Pacientes con cuatro patas

Son animales pero, aunque suene raro, son mejores pacientes que muchas personas. Así lo demostraron, en una mañana, Baco, Bruto, Maya y Maddox. 

el mandilón blanco es uno de los uniformes que infunden más respeto. En el hospital veterinario Rof Codina, los doctores van de azul; los veterinarios residentes, de blanco, y los estudiantes, de verde. A mí, me tocó hacer de residente y, como si tal cosa, me enfundo la bata blanca y me cuelo en la consulta del doctor Mariano López García, un veterinario escrupuloso y profuso en todo tipo de explicaciones hacia sus otros pacientes humanos, los dueños de los animales.

El primer caso de esta mañana lo protagonizó Baco, un hermoso y alegre ejemplar de Golden Retriever, llegado con sus dueños, Manuel y Nekane, desde Vigo con una uña infectada y mal curada que puede ser un síntoma de un diagnóstico mucho peor: el de un cáncer de piel o melanoma.

Baco tiene 7 años y nadie diría que está enfermo. Sus dueños acuden al Rof Codina preocupados por un diagnóstico que les hizo otro veterinario de Vigo que hablaba de un posible melanoma. «Este es uno de los peores cánceres que se dan en los perros pues tienen una gran tendencia a la metástasis», explica el doctor a los dueños.

«Si todavía el cáncer está en su fase inicial, incluso se podría curar, pero eso sería ya una chiripa. En caso contrario, el pronóstico de vida puede ser de tres meses. También convendría hacer una ecografía para ver si hay lesiones abdominales, hepáticas o en el bazo y un TAC, con anestesia, para ver si hay daño en el pulmón, encéfalo, hígado o bazo», explica el doctor.

Manuel y Nekane tienen dos hijos. El episodio de la uña, que tardaba en curarse, los llevó de consulta en consulta hasta que el último veterinario les recomendó acudir al hospital Rof Codina, en Lugo, por tener más medios de diagnóstico. El doctor Mariano López les habla de una esperanza de vida de tres meses y de la quimioterapia como única forma de frenar el cáncer, tratamiento que duraría dos meses, con fuertes efectos secundarios y pocas posibilidades de éxito. «Si la quimioterapia no sirve de nada y el perro lo va a pasar mal, no merece la pena. Es mejor vivir menos tiempo y mejor», opinan.

En la consulta del doctor Mariano López, me acompañan Lara, Sara, Virginia y Eztizen. Son cuatro estudiantes de cuarto de Veterinaria.

«Esta es nuestra segunda semana de prácticas. La primera hicimos suturas y cirugías tuteladas con perritos de la Protectora», afirman las chicas, que esta misma mañana acababan de asistir a la extracción de un trozo de hueso de la boca de un schnauzer miniatura.

Para la siguiente consulta, nos trasladamos a la sala de Rayos X. Allí nos espera Bruto, un perro que se rompió la tibia y al que le fue colocada una placa metálica con tornillos para inmovilizar el hueso y contribuir así a su cicatrización. Se trataba de hacerle una nueva radiografía en una revisión habitual. Entramos en la sala y nos encontramos al perro tumbado sobre la camilla, anestesiado. Se le hace la placa y minutos después vamos a la sala donde otras veterinarias, especializadas en diagnóstico por imagen, interpretan el resultado. «Va bien, va cicatrizando ya el hueso, pero aún debe seguir así un tiempo», confirma el doctor.

Mariano López es también profesor asociado de la facultad de Veterinaria. Pasa dos semanas en quirófano y otra en consulta, turno que comparte con otros dos compañeros. «Trabajar en un hospital tiene de bueno que discutes los casos con tus compañeros y hay más medios diagnósticos», dice, de camino a otra consulta.

Entra Maya y no viene sola. Con ella -una highland white terrier, de 3 años- acude a la consulta su compañera, Luka, una shitsu de 2 años. «Una no se puede separar de la otra. Al principio, sentían celos pero ahora se llevan de maravilla y hasta ven la tele juntas», confirma la dueña de ambas, Laura, que descubrió cómo a Maya le había caído un diente, que dejó en la almohadilla de su cuna.

Mariano López es especialista en patología oral. Es decir, es dentista de perros. Observa a Maya y dice: «Aquí tenemos un caso de sarro que creció por la encía y que va rompiendo el ligamento periodontal». Subimos a Maya a la camilla y, pese a la complicada situación, la perra se deja observar y abre la boca, enseñando la encía. De paso, se le revisan los oídos. El doctor le receta un medicamento preventivo para que deje de acumular sarro y un buen cepillado. Si no fuese por el problema bucal, bien podría llevarse alguna de las galletas de premio que hay en la consulta.

Belén, que viste bata blanca y ayudó a sostener a Maya en la camilla, lleva ya diez meses como interna. Poco le queda como residente. Ahora, sus expectativas pasan por formarse como neuróloga. «Hay una plaza para toda España en Barcelona y será difícil pero me gustaría llegar a la diplomatura europea», comenta mientras volvemos a la consulta inicial, esta vez para revisar a Maddox, un schnauzer, con una úlcera en un ojo. «Tiene la herida un poco abierta así que hay que darle cobertura antibiótica para que no se infecte», afirma Óscar, el veterinario que ejerce de oftalmólogo. A Maddox, le colocaron una lentilla, que está arrugada. El doctor decide sacarle sangre de la yugular para extraer suero con el que poder hacerle un colirio. El perro, que está sedado, no se opone a la aguja. «Con esto y un pequeño lifting alrededor del ojo, como los que tiene Cher, podemos solucionarle la úlcera a este perro», explica Óscar.

En cinco minutos, Maddox comienza a despertarse. Lo ponen de pie y el perro pone a prueba la estabilidad de sus patas. Poco a poco, vuelve a la realidad. Cuelgo la bata con la certeza de que no valdría para extraerle sangre de la yugular a nadie, pero encantada con estos enfermos tan especiales y, tomemos nota, tan pacientes.

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