Menos pan y mucho circo

El pasado sábado no fui especialmente original. Tras compartir mesa y mantel con la tropa habitual, fui a dar un paseo por la ciudad, suficiente para quemar parte de lo que había comido de más y rebajar el sentimiento de culpa por hacer menos deporte que el delantero centro de un futbolín. Finiquitada mi pírrica batalla contra el colesterol, hice exactamente lo mismo que otros muchos ciudadanos de bien: arrimarme a la barra de un bar para ver el clásico de la liga española. Caña, tapita y que corran otros detrás del balón.

Quedé con un par de amigos en la zona de A Milagrosa un poco antes del partido. Casi todos los locales estaban llenos hasta el banderín de corner. Camisetas blancas y azulgranas se intercalaban con atuendos más ortodoxos dentro de los bares. Los camareros sudaban tinta para satisfacer a una clientela sedienta de emociones. Tuvimos suerte. En uno de los bares, encontramos un sitio cómodo en el que aposentarnos para los siguientes noventa minutos. En realidad, acabaron siendo algo más de dos horas. La prisa no siempre es buena consejera los sábados por la noche.

En poco más de cien metros cuadrados nos concentramos decenas de individuos, cada uno de su padre y de su madre. Frente a mi tribuna de preferente, se sentó el personaje más enigmático de la tarde. Me quedé con las ganas de saber si era culé o merengón. Durante hora y media de fútbol, mantuvo la misma expresión que si estuviese viendo la retransmisión de la Misa del Gallo.

Un poco más allá, un grupo de inmigrantes marroquíes seguían el encuentro con interés. A su lado, cuatro o cinco jóvenes se mordían las uñas y reaccionaban con vehemencia a las estocadas de uno u otro equipo. En otra mesa, una pareja demostraba su desigual afición por el balompié. El chaval no le quitaba ojo al partido y ella no le quitaba ojo a él.

Entre croqueta y croqueta, un suegro discutía con su yerno sobre el buen gusto que había tenido para escoger mujer y lo cenutrio que había sido por encariñarse con los colores del equipo rival. Los dueños del bar no dejaban de mover bandejas de pinchos entre el personal. En medio de todo ese rebumbio, un conocido que estaba sentado a mi lado con sus hijos se puso a leer una novela de Paul Auster. «Es que no me gusta el fútbol. Vengo por ellos», confesó.

Al final, noventa minutos y algunos más sin pensar en el paro, la factura de la luz, los impuestos, los recortes, la hipoteca o la subida de la gasolina. Por hacer un ejercicio de amnesia, hasta nos olvidamos de que los equipos de fútbol deben casi setecientos millones de euros a Hacienda, mientras que a cualquier autónomo se le puede caer el pelo si no cumple escrupulosamente con sus obligaciones tributarias. Se parece al ‘Panem et circenses’ que utilizaban los emperadores para apaciguar al pueblo romano, pero ahora con menos pan y mucho circo.

Cualquier iniciativa que pueda atraer visitantes a Lugo es bienvenida

Las iniciativas que sirvan para reactivar la precaria economía de los negocios locales tienen que ser aplaudidas. Nada sobra. El tiempo dirá si la campaña de promoción turística que ha iniciado el Ayuntamiento para atraer visitantes en los puentes festivos de mayo da sus frutos. De todas formas, cualquier idea es mejor que cruzarse de brazos.

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