Las incoherencias de los locos altitos

los padres de locos bajitos solemos ser unos seres contradictorios. Esta semana, con la vuelta al cole, hemos quedado de nuevo en evidencia. Nos pasamos los tres meses que tienen de vacaciones estivales nuestros incombustibles hijos echando de menos las aulas, cada vez que entablábamos una batalla campal con ellos. Casi siempre perdida de antemano y por nimiedades. Y ahora que la escuela acude a nuestro rescate no encontramos más que inconvenientes.

Septiembre se convierte así en nuestro particular Pan do Zarco. Serpenteamos con la lengua fuera y las pulsaciones a mil. Parecemos gallinas decapitadas corriendo sin sentido de un lugar a otro. A todo le ponemos pega. Que si los libros de texto, que si el uniforme, que si el chándal, que si el material escolar...

Nos ahogamos. Cada curso que pasa incurrimos en el mismo error. No nos salen las cuentas. Aunque los tiempos acompañan para que sea así. Desconocemos eso que se llama provisión de fondos. Nos comportamos como cigarras en vez de como hormigas. No hacemos acopio para afrontar lo que se nos viene encima.

Tal vez deberíamos pedir algún consejo a los mediáticos economistas Gay de Liébana o Leopoldo Abadía para cuadrar nuestros gastos, que por cierto, aunque nos empeñemos en creerlo, no son imprevistos.

Nos llevamos las manos a la cabeza si los libros de texto nos cuestan 250 euros en primaria o 400 en secundaria, cuando a otros progenitores les salen casi a la mitad, dependiendo de si el centro docente es concertado o público. Sudamos tinta cuando nos informan del coste de las actividades extraescolares o del comedor.

Incomodar sí, ¿pero sorprender? ¿Acaso hicimos pellas el día en que nos informaban sobre los servicios del colegio en el que iba a iniciar su etapa formativa nuestro hijo? ¿No nos paramos a analizar los pros y contras que tenía? Parece como si pusiésemos en duda su conveniencia en cada inicio del curso. Septiembre deja al desnudo las incoherencias en las que solemos incurrir los locos altitos.

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