Los estorninos, esos sí que saben

Los estorninos, sobrevolando el cielo lucense. ANA LAMAS/AEP
photo_camera Los estorninos, sobrevolando el cielo lucense. ANA LAMAS/AEP

venirse al parque a trabajar es todo un reencuentro con la naturaleza. Hace una década, cuando este insigne diario cambió de sede, un graznido insistente atormentaba los oídos de algunos redactores de esta casa, entre los que me incluyo. No se asusten. Era una llamada de la naturaleza: la del pavo a la pava.

Con el paso del tiempo, los sobresaltados graznidos de los pavos anunciaban, a todo hijo de vecino de la zona y visitantes ocasionales, que la primavera ya estaba aquí. Su potente garganta era tan o más convincente que el anuncio de El Corte Inglés. Y, por fin, nos enterábamos todos -periodistas incluidos- de que la primavera ya había llegado.

Se marcharon los pavos del parque y nos quedamos a dos velas con la primavera. Sin embargo, otros mensajeros siguen ahí: son los estorninos, los mismos que anuncian la próxima llegada del otoño con sus trinos al anochecer y, sobre todo, sus excrementos.

Vivir en esta zona de Lugo tiene sus privilegios pero el precio a pagar es la vecindad con los estorninos. Esos pájaros que forman un auténtico clan y que no bajan la oreja ni al más tenaz de los alcaldes. Y así, año tras año, vuelven a la zona y hacen gala de su buen ritmo intestinal sobre coches y aceras y de sus gargantas privilegiadas.

Para los vecinos, los estorninos son algo así como el panadero o la frutera del barrio. Son esos artistas alados que, a cientos, sobrevuelan tejados haciendo -¡hay que reconocerlo!- auténticas coreografías en el aire. Aunque suene bucólico -y lo es, desde una ventana y de puertas adentro-, salir a la calle estos días, por estos lares y entre las siete y las nueve de la noche puede ser un riesgo que se debería considerar, incluso con derecho a indemnización municipal.

Sin embargo, hay algo que envidio de los estorninos: su capacidad social para formar piña y defender su ritmo intestinal, mal que le pese a los altavoces que imitaban los graznidos de halcones o los tiros de supuestos cazadores. Ellos, a lo suyo. Erre que erre. Defendiendo su casta. Quizá deberíamos ser como ellos. Si no, que venga un ornitólogo y lo vea.

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