Las peleas juveniles se suceden en Lugo con el alcohol y las drogas como detonante

Ser joven y pecar de insensatez es un tándem muy común, casi obligatorio en la trayectoria vital de cualquier persona. Por este motivo, cuando uno alcanza una supuesta madurez -que le lleva a enfocar las cosas con mayor cordura- no debería llevarse las manos a la cabeza ante algunas conductas juveniles, quizá imprudentes, que tienen como único objetivo pasar un buen rato entre compañeros. Sin embargo, cuando la violencia hace acto de presencia en esos momentos de ocio, la cosa cambia y existe ya un motivo de preocupación.

En la capital lucense, las peleas nocturnas entre adolescentes están a la orden del día y se da una circunstancia que resulta todavía más inquietante: el hecho de que detrás de estos comportamientos agresivos se encuentra a menudo el consumo de sustancias nocivas para la salud.

Según los datos recabados por la Policía Nacional de Lugo -que entre el 1 de enero y el 1 de diciembre de este año recibió 177 llamadas por peleas- la mayor parte de los altercados que requieren su intervención efectiva se producen de noche, durante el fin de semana, y en las zonas de copas de la ciudad o en sus inmediaciones.

Estas agresiones suelen tener como protagonistas a jóvenes, casi siempre varones, de entre 18 y 25 años de edad. El inspector de Policía Hugo Saavedra Silva explica además que «la gran mayoría» de estas peleas «se producen como consecuencia del consumo de alcohol o sustancias estupefacientes».

JÓVENES Y VIOLENCIA
(por María Lourdes Mirón)
JÓVENES Y VIOLENCIA son ya dos términos que aparecen asociados, en los medios de comunicación, en las estadísticas de delitos y en el imaginario colectivo. Prácticamente se trata ya de un lugar común. Efectivamente, la escuela, los contextos de ocio, e incluso la familia, son entornos en los que la conducta violenta de los jóvenes parece cada vez más frecuente.Detrás de esta violencia juvenil hay un contexto socio-histórico: formamos parte de una cultura de la violencia. Observamos violencia en los medios, violencia institucional, violencia en las calles, violencia en las familias, crecemos con ella, y constatamos que no siempre es seguida por consecuencias negativas para sus ejecutores.

Formamos parte de una cultura en la que existe una historia de devaluación de minorías, inmigrantes, subculturas, o razas, en la que existe todavía poca tolerancia a la diferencia, en la que mantenemos categorías sociales excluyentes, e ideologías del antagonismo. No menos importante es el hecho de que persista todavía la imagen de la masculinidad asociada a comportamientos de riesgo, desafío, valentía, o por qué no decirlo, directamente violencia: la amplia mayoría de los ataques violentos son realizados por jóvenes, pero habría que matizar, por hombres jóvenes.

Detrás de esta violencia asoman también una serie de factores sociales, como las condiciones de vida difíciles, incluyendo la pobreza, marginación, exclusión, desorganización social, crisis económica o desempleo. No es casual, ni producto de un brote de psicopatía generalizado, el incremento de la violencia juvenil en este momento y en este país. Las difíciles condiciones de vida dificultan además la posibilidad de que los padres sean cuidadores eficaces. Incrementa la probabilidad de que no puedan supervisar adecuadamente a sus hijos, de negligencia, o de escaso apoyo afectivo. El apoyo y el control de los padres son cruciales para una socialización exitosa. Junto con la vinculación al otro entorno convencional por excelencia: la escuela, que debería proporcionar a los jóvenes el medio legítimo (estudios) que les permita conseguir metas legítimas (éxito social, trabajo).

Todos estos factores dificultan o imposibilitan la satisfacción de necesidades como las de pertenencia, autoestima, o imagen social positiva y facilitan el desarrollo de sentimientos de hostilidad que propician la violencia, y que están además en la base de la inclusión en grupos violentos en los que parece posible recuperar todo aquello de lo que se carece: prestigio, apoyo, protección, bienes materiales, identidad social positiva.

La violencia juvenil no es un fenómeno derivado de una desviación individual. Es un comportamiento que responde a la existencia de normas, actitudes y conductas que justifican la violencia. La reacción de los espectadores ante esta violencia es crucial para evitar una espiral sin fin de violencia, para volver a restituir a las víctimas en su condición de inocentes. Pero esta reacción es tardía, sólo impide la continuidad de una conducta de la que no se ha atajado a tiempo su verdadera causa: la inexistencia de un entorno social seguro y confiable en el que estos jóvenes se perciban como personas importantes, como miembros imprescindibles de la sociedad en la que viven y de la que deberían formar parte.

(María Lourdes Mirón es profesora de la USC, experta en violencia juvenil)

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