Rejas

Al parque Rosalía de Castro nos lo van a meter entre rejas, no como prisionero de Zenda sino cautivo de la sinrazón y el gasto estentóreo.

Los que nos criamos en el barrio que lo rodea sabemos de la libertad que suponía el parque para jugar, para enamorar en sus paseos, o deleitarse con la lectura de un libro en las tardes cálidas del verano mientras las palomas se arrullaban a nuestros pies.

Ahora se quiere cerrar el parque, según parece para evitar su deterioro por cuatro desalmados, pero no se dice la verdad: el parque se deteriora porque no se cuida, ni se sanea, ni siquiera tiene un vigilante como antaño, el “Panas” como popularmente llamábamos a aquel guardián vestido como un guardabosques, que ponía orden con su mirada. Ya tampoco existe un pequeño cuartelillo con un par de policías locales que durante el día y la noche velaban por la tranquilidad y la seguridad aunque sí he visto hacer y rehacer la caseta de las palomas, guarida de los patos durante la noche, varias veces, como si ello fuese lo primordial en el cuidado de esta zona verde.

Recuerdo ahora los paseos nocturnos por sus veredas, en compañía de mis padres en las noches de estío, como así hacían también otros muchos vecinos con sus familias pero ahora, la disculpa del botellón sirve para gastarse un pastón, casi dos millones y medio de euros, en enclaustrar el parque.

He vuelto estos días a mi colección de fotos antiguas y me he detenido en una en la que se ve el parque recién inaugurado, con unos árboles en crecimiento pero apuntando formas, y me he preguntado qué diría don Ángel López  Pérez si viese esta zona de recreo que con tan buenas miras de futuro mandó crear, enjaulado, convertido en cautivo de la disculpa fácil.

Ahora quieren ponerle puertas al campo cerrando este pulmón verde de la ciudad. Menos mal que de momento no lo han logrado al completo y aun nos quedarán las Cuestas como último refugio. Aunque quizás, ya digo, sólo sea de momento.

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