Multados tras un pique al volante

El cruce de Recatelo. (Foto: Pepe Álvez)
photo_camera El cruce de Recatelo. (Foto: Pepe Álvez)

TODOS nos hemos enfadado alguna vez cuando conducimos. Esos mosqueos e irritaciones pasan a medida que avanza la edad, pero muy poca gente puede decir que está libre de culpa. Una cuestión es un mal gesto o un bocinazo y otra muy distinta llevar el pique hasta el límite del paroxismo. Fue lo que sucedió en la Rúa Recatelo hace unos días. Un turismo, que bajaba por este vial y pretendía girar hacia Cedrón del Valle, se encontró de frente con otro que subía desde la Ronda da Muralla para dirigirse al Carril dos Loureiros. Ambos quedaron parados, sin llegar a chocar, pero impidiéndose mutuamente el paso.

Los conductores, un hombre y una mujer joven, se negaban a retroceder para que el otro continuase su trayectoria. El varón se mostraba más enfadado que la fémina, pero ninguno daba el brazo a torcer ante la sorpresa de los parroquianos de los bares situados en el cruce. Algunos suspendieron la partida de cartas para curiosear.

La cosa no se limitó a unos instantes de desasosiego, a unas malas palabras o a un dedo al aire por allí o a unos cuernos por allá. Era evidente que uno de los protagonistas malinterpretaba el Código de Circulación y la prioridad en el consabido «giro a la indonesia», que tanto nos llamaba la atención cuando hacíamos los test del carné de conducir. Otro resolvió llamar a la Policía Local para que pusiera paz y orden. Los agentes se personaron en la zona y, pasada media hora desde el inicio del incidente, llegó la decisión salomónica: una multa de 200 euros a cada uno por entorpecer la circulación. Los coches dejaban un hueco muy justo para que pudiese pasar un tercero. No hubo atasco, pero la sanción estaba más que justificada. Hasta quien inicialmente tenía razón la perdió.

Los espectadores no daban crédito a lo sucedido. Con más o menos indignación, lo lógico sería que uno de los implicados cediese para no perder más tiempo o para evitar el bochornoso espectáculo. La espera no enfrió los ánimos. Los automovilistas prefirieron montar una escena del absurdo, propia de una película de Torrente, aunque sin terminar a mamporros. Todo quedó en una demostración de terquedad. Las cosas no pasaron a mayores ni llegaron a los juzgados. No es la primera vez que leemos en los periódicos que este tipo de incidentes se elevan a la categoría de tragedia.

Estamos ante un problema social importante. Muchos conductores actúan con agresividad, ya sea por su carácter impulsivo o por estrés. Es como si al coger el volante mantuviésemos una imaginaria competencia con otros conductores. Estas conductas inapropiadas son la gran asignatura pendiente de la educación vial. El caso nos parece extremo e incluso nos hace gracia, pese a que nosotros también incurrimos en la mala educación o el ridículo al cabrearnos al volante. Conviene tomar aire dos veces y reflexionar, algo que seguro que hicieron los dos protagonistas de este incidente tras la sanción. Somos muchos los que necesitamos un reciclaje en esta materia, aunque el incivismo no figure en la lista de puntos.

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