Lugo, una ciudad en la que no siempre llueve

El 'nuevo' puente romano. Foto: J. VÁZQUEZ
photo_camera El 'nuevo' puente romano. Foto: J. VÁZQUEZ

si el año 2013 desapareciera del calendario, muchos lucenses no sentirían ni pena ni gloria. Para Alejandro, sin embargo, la combinación Lugo y 2013 significó el encuentro con una ciudad que le ha sorprendido y frustrado casi a partes iguales. Hijo de la emigración lucense de los años setenta a Madrid, y recién ingresado en el paro tras casi una década trabajando como delineante, en 2013 decidió dar el paso que tantos años llevaba meditando. Venirse a Lugo. Una pareja con empleo público en la ciudad -la única garantía, también en Lugo, de sueldo a final de mes-, vivienda más barata y la perspectiva de aprovechar la huerta familiar, le animaron definitivamente. El panorama laboral se confirmó tan complicado como preveía. Cerca de setenta concursos de acreedores en un año y casi 10.000 personas (solo en la capital) en la cola del paro hablan por sí solas.

Alejandro lleva poco más de nueve meses en la ciudad y lo que sus ojos vieron resume bastante bien qué es Lugo y cuáles fueron los acontecimientos que lo marcaron en el año que está punto de terminar.

Dos cosas llamaron su atención nada más llegar, en marzo: en Lugo llovía continuamente (ese mes no hubo ni un solo día sin que las nubes no descargasen) y era una ciudad mucho más contestataria de lo que se imaginaba. El tiempo acabaría por modelar ambas percepciones. Una plataforma ciudadana que había ido creciendo poco a poco, le contaron, agitaba la calle y los despachos exigiendo servicios sanitarios (Radioterapia, Medicina Nuclear y Hemodinámica) que el presidente de la Xunta había prometido a los lucenses cara a cara dos años antes, en la inauguración del nuevo hospital.

Sufridor durante años de los saturados hospitales madrileños, a Alejandro el Hula le produce asombro. Pero a lo largo del año también pudo conocer algunas de sus carencias. Durante varias semanas acompañó a su suegra, operada de cáncer de mama, a radiarse a A Coruña. Una ventaja, si así se puede llamar, de no tener trabajo. En el Chuac veía cómo enfermos de distintos puntos de la provincia, desde la montaña hasta la costa, que no tenían quien les acompañasen viajaban en ambulancias colectivas y aguardaban horas en los pasillos hasta que el último pasaba por la máquina y podían subirse de nuevo al vehículo rumbo a casa.

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