La píldora mágica

El grado de desesperación al que llegamos algunos primates para hablar con un poco de solvencia la lengua de la Pérfida Albión resulta ciertamente bochornoso. Por si todavía quedaban dudas sobre los padecimientos que pasan algunos para aprender inglés, un estudio de la Universidad de Cambridge acaba de poner en evidencia que determinadas personas estarían dispuestas a hacer verdaderos sacrificios. La editorial de esa institución académica ha hecho públicos los resultados de un ‘torture test’. Se trata de una especie de encuesta para averiguar hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para mejorar en el uso de ese idioma. Las respuestas del personal son pavorosas.

Hay individuos dispuestos a someterse a verdaderas privaciones. Sin ir más lejos, cuatro de cada diez encuestados renunciarían a tener sexo durante un año entero por hablar bien inglés. Doce meses, cuarenta y ocho semanas o 365 días. La medida depende de quién haga la cuenta. El padecimiento va en función de la frecuencia con la que se practique el acto carnal. La cosa es seria. Después de tal periodo de abstinencia, alguno acabaría mentando a los padres fundadores de la Commonwealth, con antiguas colonias y todo. Eso sí, con suficiencia en la lengua de don William Shakespeare.

El sondeo fue realizado entre personas de dieciocho a sesenta años de edad. La disposición a abdicar de las relaciones íntimas da que pensar. Hay dos posibilidades. Las dos son válidas. La primera incide en la importancia que le damos al hecho de aprender a comunicarnos en una de las lenguas que mueve el mundo. La segunda nos lleva a pensar que los nativos de este santo país mentimos como bellacos en las encuestas. A fin de cuentas, las palabras se las lleva el viento. Responder a la pregunta no lleva implícita deserción sexual alguna.

Después está el asunto de la píldora mágica. Más de la mitad de la gente que se sometió a las preguntas de los señores de Cambridge reconoció que pagaría 10.000 euros por una pastillita que le asegurase un nivel de inglés perfecto.

Esa respuesta resulta bastante creíble, ciertamente. Enraíza con un determinado acervo cultural. Poco esfuerzo y máximo rendimiento. Y si el comprimido se puede tragar con un sorbito de un buen vino tinto, mejor todavía. Lo malo es que, al menos de momento, no existe viagra que levante las aptitudes idiomáticas de los parroquianos.

Es lo que nos ahorramos. La mayoría de los encuestados opina que el nivel de inglés de nuestros gobernantes es bajo o muy bajo, por decir algo. Una forma benevolente de expresarlo. Un eufemismo para no aclarar que los últimos presidentes del Gobierno llegaron al cargo sin tener ni pajolera idea. Si descubriesen un principio activo que permitiese la asimilación de esa lengua por ósmosis, seguramente la píldora formaría parte del catálogo de prebendas de nuestros mandatarios. Para el bolsillo de los contribuyentes la pastilla se convertiría en un supositorio. Y del tamaño de la Enciclopedia Británica.

 

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