''Somos testigos del mayor crecimiento jamás visto''

"SOMOS TESTIGOS DEL MAYOR CRECIMIENTO económico jamás visto en ningún otro país". Es el resumen de los últimos diez años de Roberto Cabana, lucense afincado en Shanghái, que comenzó su relación con el gigante asiático en el año 2000. "En aquel entonces éramos treinta españoles en Shanghái y hoy somos más de mil. Vamos, que antes eras un ‘raro’ estando en China y hoy eres ‘raro’ si no estás", bromea.

Fue alumno del Rosalía de Castro y del IES A Nosa Señora dos Ollos Grandes y luego se fue a Oviedo a estudiar Dirección y Administración de Empresas. Su primer contacto con China fue a través de una consultora de comercio internacional que ayudaba a las empresas españolas a dar los primeros pasos en ese país. Después de trabajar para un par de empresas más, hace cuatro años él y su mujer, Paula, de Ourense, decidieron montar la suya propia, Asia Business Partner. Abrieron una oficina en Shanghái de 240 metros cuadrados, con 12 empleados, y se lanzaron a representar empresas de distintos países  y continentes. Roberto es su agente en China y realiza operaciones de todo tipo: "Compra de productos locales, inversiones, adquisiciones de empresas, venta de productos", enumera. Su trabajo le ha llevado a conocer gran parte de Asia: no sólo el país que lo acoge, sino también Japón, Korea, Thailandia, Vietnam y Camboya.

Él, Paula y el pequeño Pablo, de 15 meses, viven en un vigésimo piso de una urbanización compuesta "por unas 30 torres de 28 plantas y servicios comunes, como piscinas, parques infantiles, supermercado, canchas de tenis, squash". Un desarrollo urbano "muy común en China", explica. No sabe cuánto se quedarán, aunque reconoce que el hecho de "tener inversiones en el país y la posibilidad de que nuestro hijo pueda hablar chino, español e inglés hace que nos planteemos quedarnos unos años más".

Roberto no tiene duda de que Shanghái "en unos años será la ciudad más importante del mundo, si no lo es ya", y disfruta "lo vivo que está el país, la ciudad, las ganas que tiene la gente por mejorar su nivel de vida y que provoca que cada día sea distinto".

Asegura que se siente "parte de este crecimiento" y esa vorágine también lo arrastra inevitablemente en su día a día. Su actividad comienza a las ocho de la mañana, pero el hecho de operar con empresas europeas y americanas hace sus jornadas tremendamente elásticas por las diferencias horarias. "Trabajo una media de 14 horas diarias y muchos sábados y domingos también, porque las fábricas no paran", reconoce. "Cada día es una aventura, impredecible, y esto te mantiene en constante alerta, aquí no te puedes dormir ni un segundo porque enseguida te pueden montar un problema", reconoce.

La principal dificultad de empezar en China es, con mucho, el idioma. Roberto ha aprendido  mandarín "a fuerza de vivir y convivir", lo entiende "en un 90%" y habla "lo suficiente para mi vida diaria". No escribe y puede reconocer unos 300 caracteres. Su mujer habla, escribe y lee —reconoce unos 3.500 caracteres— después de casi tres años estudiando ocho horas diarias en una universidad.

Sin embargo, Roberto conoce bien el lenguaje de los negocios, en el que "la tarjeta de visita es fundamental y el intercambio de ellas es el inicio de cualquier reunión. Debes mantenerlas encima de la mesa y bajo ningún concepto puedes escribir nada en ellas". Hacen falta, además, grandes dosis de paciencia. "No se habla del negocio en sí hasta la tercera o cuarta reunión, las primeras son sólo para ir conociéndose entre las partes".

La experiencia es de un valor incalculable, pero la lejanía con la familia se hace más patente desde que ha nacido Pablo. Además, en Shanghái no hay Rúa Nova ni las jornadas de la fabada y el arroz con leche en Casa Paco o, lo que es lo mismo, los pucheros de su madre. Echa en falta también que los amigos cumplan las promesas de ir a visitarlo.

Roberto recomienda conocer China, que "más que un país es un continente" y adonde "se puede viajar en solitario y desplazarse  a cualquier hora del día o de la noche, que nadie se va a sentir inseguro". Aparte de lo más turístico, recomienda la provincia de Yunan, las ciudades de Shangrila, o Guilin, o bajar por el río Li, donde "aún se pesca con cormoranes a los que les ponen una anilla en el cuello para que no se traguen la pieza". 

No compras una casa, sino el derecho de uso del suelo
Roberto y su familia han optado por vivir en un piso de alquiler de 140 metros cuadrados por el que pagan 1.300 euros mensuales, pero "perfectamente podría comprarme una vivienda, la propiedad privada existe y cualquiera, incluidos extranjeros, podemos optar a ella", indica. Sin embargo, en China "cuando compras una casa estás comprando un derecho de uso del suelo, que es propiedad del Estado". La compra se hace por 75 años si es vivienda o 50 años si es suelo industrial y se puede volver a vender o alquilar. Cuando caduca el período en cuestión "lo normal es que se vuelva a extender". El objeto de este sistema es que "el Estado se reserva el derecho a usar ese terreno para un bien común y si así fuera te compensaría económicamente o bien te darían más metros en otra zona", explica Roberto.

  • Transporte. Quince líneas de metro, cientos de líneas de autobús urbano y miles de taxis componen la red de transporte público de Shanghái que, a juicio de Roberto, es "muy bueno, muy abundante y muy barato". A modo de ejemplo, apunta que "un recorrido de unos 45 kilómetros cuesta unos 18 euros". Las distancias son enormes, así que los ciudadanos de Shanghái empiezan el día muy temprano, sobre las seis de la mañana, con un desayuno contundente de arroz, fruta y cereales, y almuerzan cerca del trabajo. Los jóvenes, cuenta este lucense afincado en Shanghái, también cenan fuera cada vez más, porque se puede saciar el apetito a partir de 0,6 euros.
  • La propina, mal vista. Lo curioso es que no sólo no es obligado dar propina, sino que "hace años estaba hasta mal visto y el camarero se sentía ofendido, porque su mentalidad les dice que si ya te están pagando por hacer tu trabajo aceptar más dinero no es ético". Ahora, indica Roberto, "ya las aceptan, aunque no son obligatorias, y en muchos hoteles y restaurantes te cobran entre un 10% y un 15% de servicio, así que ya no hay que dejar nada". 

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