Muros y balcones que marcan toda una vida

María mira por la ventana del salón y ve, a unos siete metros, la vía del tren. La mira con respeto todavía, pese a que ya hace treinta años que ocupa esta vivienda heredada por su marido. Esta mujer es una de los vecinos de Albeiros cuya casa está muy próxima al camino de hierro. Tanto, que hasta los muros retiemblan cada vez que pasan los distintos trenes enfrente de su ventana.

«Eu levo aquí trinta anos e aínda non me afixen. Cando casei e viñen para aquí, erguíame da cama cada vez que pasaba o tren e moitas veces nin collía o sono. Agora xa non me ocorre iso, pero aínda retumba a casa cando pasa o tren e móvese todo», cuenta esta mujer.

Vistas como la que tiene ella desde su salón sólo tienen, como mucho, una decena de casas más en Lugo. La mayoría en este barrio de Albeiros, especialmente en las calles Garaballa de Abaixo y Granxa de Albeiros. Alguna de estas viviendas todavía está más próxima a la vía que la casa de María, distanciada unos siete metros con una calle de por medio.

«Antes era moi perigoso. Non estaba vallada a vía e era un perigo sobre todo cos pequenos. Aquí houbo moitas mortes. Cada dous por tres aparecía un tirado», afirma, con amargura.

María se acostumbró ya a las vibraciones, mal que le pese, aunque sean comparables a la de un ligero terremoto. Los temblores dependen, en gran parte, de los trabajos que, regularmente, realiza el personal de Renfe para el mantenimiento correcto de las vías.

«Cando veñen as máquinas e andan nas vías, hai menos ruído. Meten croios, erguen o camiño de ferro e centran máis as travesas para que non baile tanto a vía», comenta.

Todavía recuerda cuando, siendo sus hijos pequeños, eran despertados constantemente por el ruido del ferrocarril. Ruido que apenas aminoró y que teme que sea peor con la supuesta llegada del Ave.

«Din que vai vir o Ave e temos medo porque nos contaron que, cando pasa, agreta todas as casas», señala esta vecina de Albeiros.

La ubicación de su vivienda permitió a María un pequeño privilegio: ser una perfecta conocedora de los horarios del tren a su paso por Lugo.

«Si, sei os horarios pero preferiría ter calquera cousa diante menos o tren. Sobre todo, tendo nenos», afirma.

Un piso con piscina

Juan Carreira lo tiene claro: no es lo mismo vivir en un piso con piscina que sin ella. Este hombre es uno de los 37 usuarios de la piscina de los bloques 1, 3 y 5 de la ronda República Argentina. Son urbanitas con pleno derecho a baño sin necesidad de salir de casa. Por eso, se permiten un lujo: el de ponerse el bañador en el piso y volver, ya remojado, sin pisar ni un centímetro de calle.

«Para min, a piscina é o mellor que lle vexo ao piso. ¿Por que? Pois porque ten un espazo para disfrutar do baño e do medio ambiente», explica.

Para Juan, resulta un lujo tener una piscina en el edificio simplemente por poder bañarse allí, sin salir de casa y en cualquier momento.

«É moi importante ter un sitio onde poder refrescarte no verán, sobre todo cando hai calima, e sen pagar entradas nin coller o coche», afirma, convencido.

Pero todavía hay un argumento que apoya su defensa de la piscina: que es, como él dice, «un criadeiro de cativos».

«Si, a piscina é un criadeiro de cativos impresionante. Gozan da auga, do céspede, do aire libre e todo nun recinto pechado, sen perigos de ningún tipo», señala.

Los únicos problemas que puede dar una piscina comunitaria como ésta en plena ciudad es el gasto. Pero parece que tampoco es muy elevado. «Hai unha bomba que funciona por horas; un contrato cunha empresa de mantemento que vén tres veces á semana entre o 15 de xuño e o 15 de setembro e que sae por 10 euros ao mes; o cloro (usamos unha garrafa de 25 litros cada quince días), e a auga, que é a mesma para toda a tempada... Poden ser uns 100 euros ao mes. Non é moito», afirma Juan, que también ocupa el cargo de vicepresidente de esta comunidad vecinal.

La piscina tiene una altura inferior a 1,70 metros, lo que exime a los vecinos de contratar a un socorrista. Es pequeña (la superficie de la lámina de agua es de 40 metros cuadrados), pero resulta suficiente.

No sólo este vecino tiene una opinión favorable de los beneficios de esta dotación, el administrador de la finca y responsable de la inmobiliaria Gexpín, Félix Galocha López, afirma que los pisos que tienen piscina resultan un poco más caros en el mercado. «É algo que lles dá máis valor e o prezo pódese encarecer nun 5 por cento», cuenta.

Aunque también hay quien rechaza, de antemano, hacer uso de la piscina. «Nesta casa, houbo algún veciño que non quixo participar no uso dela», comenta.

Dentro de la catedral

Nadie más en Lugo tiene el lujo de habitar paredes que tienen, al menos, cuatro siglos. Y tampoco hay nadie más que abra una puerta y salga -también sin pisar la calle- a un templo que es, ni más ni menos, que la catedral.

Ese privilegio lo tiene un sacerdote -el encargado de cuidar este templo-, el canónigo y administrador de la catedral, Manuel Castiñeira, un hombre reservado. Este sacerdote habita, con otros parientes, la única vivienda que hay en la catedral. La ha ocupado durante treinta de los cincuenta años que lleva vinculado a este templo. Toda una vida.

La vivienda del cuidador de la catedral tiene dos puertas. Una que sale al lado oeste del claustro y la otra, que da a la calle Clérigos. Esta vivienda, que data de la época en la que se hizo el claustro, en el siglo XVII, estuvo destinada a ser la casa del canónigo encargado de abrir y cerrar la catedral. Algo así como una casa rectoral metida en el propio recinto de la basílica.

La vivienda consta de una planta baja y dos plantas más, además de un desván. Dispone de cocina y de habitaciones, como si de cualquier casa normal se tratara a no ser algo que la diferencia del resto: su ubicación en uno de los monumentos más importantes que tiene la ciudad.

Castiñeira, que prefirió mantenerse al margen de este reportaje, habita sus muros sin asombrarse de que, realmente, esté viviendo en la propia catedral. Tampoco causa especial asombro esta circunstancia a otro canónigo, César Carnero, responsable del patrimonio histórico-artístico de la diócesis de Lugo. «Hasta hace un siglo, más o menos, las catedrales eran grandes edificios con muchos espacios que se alquilaban para albergar distintos negocios. Esto pasó, por ejemplo, en Santiago, donde hubo y creo que todavía hay platerías que están también en el edificio del recinto catedralicio», explica.

La catedral de Lugo no fue indiferente a este fenómeno. Además de una casa para el canónigo cuidador del templo, la torre de las campanas albergó, hasta principios del siglo pasado, un taller de zapatero.

«Sí, era una habitación que estuvo en la base de la torre de las campanas, enfrente del palacio episcopal. Allí había un zapatero», afirma.

Un primero con vistas

No, las vistas no son patrimonio único y exclusivo de los pisos altos. Manuel José Martínez Expósito -Manolo, el dueño de la confitería Ramón- no cambiaría su primer piso por ningún séptimo que se preciara. A sólo cinco metros de altura de la calle, dispone de un balcón con una de las mejores vistas de Lugo. No en vano, tiene en casa un mirador sobre el parque Rosalía de Castro, las cuestas y, sobre todo en invierno, cuando la hoja cae, sobre el Miño y hasta sobre Cuíña.

«Neste bloque, os da esquerda miramos para o parque e os da dereita, para a catedral e a muralla. Todos temos boas vistas, desde os primeiros ata os sétimos. E vivir aquí supón, dalgunha maneira, ter todo o parque para min sen saír da casa», afirma.

Manolo hace la prueba. Abre la puerta del balcón y se asoma. Frente a él, se extienden, en todo su esplendor, las distintas especies árboreas que pueblan el parque Rosalía de Castro en uno de sus laterales. Justo a su debida altura.

«O feito de estar no primeiro e non nun piso máis alto permíteme ver as árbores enteiras, non ver só a súa copa, como pasaría se o piso fose máis alto», afirma, convencido de su buena elección. Una elección que, por cierto, se remonta a varias décadas atrás.

«Cando eu estudaba no instituto, viña todos os días ao parque dar unha volta. Agora, moitos anos despois, sigo vivindo no parque. Estou na miña casa e síntome como se estivese nel. É unha gran sorte», manifiesta.

Su primero es uno de los pisos de Lugo con mejor balcón, pese a la altura. A esto contribuye no sólo su ubicación, sino que el edificio en cuestión hace esquina en redondo y, además, está levantado en una de las zonas más altas de la ciudad, la calle Pascual Veiga. «Estás nun estremo da cidade porque non ves máis que verde e, en cambio, estás no centro», dice, revalidando su defensa del mirador personal que tiene en casa.

Su balcón recobra vida, curiosamente, en invierno, cuando las hojas caen y el paisaje queda totalmente limpio de copas de árboles. «No inverno, vexo ata o Club Fluvial», asegura. «A verdade é que é unha mágoa que plantaran aí, nas costas do parque, esas árbores tan altas. Hai anos traía a moita xente a ver a veiga do río desde o parque, frente á miña casa, e víase unha paisaxe marabillosa. Agora, vense as árbores», afirma.

Una piscina por tejado

Miguel López y Carmen Viño son arquitectos y se les nota. Quizás a nadie más que a unos expertos en estas lides de la edificación se le ocurriría hacer de una piscina el tejado de su casa. Ellos lo han hecho y, además, se llevaron un premio otorgado por sus propios colegas.

Quien pasee por la rúa Ameneiro, frente al número 20, no puede evitar mirar hacia una casa cuya estética salta a la vista. En medio de unas edificaciones que datan de hace más de medio siglo, se yerguen los muros y vidrios vanguardistas que diseñaron y levantaron esta pareja de arquitectos. Lo más chocante se encuentra arriba, en el tejado, donde luce una piscina.

«La cubierta de la vivienda está compuesta por una piscina y un solarium. El edificio se compone de dos volúmenes, uno de color oscuro, donde se ubican las zonas comunes, y otro claro donde se encuentran las partes más privadas», explica Miguel López en términos arquitectónicos.

La piscina es pequeña. Tiene unas dimensiones de ocho por tres metros y una profundidad de 1,30. Sus muros son de hormigón. Esta familia, con niños, usa la piscina únicamente en el período estival, como máximo cuatro meses, entre junio y septiembre. Sin embargo, están satisfechos de haber tomado esta decisión. «Se ha convertido en un lugar importante de ocio de la vivienda, sobre todo para los niños; la usamos siempre que el clima de la ciudad nos lo permite», afirma el cabeza de familia.

Miguel y Carmen optaron por llevarse la piscina al tejado por una razón fundamental: la falta de otro espacio. «El edificio se ubica en una pequeña parcela entre medianeras. La planta baja está destinada a albergar nuestro propio estudio de arquitectura. En la parte de atrás, hay un patio con abedules que, en función de la estación, aportan distintos colores e iluminación. Esto suponía que la piscina no podía estar en la planta baja, ya que se trata de un elemento privado de la vivienda», explica Miguel para justificar su decisión. «La necesidad de contar con la luz del sol como elemento fundamental para el uso de la piscina nos llevó a ubicarla en la parte más alta, utilizando la cubierta como zona de esparcimiento de la vivienda, a la vez que la dotábamos de un uso funcional y no únicamente constructivo», refiere.

El punto de partida de esta pareja de arquitectos fue una casa como tantas otras que puede haber en la calle o en otras zonas de Lugo, a la que no vieron muchas posibilidades para llevar adelante su proyecto residencial. «Cuando compramos la parcela existía en ella una pequeña vivienda de planta baja y estructura de madera sin valor arquitectónico alguno, por lo que decidimos derribarla y construir un edificio nuevo», afirman.

Esta pareja eligió un barrio, el de A Residencia, que quedó desangelado tras la desaparición del Hospital Xeral. «Estamos realmente contentos con la zona elegida si bien hemos de decir que el cierre del Xeral ha sido un duro golpe para todos los vecinos», comentan, pese a todo.

Comentarios