Musa del poeta telegrafista

Dolores Doreste, ante un retrato de Ángel Johán (Foto: Sebas Senande)
photo_camera Dolores Doreste, ante un retrato de Ángel Johán (Foto: Sebas Senande)

Lolá tiene su mirada de 99 años en la televisión y en el paño que está bordando a punto de cruz. Ella, en su día, fue la musa y la esposa del poeta y dibujante Ángel Juan González López, conocido en el mundo de la cultura bajo el seudónimo de Ángel Johán.

En su piso de Recatelo, y pese a su avanzada edad, todavía recuerda a aquel joven Ángel al que conoció en su tierra, Canarias, que cambiaría, a raíz de su matrimonio con el poeta, definitivamente por Lugo. «No volví a Las Palmas desde entonces. Me gusta mucho Lugo y me gusta también más el frío que el calor. Aquí encontramos grandes amigos como Luis Pimentel y Ánxel Fole, unas extraordinarias personas», afirma.

Dolores Doreste Doreste se casó con Ángel Johán el 29 de mayo de 1932. Ella iba a cumplir los 20 y él tenía 29. Se conocieron en una verbena, en Las Palmas, donde el poeta trabajaba como oficial telegrafista, tras ser destinado allí en 1929. «Me acerqué a unas amigas y estaba él allí. Desde entonces, no nos separamos», dice Lolá, con los ojos llenos de nostalgia.

No la conquistaron sus versos. «Todavía no escribía», apunta, sino «su personalidad y honradez». Y añade: «Su seriedad, su inteligencia y su nobleza». Lo dice todavía ahora, incluso 40 años después de su muerte.

«De mi marido, me gustaba todo lo que hacía: tanto las poesías como los dibujos», dice, sin decidirse por ninguna obra suya en concreto.

Él la citó en varios poemas. Aquella Lolá era su mujer, la misma en la que pensaba cuando ingresó en la cárcel de Las Palmas tras ser condenado a treinta años y un día de prisión por un tribunal militar. «Fue a la cárcel por ser socialista, por nada más», apunta Lolá, con pocas palabras.

Por aquel entonces, Ángel Johán, que milita en Izquierda Republicana, recibe un telegrama informando de la rebelión de las tropas franquistas en Marruecos. El poeta decide remitir esta comunicación no sólo al gobernador civil, sino también al Gobierno de la República, en Madrid. Advierte, además, de la presencia de Francisco Franco en Las Palmas con motivo del entierro del general Balmes. El resultado fue una condena por rebelión.

Allí, entre muros, el poeta se refugia en los lápices y en papeles usados para expresar sus emociones, cuartillas usadas pertenecientes a la consulta privada del doctor Juan Domínguez, recluido junto a él en el penal de Las Palmas.

Dibujó y contó. Retrató a sus compañeros de celda y escribió poemas y cuentos dedicados a sus dos hijos (uno, de 3 años, y otro, de 1 en aquel entonces).

«Sólo teníamos dos hijos, luego tuvimos otros dos. Fue horrible, ¡ya se lo puede usted imaginar! Lo condenaron a treinta años y un día y le pidieron la pena de muerte. Al final, se la conmutaron y estuvo sólo cuatro años en la cárcel», recuerda Lolá.

Cuando Ángel Johán ingresó en prisión, ella y sus hijos se fue a vivir con sus padres. «Todas las semanas le escribía cartas. Estábamos en contacto continuamente», cuenta.

LA LIBERTAD
Visita inesperada

Sus recuerdos se hacen más vivos cuando se menciona la palabra libertad. «¿Si recuerdo cuándo quedó libre? ¡Cómo no lo voy a recordar! Llamaron al timbre y la chica que trabajaba en casa dijo: ¡Don Ángel! y yo..., ¡imagínate! Ya sabíamos que iba a salir pero no pensábamos que fuese tan pronto», afirma Lolá.

El poeta goza de libertad pero carece de medios con los que mantener a su familia. Lo inhabilitan como funcionario. Malvive dando clases de español a familias inglesas pero no es suficiente y se vienen a Lugo. «Aquí trabajó como administrativo en una empresa de construcción, Severino y Pozo», dice Lolá.

Ella estaba en sus poemas pero confiesa que no influía en ellos. «Lo dejaba solo y no le decía nada. Me gustaba todo lo que hacía», afirma. Ahora, a los 99, reivindica un reconocimiento «más a fondo» de su obra.

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