Lo manda Europa

Teníamos el auditorio preparado, proyectado y comprado el solar. Era cuestión de tiempo. Estábamos en las discusiones ciudadanas posteriores sobre si el sitio era el más apropiado, si las infraestructuras saldrían demasiado costosas o si entonaría con el entorno. De un día para otro, llega una advertencia del más allá para aclarar que si el futuro auditorio va ahí, podía haber consecuencias. Es un ente externo y hasta el momento desconocido para el ciudadano, pero que obligó a repensar el proyecto sin rechistar

Nos habíamos hecho ilusiones. Lugo, como ciudad incluida en el proyecto de Ciudades Digitales, dispondría de una red wifi para estar conectada con el mundo. Periféricos y esquinados pero conectados. Una vez más apareció Europa para aclararnos que la descentralización y la autarquía son derechos adquiridos antes de su creación. Ahora las cosas son diferentes. Las leyes pueden emanar del pueblo pero Europa, como ente total, siempre estará ahí para ejercer de Demiurgo y aclarar quién manda aquí.

Escribo estas líneas en un aeropuerto europeo pequeño que ofrece más tráfico aéreo del que es capaz de soportar. El pasajero cumple con su parte acudiendo con tiempo, el carnet de identidad en los dientes desde que entra hasta que sale, llevando los líquidos en una bolsita tranparente, sacando y metiendo el portátil en cada control, y quitándose hasta los zapatos antes de embarcar. Pero si esas trabas le impiden coger el avión, le remitirán a las normas de seguridad imperantes en Europa sin disponer del derecho de réplica. Sin vuelo, sin billete y, una vez más, sin rechistar.

Europa se ha convertido en la excusa perfecta para cubrirse las espaldas y eludir  el enfado del ciudadano, que en el sistema democrático se manifestaba con el cambio de papeleta, con la queja manifiesta o con el enfado del consumidor, que sólo es efectivo cuando decide no volver a ser cliente. Las leyes globales, los impedimentos a la modernización y las restricciones de la libertad tienen una parte molesta e impopular que hasta ahora asumía el gobernante, la empresa y el sistema con un coste político estudiado y valorado.  La coletilla actual es que lo manda Europa, como quien dice “viene de arriba”, con el detalle añadido de que arriba es demasiado arriba, donde la queja no tiene efecto y la decepción se evapora.

El alcalde de Lugo, el gobierno de España o la compañía privada que usted quiera se presenta cada vez más con las manos atadas y señalando a Bruselas, mientras el ciudadano asume leyes y restricciones sin derecho a pataleta porque cree que ese deber corresponde a quienes están en el medio. Europa aparece en todo esto como un ser supremo legislador y blindado, que recomienda a sus legislados que si le protestan mucho, ella carga con las culpas, que de lo lejos que está no oye nada.

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