Terremoto de sentimientos

Los cuatro jóvenes, en Miyajima, una isla próxima a Hiroshima. EPL
photo_camera Los cuatro jóvenes, en Miyajima, una isla próxima a Hiroshima. EPL

Hace cinco años, Edgar Doval Chousa viajó a Dublín para mejorar su nivel de inglés, pero en la capital irlandesa, además de aprender la lengua británica conoció a su novia, Kei Toya, una joven japonesa de 28 años de edad con la continúa compartiendo su vida. Desde entonces, ella ha venido a Lugo en varias ocasiones y él ha estado tres veces en Japón, de donde acaba de regresar, en compañía de otros dos amigos lucenses, Adrián López Rego y Juan Manuel Pena Martínez, ambos de 27 años. Los tres llegaron al aeropuerto internacional de Tokio (Narita) el pasado 5 de marzo, con la intención de pasar quince días inolvidables, pero sus vacaciones se vieron brutalmente alteradas por el terremoto que sacudió el noroeste del país asiático, el posterior tsunami y la alerta nuclear por los fallos en la central de Fukushima.

Aunque los tres chavales lucenses regresaron a casa en un vuelo regular el pasado domingo -día 20 marzo-, la novia de Edgar se quedó en Tokio, con su familia, que vive en la zona Hachioji, a unos cuarenta kilómetros al oeste del centro de la capital nipona. Las noticias que llegan desde Japón no son precisamente tranquilizadoras y el joven reconoce que está «preocupado» por ella, sobre todo «por la incertidumbre», dado que las propias autoridades japonesas reconocen que la situación es «impredecible» por los fallos en el sistema de refrigeración de los reactores nucleares.

Desde su llegada a Lugo, Edgar sigue con atención toda la información sobre la crisis nuclear en Japón e incluso, gracias a la ayuda de su hermano, tiene permanentemente conectada una aplicación de Internet que lo informa en tiempo real sobre la magnitud de los seísmos que continúan produciéndose en la isla. Sentado en la oficina del negocio familiar, la empresa Yakart, que se dedica al alquiler de autocaravanas en una nave situada en la Rúa das Cesteiras, en el polígono de O Ceao, observa con impotencia cómo siguen registrándose terremotos de más de seis grados en las escala Richter en la zona de Sendai.

Huida

Aunque la familia de Kei no tiene pensado, al menos de momento, abandonar Tokio, sus padres están preparados para dirigirse hacia el sur si la situación en la central nuclear empeora de forma repentina. Por su parte, la joven tiene pensado venir a Lugo en junio, pero si se produce una catástrofe, adelantaría el viaje. De hecho, una de sus mejores amigas ha optado por irse a Singapur. «El problema es que la cosa está cada vez peor, porque hay cortes constantes de luz, continúan las réplicas e incluso hay complicaciones para conseguir agua, porque se ha detectado radiación en el suministro y las familias con bebés tienen preferencia para comprar botellas», aclaró Edgar.

Lo más curioso es que el joven lucense, de sólo 26 años de edad, parece ser más consciente del peligro desde que está en Lugo. Cuenta que el día del seísmo, el 11 de marzo, lo pasaron peor sus familias que ellos mismos, porque el gran terremoto y el tsunami que arrasó la zona de Sendai -en el noroeste del país- los sorprendió cuando visitaban las ciudades de Osaka y Kyoto, situadas a más de 500 kilómetros al sur de la capital, donde apenas se percibieron sus devastadores efectos. «Sentimos el temblor, pero como vimos que nadie se preocupaba, no le dimos mayor importancia. Nuestras familias no pudieron comunicarse con nosotros hasta ocho o diez horas después, y todo el mundo se puso muy nervioso. Finalmente, la madre de Kei consiguió llamarnos y nos informó de que la cosa parecía grave, porque ya había más de 100 muertos», dice.

Dos o tres días después, al comprobar la magnitud de la catástrofe a través de Internet, optaron por regresar a Tokio y, como no fueron capaces de ponerse en contacto por teléfono, se dirigieron a la embajada, donde los informaron de que la situación podía complicarse, como consecuencia de la alerta nuclear en la central de Fukushima y de las previsiones de los sismólogos, que alertaban de la posibilidad de que se produjese un nuevo seísmo, con epicentro en las inmediaciones de la capital, superior a siete grados en la escala Richter.

Hiroshima

Alarmados por esa información, los tres jóvenes lucenses optaron por poner tierra de por medio y la novia de Edgar los acompañó. A bordo de uno de los conocidos tren-bala de la alta velocidad japonesa, llamados ‘Shinkansen’, se desplazaron a unos 1.000 kilómetros al sur de la capital, irónicamente hasta Hiroshima, la ciudad que fue devastada por una bomba atómica en 1945. Desde allí, tranquilizaron a sus familiares en Lugo y siguieron la información que iba llegando sobre la devastación que provocó el tsunami y sobre los fallos en la central nuclear.

«Afortunadamente, ninguno de nosotros se puso nervioso y, con la cabeza fría, fuimos tomando las decisiones que nos parecían más sensatas, de acuerdo con la información que nos remitía la Embajada por correo electrónico», en la que les «desaconsejaba firmemente dirigirse al norte de Tokio». Además, en la zona sur de país, estaban como «en una burbuja», aclaró Edgar, porque en ningún momento escasearon los alimentos o la comida.

Aunque barajaron la posibilidad de abandonar el país por el sur, desde Hiroshima, Nagasaki o incluso desde la isla de Okinawa, finalmente decidieron regresar a la capital, porque habían dejado allí todo su equipaje.

DE VUELTA. Alarma en España, calma en Japón

«Cuando regresamos a Tokio, lo que más nos asustó fue la alarma nuclear, porque no sabíamos qué podía pasar, pero mantuvimos la calma y regresamos a casa el mismo día que lo hicieron las personas que viajaron en el avión fletado por el Gobierno».

En todo caso, a pesar de lo accidentado que fue el viaje, Edgar Doval sostiene que la información que está llegando a España «es muy alarmista» y «se centra sólo en los aspectos negativos» y en las partes más descarnadas de la catástrofe.

Al igual que la mayoría de los que han presenciado la reacción de la población nipona, reconoció sentirse sorprendido por el hecho de que «a pesar de la catástrofe no hubo ningún caos. Aún en esa situación, los japoneses son organizados y hasta respestan las colas», destacó el joven lucense.

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