La adaptación de los 95 brasileños que llegaron al campus de Lugo gracias al programa Ciência sem Fronteras, impulsado por el gobierno de Brasil, está siendo mucho más fácil de lo que los mismos jóvenes pensaban. «Me sorprendió mucho el trato que recibimos. La gente es muy amable con nosotros y no notamos que tengan en cuenta los estereotipos», comenta Sabrina Benmuyal, estudiante de la Universidad Rural de la Amazonía, y que ahora está en la Escuela Politécnica Superior.
La mayoría encontraron acomodo enseguida, la barrera idiomática ya está casi superada y en la ciudad se sienten muy bien. «Lugo es una ciudad pequeña en la que no es preciso coger autobús o metro para moverse. Se puede ir caminando a cualquier lado, algo impensable en mi país. Además, los costes de vivir en una ciudad como esta son mucho más factibles de asumir que los de cualquier otra», explica Flavio Bastos, de 25 años de edad, y que ahora sigue con sus estudios de Ingeniería Agrícola en la Politécnica.
