Para comprar, Lugo, a veces

a principios del pasado otoño intenté comprar unos zapatos en Lugo. Un sábado por la mañana vi unos en uno de esos comercios de siempre. La relación calidad precio era buena, pero no había el número que buscaba. En un momento en el que la dependienta abandonó el teléfono para prestarme atención -a lo mejor estaba atendiendo a otro cliente, pero no fue lo que me pareció-, se comprometió a tenerlos para la semana siguiente.

Como los zapatos no me urgían, volví cuando me dijo, pero todavía no estaban, y eso que era un número común y principios de temporada. Volví una semana más tarde, y seguían sin llegar, así que me fijé en otros y ya estaba con ellos en la mano para llevármelos cuando la dependienta, la misma del teléfono, me indicó que si no me quedaba con ellos -los zapatos no eran para mí- podría devolverlos, pero no me reembolsaría el dinero. Sólo me daría un bono. Devolví los zapatos a la estantería, le di las gracias y me fui.

El 9 de enero, primer domingo de rebajas, compré los zapatos en ese archiconocido centro comercial de A Coruña, a las diez menos cuarto de la noche. Faltaba un cuarto de hora para el cierre, pero una dependienta que observó como dudaba acudió en mi ayuda. Me buscó varios modelos y, esta vez sí, me llevé los zapatos. No tuve ningún problema con ellos, pero si necesitara cambiarlos o no me convencieran, tendría varias semanas para devolverlos y recuperaría el dinero sin problema. Hablo con conocimiento de causa, me sucedió alguna vez.

Son dos formas de hacer negocio y es evidente cuál tiene las de ganar. No fui a propósito a A Coruña a comprar los zapatos, pero entiendo que alguna gente enfile la A-6 los fines de semana. Fuera de periodo de rebajas, sobran los dedos de las manos para contar los comercios del casco histórico, por ejemplo, que están abiertos los sábados por la tarde, y si por las mañanas se necesitan varias semanas para conseguir lo que se busca, pues estamos en lo mismo.

En un mundo como el de hoy, la mayoría de la gente no tiene ni tiempo ni ganas para comprar de esa forma -yo acudí al centro comercial el domingo porque los seis días anteriores mis horas se fueron en el trabajo y la casa, y eso que no tengo cargas familiares-, por eso cuando el comercio tradicional pone el grito en el cielo cada vez que aterriza en la Lugo una gran cadena, mi compasión es limitada.

La globalización, internet..., permiten a un comerciante de Lugo vender en Cochinchina, pero la parte mala -para el comercio, no para los ciudadanos- es que también los lucenses tienen mucho más donde elegir, por lo que los tiempos del todo vale ya no tienen cabida.

Por esta razón no se entiende que una frutera ni salude ni dé las gracias cuando te vende unos plátanos, que una hostelera tenga más que decir que tú cuando le haces ver que los calamares llevan una mosca frita, que no quiera cobrarte el menú con tarjeta porque paga comisión o que la mugre y la fritanga asome y huela en muchos locales.

En Lugo hay mucho hostelería y mucho comercio buenos, claro que sí, y muy buenos, pero cuando menos en la misma proporción hay otra parte del sector que cree que con carteles de descuento del 50 y el 70% el cliente está servido y el negocio, hecho.

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