Anatoli vive en Lugo desde hace diez años. De madre rusa y padre ucraniano, se crió y vivió en Volgogrado hasta que emigró a España en 2001 espoleado por la aguda crisis que vivía su país. Aquí reside con su mujer y su hijo y es uno de los miembros de la pequeña comunidad rusa lucense, que observa con preocupación la tensión creciente entre su país y la vecina Ucrania, donde una revuelta popular acaba de destituir al anterior gobierno, prorruso, y auspiciar al poder a un gobierno interino más europeísta. «Me siento muy mal», reconoce en un español plagado de giros rusos. «No quiero que haya un conflicto, quiero que se haga un referéndum y que los que vivan ahí escojan qué quieren hacer», insiste.
Anatoli es músico, como su compatriota Alexey y el ucraniano Sasha. Además de su profesión, les unen muchas más cosas de las que les separan y la situación vivida a miles de kilómetros no ha variado un ápice este aprecio mutuo. «Somos amigos todos», dice Anatoli, en relación a los ucranianos y bielorrusos residentes en Lugo, un grupo aún menor que el ruso.
Sasha, que también lleva diez años en Lugo, y procede del oeste de Ucrania asegura que está angustiado por lo que está ocurriendo en su país. Cuando habla con sus parientes, le transmiten «que no quieren guerra, no quieren manipulaciones ni ocupaciones, quieren una vida civilizada y tranquila. ¿Con quién? ¿Con los rusos? Da igual. Son buena gente».
«¿Puede Rajoy regalar Galicia?»
Anatoli y Alexey se valen de un mapa para mostrar los vaivenes históricos de las fronteras ucranianas que explican, en cierto modo, la situación actual. Señalando la península de Crimea, que fue entregada por el dirigente soviético Nikita Jrushchov a Ucrania en 1954 como un gesto de buena voluntad, preguntan: «¿Alguien aceptaría que Rajoy regalara Galicia a Portugal?» como un modo de subrayar la arbitrariedad de tal decisión.
