Las moscas y la teoría de Darwin

este fue un año de moscas. ¿O acaso, usted, querido lector, se atreve a asegurar que, en el último mes, no se ha peleado ni un solo instante con alguna mosca de mal nombre? Ayer mismo, a la hora de escribir este artículo, hice un repaso mental a varios temas que podrían ser objeto de estas líneas.No se me ocurría nada hasta que una compañera dijo: «¡Esta mosca...!» y, de repente, se me apareció la musa en forma de insecto volador.

La sequía, el calor y el largo verano provocaron la proliferación de estos insectos que, un año más, demostraron una gran capacidad de resistencia a los inventos que hay en el mercado para combatirlas.

Una, que es poco partidaria de los insecticidas, no tuvo más remedio que hacer uso del esprái. Para evitar posibles «daños colaterales», como se suele decir ahora, retiré todo alimento que pudiera haber en la cocina y la despensa, el horno y la nevera guardaron, bien guardados, todo aquello que se puede llevar a la boca. Cerré la puerta, ya media apestada por el olor y esperé al día siguiente.

No pasó nada o pasó menos de lo esperado. Una flamante mosca volvía a corretear sobre mi cabeza nada más abrir la puerta.

Me fui al supermercado. Rebusqué entre los estantes de insecticidas algún producto más eficaz. Descubrí un insecticida eléctrico que, en teoría, es muy eficaz para combatir estos insectos. Lo enchufé y casi me convence: es inocuo, no huele y, encima, el envoltorio dice que es efectivo.

Dice, pero no lo es. Las moscas de mi casa son mucho más resistentes que las de la caja del insecticida eléctrico. Y así les va, tan campantes sobrevolando todo lo habido y por haber sin preocuparles, ni lo más mínimo, estos inventos modernos.

Eso sí, sé que no sufro el problema en solitario (recordando un famoso anuncio televisivo). En el trabajo, en el médico y en el instituto, me encontré con ejemplares tan resistentes como los de mi casa. Y, por primera vez, se me vino a la cabeza la certeza de la teoría de la evolución de la especie de Darwin y la ley de supervivencia marcada por el más fuerte.

El frío y la lluvia me hizo dudar de Darwin y pensé, quizás, que el temporal ahuyentaría a alguno de estos insectos voladores. Nada más errado. Se marcharon muchas, pero otras todavía sobreviven, acurrucadas al calorcito de la calefacción.

Desesperada, volví al supermercado e inspeccioné, de nuevo, el estante de los remedios infalibles contra estas inoportunos visitas. Encontré unas cintas pegajosas que atraen a estos insectos. Pensé en un último intento de asesinato premeditado. Coloqué el invento y vi los resultados. El espectáculo era dantesco, pero resultó efectivo. A veces, el secreto de las cosas está en lo más simple.

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