''Me encanta que no se pueda fumar en lugares públicos''

Marta (a la derecha), con su amiga Uxía en la campiña inglesa.
photo_camera Marta (a la derecha), con su amiga Uxía en la campiña inglesa.

Marta Iravedra es una ‘commuter’, una de las miles de personas que viven en las ciudades dormitorio de Londres y trabajan en la capital británica. Allí vive desde hace un año y medio y, aunque parezca increíble, ha descubierto que Inglaterra tiene tradición gastronómica.


Hace ya año y medio que la lucense Marta Iravedra puso rumbo a la isla británica por tercera vez en su vida. Alumna de los centros de A Piringalla, se fue la primera vez con motivo de una beca Erasmus que la llevó a hacer un paréntesis en sus estudios de Traducción e Interpretación y cambiar Vigo por Bristol. La segunda vez recaló en Leeds (Yorkshire) como auxiliar de conversación y, tras regresar para comenzar un máster de Traducción Audiovisual en Barcelona, volvió a partir.

Esta vez se ha asentado en Essex, a media hora en tren de Londres dirección este. «Es un pueblo dormitorio muy bien comunicado, como casi todos los que rodean la gran ciudad. La gente sale muy temprano por la mañana y no vuelve hasta bien entrada la noche», cuenta Marta, que asegura que emplear una hora para llegar al trabajo «es algo normal». «Somos los llamados ‘commuters’», dice.

Vive en un lugar tranquilo, pero con las posibilidades de la gran ciudad en la palma de la mano. «Londres es una ciudad de oportunidades tanto en lo que respecta al ocio como en lo tocante a viajar: hay cuatro aeropuertos principales que comunican con la mayor parte del planeta», apunta. Esto es una ventaja, pero a ella lo que más le gusta del país en que reside es que «no se pueda fumar en los locales públicos. ¡Qué gozada despertarse al día siguiente sin picor en los ojos, en la garganta y la nariz y sin ese característico olor a tabaco!». En Inglaterra, añade, se impuso la norma para todos desde el principio «así que ningún hostelero salió perdiendo porque como no se podía fumar en ningún sitio, la gente siguió yendo a los lugares de siempre».

En la balanza de los aspectos menos positivos coloca las pocas horas de luz que hay en el invierno -«en diciembre a las tres y media de la tarde es noche cerrada», aclara- y «la típica moqueta inglesa, que la tienen hasta en el baño. Con tanta humedad, es un asco», dice.

A pesar de que el inglés es parte de su profesión -está especializada en esta lengua y en francés- confiesa que nunca ha dejado de aprender. En Yorkshire «fue como empezar de cero otra vez» debido al característico acento de la zona. «Yo lo definía como el andaluz de Inglaterra porque se comían letras como la h, que en inglés es sonora, o la t intervocálica, como ‘water’, entre otras cosas, y muchas de las vocales sonaban distintas al inglés que yo había aprendido». Tanto fue así , que el primer día pidió un menú en una cadena rápida y no pudo entenderse con la chica que atendía. «Mi amiga y yo acabamos con un menú para cuatro, sin patatas pero con extra de bolas de queso». Ahora en Londres dice que tiene «acento del Norte», cuenta con gracia.

Para quienes vayan a visitar Londres u otra parte de Gran Bretaña, Marta les recomienda tener en cuenta que es «muy caro» en lo que respecta a comida, transporte o alojamiento aunque en contrapartida, los museos son gratis. Sin embargo, hay que pagar para visitar muchas iglesias o catedrales.

A pesar de tener Londres a tiro de piedra, Marta confiesa que lo más le llamó la atención del país fueron «los paisajes fuera de las ciudades». Así que una de sus recomendaciones es «alquilar un coche y recorrer las carreteras, evitando las autovías. Es digno de ver», apunta. Hay, además, abundante bibliografía sobre rutas para aprovechar esta riqueza paisajística y que incluyen restaurantes donde degustar la comida tradicional inglesa, «la de verdad», apostilla.

Porque, aunque reconoce que es verdad que los nativos sólo cocinan el domingo -sobre todo carne asada con patatas y verdura, lo que se denomina ‘Sunday roast’- y el resto de la semana sobreviven con «cocina precocinada, sándwiches y Mcmenús», también «tienen comida tradicional que está muy buena». Platos, por ejemplo, como el Yorkshire pudding, «una masa de harina, huevos y leche al horno y con forma de taza donde después ponen alguna salsa».

Lo que sucede, cuenta, es que son recetas que requieren bastante elaboración y, por tanto, «incompatibles con el horario laboral», que viene siendo de 09.00 a 17.00 o 17.30, con media hora o una hora para tomar algo rápido alrededor de mediodía. La cena suele ser algo contundente, «después de las birras postlaborales».

PRECIOS

La tecnología y los libros, más baratos

Aunque es cierto que el Reino Unido es más caro que España- especialmente la capital-, hay algunos productos en los que la comparativa es beneficiosa.Sucede con la tecnología en general y con los libros, CDs y DVDs, «que están mucho más baratos que en España, y con diferencia», dice. A modo de ejemplo menciona el último libro de Ken Follet ‘La caída de los gigantes’ a 10 libras (unos doce euros). De ahí que Marta tenga frecuentes problemas de sobrepeso en el equipaje de mano. También es curioso que hay empresas de autobuses que ofrecen «plazas low cost, como en los aviones». Si se compra con tiempo, Londres-Bristol (200 kilómetros) puede salir por 4 euros.

La sanidad, peor

Inglaterra tiene un servicio de seguridad social parecido al español. Afortunadamente, Marta no conoce el sistema sanitario de primera mano, pero sí observa que entre los españoles que lo prueban es frecuente escuchar frases del tipo: «¡Y después nos quejamos de la seguridad social española!». Esto confirma su teoría de que vivir en el extranjero ayuda a apreciar más lo propio y a respetar más lo ajeno.

En el ámbito educativo, conviven el sistema público y privado, y las edades de escolarización son similares a las españolas . Para acceder a la universidad es necesario presentarse a los A-Level, un equivalente a la selectividad, aunque sólo se examinan de cuatro materias. Las matrículas universitarias son altas y «aún las quieren subir más», por lo que ha habido graves revueltas..

Emborracharse hasta caer

Cuenta Marta que las relaciones sociales incluyen la visita al pub después de trabajar y también los fines de semana. También es frecuente quedar en casa de alguien y que cada uno lleve algo. Lo más curioso es que «la mayoría de los ingleses salen por y para emborracharse. Muchos van a ver quien es el primero en caer redondo al suelo con lo cual se acorta bastante el tiempo de diversión», opina Marta. Las salidas acaban entre sobre las dos o las tres y así pueden aprovechar el domingo. Salir al campo o a los parques es rito nacional llueva o haga calor.

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