Maestras que hicieron escuela

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Adela panisse ya era maestra en la II República y siguió siéndolo en la Guerra Civil y en el franquismo. A sus 95 años, todavía recuerda, con orgullo, que fue una de las primeras en adquirir el grado profesional cuando había que ser bachiller para entrar en la Normal (el Magisterio de entonces), donde pasaban cuatro años. «Nos consideraban universitarias. Antes de entrar en la Normal, había que hacer una oposición», dice.

A los 19 años ya era maestra en A Coruña. Una profesora catalana, que luego fue asesinada en la guerra, recorrió también su escuela impartiendo clase de Didáctica a profesores y uno de sus objetivos era explicarles a los maestros cómo se podría hacer un libro de texto. Entre las materias que se impartían a los alumnos estaban natación, francés e inglés.

Adela Panisse siguió dando escuela durante la guerra. La mayoría de sus compañeros, hombres, fueron llamados a la contienda. Algunos pasaron al bando republicano y a otros los mataron. «Había algunos que se echaban a nadar en la playa de Riazor y un barco los recogía ya en alta mar. Uno de ellos se entretuvo fumando en una roca y, por ese motivo, fue apresado», cuenta.

Cuando terminó la guerra, en el 39, muchos de los puestos de los maestros con grado profesional fueron ocupados por antiguos combatientes. «A mí me mandaron a Asturias, tuve suerte, aunque me vi obligada a aprender a andar en madreñas. A una compañera mía le dieron destino en una aldea de Cataluña y su padre iba con ella y llevaba una pistola porque tenía miedo que se metieran con la hija pues allí los gallegos éramos considerados traidores por ser de la zona de Franco», explica.

De Asturias, se trasladó a Navia de Suarna, donde llegó a dormir en una palloza y, ya en los albores de la Transición, logró venir a Lugo y consiguió plaza en el colegio Sagrado Corazón, donde le reconocieron el grado profesional de maestra -perdido durante 30 años- , equivalente al de «diezmilista» (oposiciones a las que optaban maestros en poblaciones de más de 10.000 habitantes y que, además, tenían título universitario). También le convalidaron sus estudios de profesora mercantil.

En yegua
Ermitas Fernández Fernández preside Preescolar na Casa. Lleva vinculada a la entidad desde 1977, fecha en la que se puso en marcha este proyecto innovador, creado para las familias del medio rural por Antonio Gandoy, ‘el cura de la bicicleta’. Pero antes aprendió a andar a caballo para poder llegar a su escuela, en Maderne, A Fonsagrada, donde llegó a impartir la docencia a 52 niños de todas las edades en la misma clase. «Comecei no 68, en Vilarruxán, Bóveda. Alí tiña oito nenos. Despois, marchei a Maderne. Nos primeiros tempos, iba no coche de liña, que saía de Lugo ás seis da mañá. Desde A Fonsagrada, trasladábame en Land Rover e, despois, en mula e égoa. Xa, os últimos anos, levaba o meu coche», afirma.

Con la yegua, fue toda una aventura. Primero, empezó poniendo sobre ella los paquetes e iba a pie. Después, se montaba en la yegua, que era tirada de un ramal por un vecino y, finalmente, logró cabalgar. «Andaba oito quilómetros diarios na égoa. Era un paseo estupendo. Levábame un taxi ata onde a collía e así iba á escola. Se non fixera así, chegaría a gastar todo o soldo nunha semana», recuerda.

En Preescolar na Casa, Ermitas recorrió toda Galicia. En Lugo, enseñó a niños y familias de Vilardíaz y Outeiro, en A Fonsagrada; Sarria, O Páramo, Paradela y Castroverde.

Alvarellos
Corrigió las cuentas de más de 50.000 alumnos en los 38 años en los que permaneció abierta la academia. Ella, Conchita Casas Dávila, y su marido, Enrique Alvarellos, abrieron en 1963 una de las academias con más renombre de Lugo. Allí, Conchita daba clase de matemáticas a adolescentes que preparaban el ingreso en Bachillerato y a otros que lo estudiaban por libre. Su marido, Enrique, se encargaba de Lengua, Latín y Mecanografía.

Las jornadas en la academia eran de dieciséis horas diarias incluso, a veces, sábados y domingos. Pero la carrera docente de Conchita no se resume sólo en Alvarellos. Dice, resignada, que eligió Magisterio porque era «a carreira das mulleres». Le hubiera gustado ir a la universidad y hacer Químicas o Matemáticas pero, afirma, «non había cartos». Conchita Casas siempre sintió una gran pasión por el estudio. Ahora, ya en la década de los 70, acaba de hacer un cursillo sobre internet y las redes sociales «e ando co meu portátil contestando os correos», afirma.

Su primer destino como maestra fue en 1961, en Lúa, Pol. Era una escuela unitaria. Tras un paréntesis en la academia, ejerce la docencia en el Seminario, donde ingresa en 1972. Era una de las pocas mujeres que daba clase a futuros sacerdotes. En 1983, la destinan a una escuela unitaria en Lóuzara, en la Serra do Courel, y se convierte en una maestra de la montaña. Pero no acabó ahí su carrera docente. Su último destino fue el centro de educación especial Santa María. «Xa dera Educación Especial no instituto Feminino e decidín ir para o colexio. Aí hai que ter unha vocación esaxerada pero recibes, a cambio, moita gratitude por parte deles», cuenta.

Directora
Berta Carballas Fernández fue de las primeras directoras de instituto. Licenciada en Filosofía y Letras y pedagoga, regresó a Lugo en 1971, fecha en la que consiguió una plaza en el IES Politécnico, centro que dirigiría durante catorce años, desde 1986 hasta 2000. Pero antes de llegar a la directiva, Berta estuvo ocho años en Valencia: tres en un colegio privado y cinco, en un instituto. Daba Lengua y de Latín. «Les leía a mis alumnos algún poema de Rosalía de Castro o de Celso Emilio Ferreiro, en gallego, y les encantaba», recuerda.

De vuelta a Lugo, su único destino fue el Politécnico, del que dice todavía, y ya jubilada desde hace cuatro años, que es su casa. «Tuve alumnos que, como personas, son formidables. Aun hoy me ven por la calle y me abrazan», dice.

Llegó a la dirección en 1986, tras ser designada por la Delegación Provincial de Educación. Afirma que, en un primer momento, se sentía muy perdida: «Nunca me gustaron los cargos directivos y sólo pretendía cumplir tres años y quedar libre», reconoce. No fue así, ocupó el cargo durante catorce años. «Llegó luego un momento en que ya decidí dejarlo porque me parecía que se iba a hablar de mí como de los 40 años de Franco», dice.

Ahora, de jubilada, no echa de menos la docencia. «Me pasé toda la vida temiendo la jubilación porque pensaba que mi vida estaría vacía. Y descubrí que no: ahora hago cosas que nunca hice como... hacer la compra, cocinar, estudiar inglés a fondo. Los jubilados tenemos un presente fenomenal, lo malo es que no tenemos futuro», señala.

Asegura que nadie la discriminó por ser una de las primeras directoras de instituto de Lugo. Tampoco se sintió marginada en la universidad. «Éramos pocas, pero en Filosofía y Letras éramos casi todas y en Farmacia, también», manifiesta.

Pertenece a la generación de los maestros de encerado y tiza y no quiere saber nada del ordenador. «Lo utilizo sólo como máquina de escribir. Soy antiordenador, no soy de esta nueva ola», dice.

Entre sus mejores recuerdos, está cuando el instituto no daba abasto a las empresas, que solicitaban alumnos. «Lo curioso es que antes de esa época los chicos protestaban y no querían estudiar porque pensaban que se iban a ir al paro, como ahora», cuenta.

Berta salía muchas veces del instituto a las ocho de la tarde y era madre de cuatro hijos. «Sabía que, aunque llegase tarde, mis hijos estarían atendidos. Hacíamos veintidós horas lectivas a la semana pero también tengo que decir que no me pesaron demasiado», comenta.

Uno de sus mejores recuerdos en la docencia fue cuando un alumno se dirigió a ella porque otros se reían de él tras gritar «¡Eureka!». El chaval, un poco discapacitado, le dijo: «Profesora, rinse porque cren que falo do chocolate, pero non, falo do que dixo Arquímedes cando descubriu o principio».

Hija de un rojo
El nombre de Teresa Sanz Sánchez recuerda el de su padre, Gregorio Sanz, un maestro del que se dijo que había inspirado el personaje principal de ‘La lengua de las mariposas’. Teresa entró en la Normal con 14 años y a los 17 ya era maestra. Su padre, que llegó a estar en la cárcel por rojo, marcó su vocación.

«Me gustaban los niños pero también influyó mi padre, Él proponía una manera nueva de enseñarle a leer a los niños con palabras enteras, más que por silabeo. También quería que éstos buscasen por sí mismos y descubriesen antes que aprender de memoria. Usábamos mucho unas fichas que teníamos de animales, de minerales...», cuenta esta maestra.

Teresa Sanz comenzó a dar clase a los 19 en Celeiro de Mariñaos, Barreiros. Después marchó para Noceda, en Ribadeo, donde recuerda «el gallego de ellos y el castellano mío, decían, por ejemplo, ‘boteja’ por botella», y más tarde para Lugo, donde dio clases particulares con su padre.

«Mi padre dio clase en el colegio Balmes, pero también daba clases particulares en la academia La Florida, en la calle Ramón Montenegro, y yo le ayudaba. Algunos alumnos nuestros fueron Arcadio López Casanova, los dentistas Fernández Moreira, los Prósper Revilla, Daniel Varela, Loli Vieiro...», recuerda.

Ni Teresa ni su padre compartían el dicho de «la letra con sangre entra» e insiste en que un secreto del aprendizaje es tratar a los niños con cariño, no como una imposición. Otro de los lemas de padre e hija era fomentar la igualdad entre sexos. Corrían los años 50.

Después de esta experiencia, Teresa Sanz volvió a la escuela pública. Pese a ser hija de un rojo, no sufrió represalias como maestra durante el franquismo. Se adaptó. Entre las peores cosas, tener que estudiar «los veintisiete o veintinueve puntos de la Falange, que me entraba en las oposiciones y que odiaba», cuenta.

Estuvo en O Carqueixo, en el Divino Maestro y en Ferreira do Valadouro, el último destino. «En O Carqueixo me encontré con unos niños alegres. El olor del sitio era lo peor, para ellos ir al basurero que había allí era como ir a El Corte Inglés. Los niños eran buenos, pero holgazanes la mayoría. Lo peor es que cuando las niñas tenían 12 o 13 años, las prometían y dejaban de ir a la escuela. Eso, para mí, era una pena», cuenta.

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