Orfanato

El orfanato de Lugo fue parte habitual de mi vecindario durante bastantes años, en especial los referidos a mi infancia y juventud. La Casa Cuna, como se le llamaba por aquel entonces eufemísticamente, era un edificio próximo al hospital de San José, incluido en el propio recinto hospitalario aunque sus pequeños e inquietos moradores hiciesen vida totalmente aparte.

No sé por qué, a los chavales que vivíamos en la zona del parque, en Recatelo, aquel tramo de la calle Cidade de Viveiro nos imponía un cierto respeto. Por ello, pocas veces acostumbrábamos a pasar por allí aunque en ocasiones observásemos, desde lo alto del muro de la calle superior, a aquellos niños que con sus mandilones azulados correteaban entre los árboles bajo la atenta mirada de sus cuidadoras.

De ellos sólo sabíamos que estaban allí porque no tenían padres aunque más tarde conociésemos el por qué, pero de aquellos vecinos, a los que uno poco más que duplicaba en edad, me sorprendían dos cosas: el poco barullo que formaban en sus juegos, tan lejano del patio de cualquier guardería actual, y su interés por todo lo que pasase fuera de las verjas a las que se asomaban las pocas veces que por allí pasábamos y nos aproximábamos para verlos. Y sobre todo sus ojos, que parecían pedirte que te acercases más y los cogieras de la mano.

Puede que todo esto no sea más que apreciaciones de un chaval camino de las cuestas del parque para jugar con su cuadrilla, pero esta misma experiencia la repetí en Bucarest al visitar un orfanato con los famosos niños del sida aunque allí la situación me pareció mucho más dolorosa.

Ahora conocemos que unos 300 lucenses buscan sus raíces en el archivo de la Casa Cuna. Un par de amigos se criaron allí, me contaron su historia increíble y afortunadamente ya hace años que encontraron a sus familiares con los que viven felizmente. Sin embargo las cosas han cambiado, supongo que para bien, y ya no hay orfelinatos como los que aparecen en filmes como Las normas de la casa de la sidra o Los chicos del coro, pero es que a lo que parece, ya no hay ni niños para dar en adopción.

Con ello quedarán para el recuerdo apellidos como Expósito, Incógnito o Xiz, o incluso Iglesias aunque ese sea otro cantar, pero quedarán inscriptos, aquí y allá, otros con orígenes chinos, rusos o africanos. Y todos estos, posiblemente, lo van a tener más difícil a la hora de encontrar a sus progenitores. Aunque ayudarán también a crear una sociedad multirracial y más variada que, en el fondo, es de lo que se trata.

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