiapam, zona maya, también hay que montar a caballo para visitar las comunidades indígenas. El hospital más próximo está a cinco horas en coche por carretera sin asfaltar y los maestros sólo dan clase de martes a jueves porque el fin de semana tienen que completar los cursos para poder ejercer y el resto del tiempo les hace falta para viajar», explica Bruyel, que pronuncia ahora charlas en colegios y parroquias de Lugo dentro de la campaña Infancia Misionera.

De todas formas, México mejoró. No tanto como Costa Rica, donde la riqueza está mucho más repartida, pero bastante más que Guatemala, la peor misión, a nivel humanitario, en la que participó. «Guatemala sufrió una guerra hace poco, con gente que estuvo años escondida en la selva. Y todavía hoy se ven por la capital coches sin puertas y oxidados», cuenta.

Pero México sí cambió desde aquella primera misión en 1978. «La primera vez que fui allí no había agua potable, ni carreteras, los techos de las casas eran de hierba seca y palos y el piso, de tierra. Ahora todas las casas son de cemento, hay un montón de tiendas en la sierra (antes sólo había una, con sal, azúcar y aceite) y hay carreteras, pero todavía ahora hay que ir a pie o a caballo a muchos sitios», dice el misionero.

Por eso mismo, los combonianos levantaron un dormitorio con capacidad para 60 personas. «Algunas personas tienen que recorrer distancias de ocho o diez horas para venir a la misión, que atendía a un radio de unos 50 kilómetros en la sierra», explica.

Los combonianos construyeron también ocho salas de juntas y pequeños dispensarios médicos. Estos misioneros también construyeron un comedor infantil, con cocina y capacidad para 120 niños. «En el comedor, les damos un desayuno, a media mañana, con leche en polvo y galletas especializadas vitaminadas a niños de 5 a 8 años», cuenta el misionero.

Víboras

Los chimantecos se mueren, sobre todo, de mordeduras de víboras. «Mucha gente fallece de mordeduras y hay víboras que te producen la muerte en una hora o dos. En esos casos, no hay que moverse. Si no, el veneno se extiende por el cuerpo. Tienes que esperar a que te lleven, pero hay dos problemas: que puedes estar en el campo solo o que el hospital esté a varias horas».

Este grupo étnico habla once variantes distintas del chimanteco, otro de los problemas a los que se enfrenta este pueblo para mejorar su educación.

«Los mayores no saben español y cada cual habla su lengua. Entre la gente de los distintos pueblos, no se entienden. Los niños están aprendiendo ya español, pero con fatiga porque el maestro no entiende el chimanteco. Y hay otra dificultad más: que esta lengua no se puede escribir porque es un idioma musical y tiene muchos monosílabos», señala.

Bruyel pasará ahora tres o cuatro años en Santiago. Después, Dios dirá. Quizá vuelva a reencontrarse con los suyos, los chimantecos.

LA HUiDA Al NORTE
Más 'espaldas mojadas'

Los chimantecos, como otros pueblos indígenas mexicanos, comienzan a mirar al norte. El norte es Estados Unidos. Los que cruzan la frontera, popularmente conocido entre sus vecinos como ‘espaldas mojadas’, lo hacen a cambio de pagar fuertes cantidades de dinero a los ‘coyotes’.

«Ya empieza a haber mucho ‘mojado’ y están saliendo tanto a Estados Unidos como a México DF. Muchos se mueren de sed en el desierto y otros, ahogados en el río», comenta el misionero Damián Bruyel.

Casados

La mayor parte de los ‘espaldas mojadas’ son, según explica, hombres casados. Se van ellos solos y la familia permanece en el pueblo.

«Mandan dinero para construir la casa pero lo peor es que cuando vuelven no quieren trabajar en el campo y montan algún pequeño comercio. Cuanta más gente va al norte, más problemas empieza a haber de integración cuando regresan», comenta Bruyel.

Economía

Los chimantecos viven del cultivo del café en tierra comunal. La carne suele ser compartida. «Cuando alguien mata un cerdo, se come y se invita a todos porque no hay congeladores ni se puede salar la carne por el calor», dice..

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