No se puede tener más jeta

Jose, con el cartel que muestran a los que les disparan fotos (Foto: Froilán Calderón)
photo_camera Jose, con el cartel que muestran a los que les disparan fotos (Foto: Froilán Calderón)

Cuatro carteles los identifican: para cerveza, para vino, para whisky y para resaca. Son los que muestran en Lugo, donde han elegido la versión light del original: comida, vino, porros y cocaína. Lyndon y Jose son, tras cientos de kilómetros a sus espaldas y decenas de entrevistas para televisiones y periódicos, los más mediáticos de los vagabundos haciendo de la jeta y cierta gracia su medio de vida. Desde hace dos días, duermen en Lugo.

«Vivimos de arrancar sonrisas», dice Jose con rotunda convicción, mientras Lyndon, al que su acento le delata como extranjero, asegura que nació en «el otro lado de la luna». «La gente agradece que se le diga la verdad y les hace gracia», puntualiza Jose.

Se hacen llamar los vagos vagabundos y hacen honor a su nombre sentados en la calle, rodeados de sus perros y carteles, uno leyendo y otro liando un cigarro en compenetrado silencio. Son agradables en el trato, pero no entran en muchos detalles a la hora de responder a las preguntas. Cansados de repetir siempre lo mismo, enseguida remiten al interesado a su web, donde tienen un apartado de preguntas frecuentes en el que cuentan toda su historia, desde cómo se conocieron en una cueva del Sacromonte a cómo arrancó su aventura viajera.

Atribuyen gran parte del mérito a un tercer amigo, cuyo perro fue el primer usuario de uno de los carteles. Como era evidente que el can tenía hambre, le colocaron delante el de «para comida»; como a su dueño, un alcohólico, le temblaban las manos por la mañana, le pusieron el «para vino». «Para porros» y «para cocaína» fueron las peticiones de José y Lyndon. Más adelante, desarrollaron la alternativa sin drogas.

Por supuesto, resulta difícil hablar con ellos sin ser animado a depositar una limosna. Cuando hay que elegir, si el dadivoso duda, sacan un cartel multiuso con un enigmático «para otros vicios». En su página web recogen propuestas para pedir para otras cosas y dan cuenta de una lista de alternativas que aceptarían gustosos, como nuevos sacos de dormir, cuchillas de afeitar, libros o invitaciones para viajar con alguien u ofertas de sofás, camas o garajes para pasar una noche.

Han desarrollado incluso una fórmula para, según dicen, entregar dinero «sin necesitar estar cerca de unos sucios y olorosos mendigos». En su cuenta de Paypal -una forma extendida de pago online- aceptan donativos y recuerdan que recurrir a esa vía es «fácil, seguro y una forma vaga» -algo que valoran mucho- de dar limosna. Pocas personas optan por la Red para hacer unos donativos que les permiten rodar por el mundo desde hace años.

Si no se encuentra motivo para sufragar tan laxa forma de vida, ellos -un ingeniero informático británico, metido a juglar (Lyndon) y un psicólogo canario que también fue camarero (Jose)- dan unos cuantos en su págica. Básicamente, se resumen en que ellos se lo gastarán mejor que tú, las sonrisas también valen dinero, la sinceridad tiene su precio y deben pagar cerveza, viajes y la cerveza que les permita estar en bares con wifi, que distinguen de la que benen «solo por placer».

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