Ramón González: ''Cuando me dieron la prótesis se me abrió el mundo''

Hay dos fechas que Ramón González Rodríguez (Portizó, Sober, 1929) no olvidará en su vida: el 8 de julio de 1945, cuando sufrió un terrible accidente, y el 1 de abril de 1958, cuando encontró su primer trabajo. Este soberino afincado en Lugo sacó siempre fuerzas de flaqueza y por la jugada que le tenía reservada el destino libró una dura batalla a nivel humano y profesional.

PREGUNTA: ¿Que pasó el 8 de julio de 1945?
RESPUESTA: Tenía 16 años y formaba parte del programa de aspirantes a factores de Renfe. Estaba en la estación de Canaval, en Sober, y me caí del tren a la vía, no sé si me caí o me tiré sin tomar muchas precauciones, no lo recuerdo, pero el caso es que la rueda del convoy me pilló los brazos y tuvieron que amputármelos.

P: ¿Cómo fue ese momento?
R: De Canaval me llevaron directamente al asilo de Monforte, porque era el único sitio en la zona en el que había un quirófano y allí me atendió el doctor Casas. Le dijo a mis padres que o me amputaban los brazos o la gangrena me mataría, así que no había dudas. Recuerdo que de la operación me recuperé en ocho días y pronto volví a la aldea.

P: ¿Pero...?
R: Pero aquello no era vida ni ofrecía ningún futuro. Me pasaba el día leyendo la prensa y todo lo que caía en mis manos y un día contaban en una revista de corte clerical la historia de otro joven de 16 años al que le habían implantado unas prótesis en sustitución de los brazos que había perdido. Ese mismo reportaje salió unos días más tarde en un periódico, así que yo me estrujé el cerebro para luchar por esa opción.

P: Y fue cuando le escribió a Franco.
R: Más o menos. El problema era que mi caso no había sido un accidente laboral y no podía recibir ayuda en la Clínica del Trabajo de Madrid. Así que un día alguien me dio la idea de escribirle a Franco, se lo comenté a mi profesor Ramón Carnero y él me ayudó. Preparé varios borradores y al final escribí una carta con un bolígrafo en la boca que envié en julio del año 1952. En octubre me contestaron y se me abrió el mundo.

P: No lo dudó y se fue a Madrid.
R: El 15 de octubre me dijeron que me atendían a través de la Caja Nacional de Seguro de Accidentes y que yo sólo tenía que asumir los gastos del viaje. Así que allá me fui, le hice una visita al joven que había visto en aquel reportaje y me quedé aturdido de todo lo que  podía hacer con sus ganchos, aquello era una maravilla y eso me animó mucho.

P: Un año de ingreso y seis operaciones.
R: La cifra parece un poco dura, pero la verdad es que yo no tenía nada que perder. Sabía que cada operación era para mejorar y siempre me fue muy bien.

P: Al regresar comenzó una segunda lucha.
R: Más de una. Por un lado para adaptarme a una nueva vida y por otro lado para buscarme un futuro. Tuve que hacer mil maniobras para lograr un encuentro con el gobernador y fue en 1957 cuando me contestaron a un escrito desde la Delegación del Trabajo en Lugo. En 1958 me dieron una plaza de administrativo en Frigsa y recuerdo que me dieron una pluma estilográfica para escribir. ¡Aquello era una maravilla porque se escribía mucho mejor con el bolígrafo! ¡Iba sola y tuvieron que mandarme parar porque ya me había emocionado con la escritura!

P: Creo que todavía recuerda su primer sueldo.
R: En Frigsa cobraba 1.111 pesetas y aquello era simplemente la independencia. El poder valerme y mantenerme por mí mismo. Después cuando pasé al cuerpo de funcionarios seguí mejorando, pero efectivamente el primer sueldo fue algo muy significativo y muy simbólico, porque mi familia era gente humilde y había hecho un gran esfuerzo para enviarme a Madrid a que me operasen.

P: Su carrera profesional fue un ascenso continuo e incluso estuvo en política.
R: Cuando estaba en Frigsa fui delegado provincial de la Asociación de Inválidos Civiles (Anic) y en aquellas fechas se arbitró un sistema de aparcamientos y de kioscos para la venta de periódicos regentados por inválidos. Llegamos a atender 26 estacionamientos y entre 22 y 26 kioscos en los que trabajaba gente de la provincia, incluso con los años llegaron a tener Seguridad Social.

P: ¿Era difícil la integración laboral?
R: Era complicado, pero yo creo que era algo más sencillo que ahora. En la actualidad todo el mundo está muy preparado, los trabajos están muy desarrollados y es complicado que una persona con una minusvalía encuentre un trabajo.

P: Se acostumbró tan bien a la vida en Lugo que llegó a ser concejal.
R: Yo siempre digo que soy soberino de nacimiento y lucense de adopción. Para mí la vida en la ciudad suponía muchas más alternativas que en la aldea, y aunque Lugo era por aquel entonces un sitio pequeño siempre me encontré muy bien. Entré en la corporación municipal de Lugo a través del tercio de cabezas de familia y con la llegada de la democracia fui como independiente, estuve unos veinte años.

P: ¿Cómo recuerda esa etapa de su vida?
R: Estoy orgulloso de mi trabajo. Cometí errores, como todos, pero creo que también salieron proyectos adelante. Diría que siempre estuve muy cerca de las necesidades de los ciudadanos y pendiente de la vida en los barrios. Asumí tareas relacionadas con los servicios como el agua o el alcantarillado y también con la enseñanza. Fui teniente de alcalde y llegué a desempeñar tareas de alcaldía en algunos momento puntuales.

P: ¿Era complicado conciliar su actividad con la prótesis?
R: Lo más difícil creo que fue escribir a bolígrafo. Cuando regresé de Madrid seguía escribiendo con la boca, hasta que una tía mía me dijo que para qué me había puesto los ganchos si no los usaba. Poco a poco me coordiné mejor, logré controlar la fuerza de los hombros y superé ese bache.

P: Ramón González regresó a su Sober natal hace unos días para presentar el libro 'Resumidas historias de un hombre mecánico', en el que documenta su experiencia vital. ¿Cómo fue la jornada?
R: Muy bien. Hubo unas 90 personas y mucha gente todavía se acordaba de cuando antes de irme a Lugo les daba clases para reforzar la escuela.

P: ¿No es doloroso volver al Lugar que marcó su vida?
R: Yo nunca perdí el contacto con Sober y siempre vuelvo, aunque ahora menos porque voy más mayor. Mira, recuerdo que el día del accidente había quedado con una chica para encontrarnos en la fiesta de Santa Isabel.

P: La prótesis le valió apodos como ‘El ganchos’ o ‘Fugi’, pero nunca le molestaron.
R: Siempre intenté que todo fuese lo más natural posible y nunca me molestaron los apodos. La prótesis fue mi salvación, cuando llegué de Madrid mi tía decía: «O Ramón é un home novo», y vaya si lo era.

P: ¿Se imagina tener en 1945 los avances médicos de la actualidad?
R: Sería una maravilla. Ahora soy mayor para ello y estoy adaptado a mi sistema, pero si me pillan los implantes con veinte años no lo dudaba ni un momento.

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